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El cantar del profeta

Paul Lynch
Paul Lynch

Fragmento

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1

 

 

 

 

Ha caído la noche y ella no ha oído la llamada a la puerta, está delante de la ventana mirando el jardín. Cómo la oscuridad congrega los cerezos sin sonido alguno. Congrega las últimas hojas y las hojas no se resisten a la oscuridad sino que aceptan la oscuridad entre susurros. Ahora está cansada, la jornada casi ha concluido, todo lo que aún queda por hacer antes de acostarse y los chicos están acomodados en la sala de estar, esa sensación de descansar un momento ante el cristal. Contempla el jardín cada vez más oscuro y siente el deseo de estar en sintonía con esa oscuridad, de salir y tenderse con ella, tenderse con las hojas caídas y dejar que pase la noche, despertar con el amanecer y levantarse renovada con la mañana que llega. Pero la llamada a la puerta. La oye tomar forma de pensamiento, el golpeteo brusco, insistente, cada golpe tan plenamente poseído de quien lo da que empieza a fruncir el ceño. Entonces Bailey también está golpeteando la puerta de cristal de la cocina, la llama, mamá, señalando el pasillo sin quitar los ojos de la pantalla. Eilish ve cómo su cuerpo se desplaza hacia el recibidor con el bebé en brazos, abre la puerta de la calle y hay dos hombres ante la puerta de cristal del porche con el rostro casi difuminado por la oscuridad. Enciende la luz del porche y los individuos son reconocibles al instante por cómo están plantados, el frío aire nocturno parece suspirar cuando desliza la puerta del porche para abrirla, la quietud de la zona residencial, la lluvia que cae casi sobreentendida sobre Saint Laurence Street, sobre el coche negro aparcado delante de la casa. Cómo los hombres parecen ser portadores de la sensación de la noche. Los observa desde su propia sensación protectora, el joven de la izquierda pregunta si su marido está en casa y hay algo en su manera de mirarla, los ojos remotos y sin embargo escudriñadores que dan la impresión de que estuviera intentando apoderarse de algo dentro de ella. En un abrir y cerrar de ojos Eilish ha mirado calle arriba y abajo, ha visto a un paseante solitario con un perro bajo un paraguas, los sauces que cabecean bajo la lluvia, los destellos de una televisión grande en la casa de los Zajac enfrente. Se refrena entonces, casi riéndose, ese reflejo universal de culpabilidad cuando la policía llama a tu puerta. Ben empieza a retorcerse entre sus brazos y el agente mayor de paisano a su derecha mira al niño, su rostro parece suavizarse, así que se dirige a él. Sabe que él también es padre, cosas así siempre se saben, el otro individuo es demasiado joven, demasiado pulcro y de huesos marcados, ella empieza a hablar, consciente de un repentino titubeo en la voz. Volverá a casa pronto, en una hora o así, ¿quieren que lo llame por teléfono? No, no será necesario, señora Stack, cuando venga a casa, dígale que nos contacte a la mayor brevedad, aquí tiene mi tarjeta. Llámeme Eilish, por favor, ¿les puedo ayudar en algo? No, me temo que no, señora Stack, este asunto atañe a su marido. El agente mayor de paisano le sonríe de oreja a oreja al niño y ella se fija un momento en las arrugas en torno a la boca, es un rostro marcado por la solemnidad, el rostro equivocado para su trabajo. No tiene de qué preocuparse, señora Stack. ¿Por qué iba a preocuparme, Garda? Desde luego, señora Stack, no queremos quitarle más tiempo, y anda que no vamos empapados esta noche haciendo visitas, nos va a costar secarnos con la calefacción del coche. Eilish cierra la puerta del patio con la tarjeta todavía en la mano, ve a los dos hombres regresar al coche, ve que el coche va calle arriba, se detiene al llegar al cruce y las luces de freno refulgen y adoptan el aspecto de dos ojos brillantes. Mira una vez más la calle que ha vuelto a sumirse en la quietud del anochecer, el calor del recibidor cuando entra y cierra la puerta y luego se queda un momento examinando la tarjeta y se da cuenta de que estaba conteniendo la respiración. Esa sensación ahora de que algo ha entrado en la casa, quiere dejar al bebé, quiere pararse y pensar, ve cómo eso que estaba con los dos hombres ha entrado en el recibidor por voluntad propia, algo sin forma que aun así ha sentido. Lo percibe ocultándose junto a ella cuando cruza la sala de estar donde están los chicos, Molly sostiene el mando a distancia sobre la cabeza de Bailey, que agita las manos en el aire, se vuelve hacia ella con gesto suplicante. Mamá, dile que vuelva a poner mi programa. Eilish cierra la puerta de la cocina y deja al bebé en la hamaca, empieza a recoger de la mesa su portátil y la agenda, pero se detiene y cierra los ojos. Esa sensación que ha entrado en la casa la ha seguido. Mira el móvil y lo coge, su mano vacilante, le envía a Larry un mensaje, se encuentra de nuevo ante la ventana mirando fuera. Ahora el jardín cada vez más oscuro ya no es algo que desear, pues parte de esa oscuridad ha entrado en la casa.

