La vista desde Castle Rock

Alice Munro

Fragmento

cap-3

Sin ventajas

Esta es una parroquia sin ventajas. En los montes, la tierra es, en muchos sitios, musgosa y no sirve para nada. En general, el aire es húmedo debido a que la altura de los montes atrae continuamente las nubes, y al vapor que exhala el suelo musgoso... El mercado más cercano está ubicado en un pueblo a veinticinco kilómetros y las carreteras son, de tan profundas, casi intransitables. La nieve también es a veces un gran inconveniente; a menudo, no tenemos trato con el resto de la especie humana durante meses. Y una gran desventaja es la ausencia de puentes, por lo que las crecidas de los ríos obstaculizan el paso de los viajeros... Los únicos cultivos son la cebada y las patatas. Nunca se ha intentado sembrar trigo, centeno, nabos ni coles...

En esta parroquia hay diez hacendados: ninguno de ellos reside en la zona.

APORTACIÓN DEL PASTOR DE LA PARROQUIA DE ETTRICK,

EN EL CONDADO DE SELKIRK, AL REGISTRO

ESCOCÉS DE ESTADÍSTICA, 1799

El valle de Ettrick se encuentra a unos ochenta y cinco kilómetros al sur de Edimburgo, y a unos cuarenta y cinco kilómetros al norte de la frontera con Inglaterra, que discurre cerca de la muralla construida por Adriano para impedir la entrada a las hordas bárbaras del norte. Durante el reinado de Antonino, los romanos conquistaron más territorio, y construyeron una línea fortificada entre los estuarios de Clyde y Forth, pero eso no duró mucho. En la franja de tierra entre las dos murallas habita desde hace mucho tiempo una mezcla de pueblos: celtas, algunos de ellos procedentes de Irlanda y llamados escotos; asimismo, anglosajones del sur, escandinavos del otro lado del Mar del Norte y posiblemente también un último remanente de pictos.

La granja donde vivió mi familia en el valle de Ettrick durante un tiempo, en tierras altas y pedregosas, se llamaba Far-Hope. La palabra hope, tal y como se empleaba en la geografía local, es una palabra antigua, escandinava (porque en esa parte del país, como cabría esperar, las palabras escandinavas, anglosajonas y gaélicas se mezclaban con el bretón antiguo, indicio de la anterior presencia galesa). Hope significa «bahía», no una bahía llena de agua, sino de tierra, rodeada en parte de montes altos y desnudos, las montañas cercanas a las Tierras Altas del Sur. El Black Knowe, el Bodesbeck Law, el Ettrick Pen: he aquí los tres grandes picos, con la palabra «monte» en tres idiomas. Ahora se está llevando a cabo la repoblación forestal de algunos de estos montes, con píceas de Sitka, pero en los siglos XVII y XVIII debían de estar desnudos, o prácticamente desnudos: el gran bosque de Ettrick, el coto de caza de los reyes de Escocia, había sido talado y convertido en tierras de pastoreo o brezales un siglo o dos antes.

Los cerros por encima de Far-Hope, situada justo al fondo del valle, constituyen la columna vertebral de Escocia, señalando la división entre las aguas que discurren hacia el oeste hasta el estrecho de Solway y el océano Atlántico y las que discurren hacia el este hasta el Mar del Norte. A menos de quince kilómetros al norte se encuentra la cascada más famosa del país, la Cola de Yegua Gris. A ocho kilómetros de Moffat, que era el pueblo donde estaba el mercado de quienes vivían en el extremo del valle, está el Abrevadero del Buey del Diablo, una gran hendidura en los montes donde, según se creía, se escondía el ganado robado, es decir, ganado inglés, sustraído por los cuatreros en el anárquico siglo XVI. En la parte inferior del valle de Ettrick estaba Aikwood, el pueblo natal de Michael Scott, el filósofo y mago de los siglos XII y XIII que aparece en el Inferno de Dante. Y por si no bastara con eso, según cuentan, William Wallace, el héroe guerrillero de los escoceses, se ocultó aquí de los ingleses, y corre la leyenda de que Merlín —nada menos que Merlín— fue perseguido y asesinado en el antiguo bosque por pastores de Ettrick.