 

 

Larry Stack camina de aquí para allá por la sala de estar con la tarjeta en la mano. La mira con el ceño fruncido y luego la deja en la mesita de centro y menea la cabeza, se derrumba en la butaca, se agarra la barba con la mano mientras ella lo mira en silencio, juzgándolo de esa manera familiar, después de cierta edad un hombre se deja barba no para adentrarse en la madurez sino para ponerle una barrera a su juventud, ella apenas lo recuerda afeitado. Ve cómo busca las zapatillas con los pies, su rostro se vuelve más afable mientras descansa en la butaca, parece que está pensando en otra cosa hasta que se le tensa el entrecejo y se adueña de su cara un gesto ceñudo. Se inclina hacia delante y coge otra vez la tarjeta. Seguramente no es nada, dice él. Eilish hace saltar al niño sobre su regazo mientras lo observa con atención. A ver, Larry, ¿cómo que no es nada? Él suspira y se pasa el dorso de la mano por la boca al tiempo que se levanta de la butaca y empieza a rebuscar por la mesa. ¿Dónde has dejado el periódico? Deambula por la habitación mirando sin ver, igual ya se ha olvidado del periódico, está buscando algo entre las sombras de sus propios pensamientos y no logra arrojar luz sobre ello. Se vuelve entonces y examina a su mujer mientras ella le da el pecho al bebé, y verlo lo reconforta, una sensación de vida reducida a una imagen tan reñida con la maldad que su mente comienza a serenarse. Va hacia ella y tiende una mano pero la retira cuando sus ojos le lanzan una mirada perspicaz. La Oficina de Servicios Nacionales de la Garda, dice Eilish, la OSNG, no son los habituales, un inspector jefe de policía en nuestra puerta, ¿qué quieren de ti? Él señala el techo, ¿es que no puedes hablar en voz baja? Va a la cocina apretando los dientes, le da la vuelta a un vaso del escurridero y deja correr el agua, mira más allá de su reflejo hacia la oscuridad, los cerezos son viejos y no tardarán en pudrirse, quizá haya que talarlos en primavera. Toma un largo trago y luego vuelve a la sala de estar. Oye, dice, casi observando su voz, que pasa a ser un susurro. Al final no será nada, estoy seguro. Mientras habla nota que se esfuma su convicción como si hubiera vertido el vaso de agua en sus manos. Eilish lo ve ahora entregarse otra vez a la butaca, el cuerpo maleable, la mano automatizada que va cambiando el canal de televisión. Se vuelve para verse acorralado por una mirada y entonces se echa hacia delante y suspira, se tira de la barba como si quisiera arrancársela de la cara. Mira, Eilish, ya sabes cómo trabajan, lo que buscan, recaban información, lo hacen con suma discreción y supongo que tienes que facilitársela de un modo u otro, sin duda están reuniendo pruebas contra un profesor, conque tiene sentido que quieran hablar conmigo, que nos pongan sobre aviso, quizá antes de efectuar una detención, mira, llamaré mañana o pasado y veré qué quieren. Ella observa su cara consciente del mal funcionamiento en el centro de su ser, la mente y el cuerpo buscan la superioridad del sueño, en un momento subirá y se pondrá el pijama, contando las horas hasta que el bebé la despierte para que lo alimente. Larry, dice, viéndolo retroceder como si ella le hubiera pasado electricidad en la mano. Han dicho que llames lo antes posible, llámalos ahora por teléfono, el número está en la tarjeta, demuéstrales que no tienes nada que ocultar. Está ceñudo y luego inspira lentamente como calibrando algo suspendido ante él, se vuelve y la mira de hito en hito, los ojos entornados de ira. ¿A qué te refieres con demostrarles que no tengo nada que ocultar? Ya sabes a qué me refiero. No, no sé a qué te refieres. Mira, no es más que una forma de hablar, Larry, haz el favor de llamarlos ahora. ¿Por qué siempre eres tan puñetera?, dice, mira, no voy a llamarlos a estas horas. Larry, llama ya, por favor, no quiero que la OSNG venga otra vez, has oído los rumores, esas cosas que dicen que han estado ocurriendo estos últimos meses. Larry se echa hacia delante en la butaca como si no fuera capaz de levantarse, frunce el ceño y luego va hacia ella, le coge el bebé de los brazos. Eilish, por favor, escucha un momento, el respeto va en ambas direcciones, ellos saben que soy un hombre ocupado, soy subsecretario general del Sindicato de Profesores de Irlanda, no voy a ir corriendo cada vez que ellos quieran. Eso está muy bien, Larry, pero ¿por qué han venido a casa a estas horas y no a tu despacho durante el día? A ver, dime. Mira, cariño, los llamaré mañana o pasado, ahora ¿podemos dejarlo por esta noche? Su cuerpo permanece plantado delante de ella, aunque tiene la mirada vuelta hacia la tele. Son las nueve, dice Larry, quiero ver las noticias, ¿cómo es que no está Mark en casa ya? Ella mira hacia la puerta, la mano del sueño le rodea la cintura, va hacia él y le coge el bebé de entre los brazos. No sé, dice, he dejado de perseguirlo, tenía entrenamiento de fútbol esta tarde y seguramente habrá cenado en casa de algún amigo, o igual ha ido a ver a Samantha, son inseparables de un tiempo a esta parte, no sé qué le ve.

 

 