(Por lo que yo sé, mis antepasados, generación tras generación, fueron pastores de Ettrick. Puede que parezca extraño dar empleo a pastores en un bosque, pero, por lo visto, en muchos lugares los bosques de caza eran cotos abiertos.)

Con todo, el valle me decepcionó la primera vez que lo vi. Suele suceder con los lugares que uno ha construido en su imaginación. Era a principios de la primavera, y los montes presentaban un color marrón, o una especie de marrón violáceo, recordándome los montes de los alrededores de Calgary. Las aguas del Ettrick Water bajaban impetuosas y cristalinas, pero el río no era ni la mitad de ancho que el Maitland, que pasa junto a la granja donde me crié, en Ontario. Los círculos de piedra que en un primer momento tomé por interesantes vestigios del culto celta eran demasiado numerosos y estaban tan bien conservados que no podían ser más que prácticos rediles de ovejas.

Viajaba sola, y había llegado desde Selkirk en el autobús que habían puesto dos veces por semana a disposición de quienes volvían de hacer la compra en el mercado. No me llevó más allá del puente de Ettrick y, al llegar, deambulé por allí, esperando al cartero. Me habían dicho que él me acompañaría valle arriba. La principal atracción del puente de Ettrick era un cartel sobre una tienda cerrada que anunciaba Silk Cut. Yo no tenía la menor idea de qué era aquello. Resultó ser una conocida marca de tabaco.

Al cabo de un rato, apareció el cartero y me llevó en coche a la iglesia de Ettrick. Para entonces había empezado a llover torrencialmente. La iglesia estaba cerrada. También me decepcionó. Construida en 1824, no era comparable, en lo que se refiere a su aspecto histórico y su austeridad, a las iglesias que ya había visto en Escocia. Me sentí fuera de lugar, ajena a ese mundo, y además tenía frío. Me acurruqué junto al muro hasta que la lluvia amainó, y entonces exploré el camposanto, donde la larga hierba mojada me empapó las piernas.

Allí encontré, primero, la lápida de William Laidlaw, mi antepasado directo, nacido a finales del siglo XVII y conocido como Will O’Phaup, que adquirió, al menos en el ámbito local, el esplendor propio de un mito, justo en la última etapa de la historia —es decir, de la historia de las islas Británicas— en que eso era posible. La misma lápida lleva los nombres de su hija Margaret Laidlaw Hogg, la que reprendió a sir Walter Scott, y de Robert Hogg, el marido de esta y arrendatario de Ettrickhall. Luego, justo al lado, vi la lápida del escritor James Hogg, su hijo, y nieto de Will O’Phaup. Lo llamaban El Pastor de Ettrick. Y no lejos estaba la del reverendo Thomas Boston, en su día famoso en toda Escocia por sus libros y sermones, aunque la fama no le procuró una parroquia más importante.

También, entre otros varios Laidlaw, se levantaba una lápida con el nombre de Robert Laidlaw, que murió en Hopehouse el 29 de enero de 1800 a los setenta y dos años. Hijo de Will, hermano de Margaret, tío de James, que probablemente nunca supo que se lo recordaría por sus lazos con estos otros, como tampoco sabría la fecha de su propia muerte.

Mi tataratatarabuelo.

Mientras leía estas inscripciones, empezó a llover un poco y pensé que más me valía ponerme en marcha y regresar a pie a Tushielaw, donde debía coger el autobús escolar para volver a Selkirk. No debía entretenerme, porque el autobús podía llegar antes de hora y la lluvia, arreciar.

Me asaltó una sensación conocida, s

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