Conduciendo por la ciudad se ha irritado consigo mismo, cómo la cabeza se le va de aquí para allá, en pos de algo que busca y que, sin embargo, siente la necesidad de eludir. La voz por teléfono era de lo más práctica, casi amable, lamento llamar tan tarde, señor Stack, no le vamos a quitar mucho tiempo. Aparca en una callejuela a la vuelta de la esquina de la comisaría de la Garda de Kevin Street pensando cómo acostumbraba a estar la carretera general casi todas las noches, más concurrida sin duda, esta ciudad últimamente se ha vuelto demasiado tranquila. Se sorprende apretando los dientes mientras va hacia la recepción y relaja la boca para sonreír, pensando en los chicos, Bailey sin duda se habrá dado cuenta de que ha salido, ese crío es todo oídos. Observa la mano pálida y pecosa de un agente de guardia que habla por teléfono de manera inaudible. Lo recibe un joven inspector huesudo y enérgico de camisa y corbata, la cara cerosa y correcta, cuya voz coincide con la del hablante de antes. Gracias por venir, señor Stack, si es tan amable de seguirme, haremos todo lo posible para no quitarle mucho tiempo. Sube por una escalera metálica y sigue por un pasillo flanqueado de puertas cerradas antes de que le hagan pasar a una sala de interrogatorios con sillas grises y paredes de paneles grises y todo de aspecto nuevo, la puerta se cierra y se queda a solas. Toma asiento y se mira las manos. Mira el móvil y luego se pone en pie y pasea por la sala pensando cómo lo han dejado en desventaja, le han faltado al respeto, son bastante más de las diez de la noche. Cuando entran en la sala, descruza los brazos, acerca lentamente una silla y se sienta, ve al mismo agente enjuto y a otro de su edad un poco fondón, una taza cubierta de salpicaduras de café en la mano del hombre. El tipo mira a Larry Stack con un indicio de sonrisa o tal vez no es más que afabilidad lo que hay en las arrugas de su boca. Buenas noches, señor Stack, soy el inspector jefe Stamp y este es el inspector Burke, ¿quiere un té o un café quizá? Larry mira la taza manchada y hace un gesto de que no con la mano, se ve observando la cara del que habla, busca una imagen que intuye conocida. Le conozco de antes, dice, del fútbol en Dublín, ¿no?, usted jugaba de centrocampista en el UCD, debió de vérselas conmigo cuando se enfrentaron a los Gaels, por entonces éramos un portento, fue el año que los enterramos. El inspector jefe le escudriña la cara, las arrugas se han desplomado en torno a la boca, la mirada se ha vuelto opaca, un silencio inescrutable se adueña de la sala. Habla sin negar con la cabeza. No sé de qué habla. Larry percibe ahora su propia voz, la oye cuando habla como si él también estuviera en la sala presenciando la entrevista, se ve desde el otro lado de la mesa, se ve por la mirilla de la puerta, no hay otra manera de observar el interior, ni siquiera el espejo unidireccional que se suele ver en la tele. Oye su voz impostada, un poco demasiado informal, quizá. Claro que era usted, jugaba de centrocampista en el UCD, nunca olvido a un rival. El agente toma un trago de la taza y se enjuaga los dientes con el café, le sostiene la mirada a Larry hasta que este la baja a la mesa, pasa un dedo por el barniz descascarillado y luego vuelve a levantar la vista hacia el inspector jefe. Los huesos del rostro son más prominentes, sin duda, el contorno es más grueso, pero lo que dicen los ojos nunca cambia. Mire, dice, quiero quitarme esto de encima, tendría que estar en casa con mi familia a punto de ir a la cama, díganme, ¿en qué les puedo ayudar? El inspector Burke hace un gesto con una mano abierta. Señor Stack, sabemos que es un hombre ocupado, así que nos alegra tener ocasión de hablar con usted, hemos recibido una acusación de suma importancia, una acusación que le concierne directamente. Larry Stack ve cómo lo miran los dos individuos y nota que se le seca la boca. Algo se mueve en la sala, ahora lo nota, por un momento se queda de piedra y luego levanta la mirada y ve el plafón abovedado de la lámpara donde una polilla está atrapada y arremete furiosa contra el cristal, la cúpula ámbar sucia y llena de cadáveres de antiguas polillas. El inspector Burke ha abierto una carpeta y Larry Stack ve ante sí las manos exangües de un cura, ve en la mesa entre ellos una hoja impresa. Larry empieza a leer la hoja, parpadea lentamente y luego aprieta los dientes. Resuenan unas pisadas por el largo pasillo y remiten al cerrarse una puerta. Oye los golpeteos asordinados de la polilla, cobra conciencia un instante de que algo en su interior empieza a marchitarse. Levanta la mirada y ve al inspector Burke observándolo desde el otro lado de la mesa, los ojos que lo miran como si tuvieran la potestad de vagar libremente por sus pensamientos, tratando de desatar algo en su interior que no está ahí. Larry mira al inspector jefe que lo contempla ahora con el rostro distendido, y carraspea e intenta sonreír a los dos hombres. Agentes, ¿seguro que no me toman el pelo? Ve cómo perciben que la sonrisa se le esfuma de la boca, se sorprende cogiendo la hoja y agitándola. Esto es una locura, esperen a que se entere la secretaria general, apelará al ministro directamente, eso se lo aseguro. El joven inspector tose con elegancia en su puño y luego mira al inspector jefe, que sonríe y empieza hablar. Como sabrá usted, señor Stack, corren tiempos difíciles para el Estado, tenemos instrucciones de tomarnos en serio todas las acusaciones que nos llegan... ¿De qué coño habla?, dice Larry, esto no es una acusación, no tiene sentido, están retorciéndolo, cogen una cosa y la convierten en otra, parece como si lo hubieran escrito ustedes mismos. Señor Stack, sin duda estará al tanto de que en el mes de septiembre se aprobó la declaración del Estado de Excepción como respuesta a la crisis actual, es una ley que otorga disposiciones y potestades adicionales a la OSNG para velar por el orden público, así que debe entender lo que esto parece a nuestros ojos, su comportamiento se asemeja a la conducta de alguien que alienta el odio contra el Estado, alguien que siembra cizaña y malestar: cuando las consecuencias de un acto afectan a la estabilidad a nivel del Estado se nos presentan dos posibilidades, una es que el autor sea un agente que trabaja en contra de los intereses del Estado, la otra es que ignora sus actos y actúa sin intención de hacerlo, pero de todas formas, señor Stack, el resultado en ambos casos es el mismo, esa persona está al servicio de los enemigos del Estado y en consecuencia, señor Stack, le instamos a que haga examen de conciencia y se cerciore de que no sea el caso. Larry Stack permanece en silencio un buen rato, está mirando la hoja sin verla y luego carraspea y cierra los puños. A ver si lo entiendo bien, dice, ¿me están pidiendo que demuestre que mi comportamiento no es sedicioso? Sí, correcto, señor Stack. Pero ¿cómo voy a demostrar que lo que hago no es sedicioso cuando me limito a hacer mi trabajo como sindicalista, ejerciendo mi derecho amparado por la constitución? Eso es cosa suya, señor Stack, a menos que decidamos que hay que investigar más a fondo, en cuyo caso ya no será cosa suya y decidiremos nosotros. Larry ve que se ha levantado de la silla y tiene los nudillos apretados contra la mesa. Lo que aprecia en la cara es voluntad y entiende que lo han llevado allí para quebrarlo contra esa voluntad, una voluntad que no es sino la autorización de un absoluto que tiene la potestad de convertir un sí en no y un no en sí. Quiero que quede muy claro, dice, esto llegará a oídos del ministro y traerá cola, no pueden amenazar a un alto cargo del sindicato que está haciendo su trabajo, los profesores de este país tienen derecho a negociar mejores condiciones y a tomar medidas de presión laboral pacíficas que no tienen nada que ver con la supuesta crisis a la que se enfrenta el Estado, ahora, si no les importa, voy a irme a casa. El segundo inspector abre lentamente la boca y Larry está casi seguro de verlo, piensa en ello mientras va de regreso al coche y se queda sentado dentro un buen rato mirando cómo le tiemblan las manos sobre el regazo. Cómo la polilla parecía salir volando en libertad de la boca del agente.

 

 

Primero Ben a la guardería y luego los chicos a clase, Molly se apea por la portezuela del acompañante del Touran con los auriculares puestos mientras que Bailey da un portazo atrás, Eilish vuelve la vista por encima del hombro mientras él permanece con aire puntilloso ante el cristal colocándose la capucha de la parka. Se dispone a incorporarse al tráfico cuando una mano golpea la ventanilla, Molly le grita que pare, se abre la puerta y Molly coge la bolsa de gimnasia del suelo y desaparece. Esa luz invernal, un frío borrón de noviembre, Eilish se desplaza a través del tráfico consciente de su agotamiento, los ademanes automáticos, parada ante un semáforo en rojo no ve el día que tiene por delante sino cómo transcurrirá el día sin dejar huella, otro día olvidado y asimilado por el silencioso pasar de los días, se ve en el trabajo y cómo ya no considera su trabajo una carrera: el auténtico trabajo de un microbiólogo es pasar largas horas a la mesa del laboratorio buscando pruebas, testando hipótesis contra la realidad, contra aquello que un individuo aspira a creer, si la respuesta es verdadera o falsa se aprecia en el resultado. Ahora se pasa el día escribiendo emails y haciendo llamadas, es una especialista convertida en generalista sin bata blanca, gestiona el personal, va a la deriva durante las reuniones, plantea las preguntas equivocadas. Se sienta a la mesa y mira el correo y cambia la hora de una llamada a las cinco y media. Coge el móvil y llama a Larry. ¿Has rellenado las solicitudes de pasaporte que te pedí?, pregunta. Escucha, cariño, sigo un poco alterado, no me lo quito de la cabeza. Habla como si se le hubiera escapado el aire mientras dormía y al despertar se hubiera visto desinflado, sentado en el borde de la cama mirando el suelo. ¿Lo has contado en el trabajo?, pregunta ella. Lo oye hablar con un colega un momento tapando el teléfono con la mano. Las he dejado en el escritorio de arriba. ¿Qué has dejado en el escritorio de arriba? Las solicitudes de pasaporte. Larry, tienes que llamar a Sean Wallace y hablar con él, Estado de Excepción o no, todavía hay derechos constitucionales en este país. Quiero exponérselo directamente a la secretaria general, pero hoy está de baja con un virus. Dime una cosa, ¿sigue Sean paseándose por ahí con esa chica? Sean Wallace está hundido hasta el puto cuello con el juicio de Fitzgerald ahora mismo, no quiero molestarle, oye, ¿quién prepara la cena esta noche? Sigo creyendo que tienes que llamarlo, te toca a ti cocinar. Vale, tengo una reunión a las seis y media, pero voy a cancelarla, no estoy de humor. Larry. ¿Sí, cariño? Bah, nada. Ayer compré carne picada, puedes preparar hamburguesas, tengo que colgar. Finaliza la llamada, pero se queda un momento sentada con el teléfono en la mano con un mal presentimiento. Mira el móvil y vuelve a la llamada siguiendo su propia voz hasta el teléfono de Larry, la señal tiene que repetirse para llegar al móvil de Larry, un repetidor de red la recoge y la retransmite. De repente oye su propia voz como si se estuviera escuchando a sí misma en otra habitación. Habla con él, Estado de Excepción o no, todavía hay derechos constitucionales en este país. De pronto Eilish tiene frío, se levanta abruptamente de la silla y va hacia la cocina de la oficina pensando, en otros países, sí, pero aquí no tenemos esa clase de líos, los gardaí, el Estado, no pueden escuchar las llamadas, sería un escándalo. Piensa en el coche de la víspera aparcado delante de casa, piensa en la OSNG y los rumores que ha oído acerca de lo que se dice que ocurre, camino ahora de la cocina tiene la sensación un momento de que no conoce la habitación. Paul Felsner, el nuevo ejecutivo de cuentas globales, está delante de la máquina de café arreglándose el puño de la camisa. La máquina deja de zumbar con una suave sacudida y él se vuelve y sonríe sin que la sonrisa le llegue a los ojos. Ah, Eilish, esperaba verte, no respondiste a mi mensaje de voz, tuvieron que reprogramar la videoconferencia con Asakuki a las seis de la tarde. Hay algo falso en su rostro, piensa ella, debería tener los ojos oscuros, pero en cambio son verdes y nota que se le va la mirada a la chapa que lleva en la solapa del partido de la Alianza Nacional, el PAN, ese nuevo emblema del Estado. Vuelve a mirarle las manos y se fija en que son un poco demasiado pequeñas. Ah, no lo vi, dice, me temo que no podré hacer esa llamada, pero gracias por informarme.

 

 

Hay un caballo azul en la orilla y viene hacia ella, ahora cabalga junto al agua y no tiene edad, cabalga envuelta en luz, suena el teléfono abajo en el pasillo, sale cabalgando del sueño a la habitación. Larry está sentado en el borde de la cama frotándose los ojos. Por el amor de Dios, susurra Eilish, es la una y cuarto, ¿quién llama a estas horas? Más vale que no sea tu hermana, dice él. Se inclina hacia delante y va a la puerta al tiempo que alarga las manos hacia una sombra que extiende las alas convirtiéndose en una bata. Los pasos almohadillados de las zapatillas escaleras abajo mientras ella permanece tumbada escuchando la respiración de Ben en la cuna, una tos sofocada en la habitación contigua de los chicos. Las palabras amortiguadas de Larry llegan arriba y entran sin forma en la habitación, y se pregunta quién puede estar llamando, piensa en su hermana Áine en Toronto, ocurrió una vez hace años, ay, Dios mío, cuánto lo siento, hermanita, me he equivocado con las zonas horarias, me he tomado unas cuantas copas. Eilish cierra los ojos y busca el caballo azul en la playa, lo busca en el recuerdo, ¿qué edad tenías? Es invierno, el cielo bajo sobre el mar, toca los flancos del animal con los talones, la vitalidad vibrante bajo su cuerpo, el peso de Larry hunde el colchón a su lado. Me estaba quedando dormida otra vez, dice ella. Larry no habla sino que tiene la mirada fija en la pared y parece triste, le cuesta respirar, ella alarga la mano y le aprieta el brazo. ¿Qué pasa, Larry? Eilish enciende la lámpara y se incorpora, lo ve transformado en niño por la caricia de la luz, con un semblante ceñudo y burlón al volverse y carraspear. Era Carole Sexton, la mujer de Jim, estaba casi histérica al teléfono, Jim salió de la oficina ayer y no volvió a casa. ¿Eso es todo, Larry? Por un momento he pensado que ibas a decir que había muerto alguien. Eilish, ha dicho que se lo llevaron. ¿Quién se lo llevó? ¿Tú qué crees? La OSNG. ¿La OSNG? Sí, eso ha dicho. Pero eso no tiene ni pies ni cabeza, Larry, ¿a qué se refiere con que se lo llevaron? Lo arrestaron, supongo, lo detuvieron, resulta que alguien vio cómo lo metían en el asiento de atrás de un coche pero no se le ocurrió contárselo a nadie, ella se enteró después de hacer unas cuantas llamadas. Jim Sexton, vaya bocazas, ¿qué ha hecho? El caso, Eilish, es que nadie ha tenido noticias suyas desde entonces. Pero ¿ha llamado al abogado del sindicato, como se llame? Michael Given, no, nada, ni siquiera ha llamado a su mujer. Pero no se puede detener a alguien así sin darle recursos legales, estas cosas siguen unas normas. Carole dice que Michael está ahora en Kevin Street, pero le están dando largas y lo deja por esta noche, ni siquiera se puede hablar con la OSNG, por lo visto no tienen número directo, no entiendo por qué no me ha llamado nadie del sindicato, esto parece un lío de mucho cuidado. No es verdad. ¿Qué no es verdad? En la tarjeta de ese inspector jefe que vino la otra noche hay un número, un número de móvil, tú mismo llamaste, Larry, ¿qué ocurre? No lo sé, cariño, al parecer está furioso. ¿Quién está furioso? Michael Given. Asegúrate de que se la das, la tarjeta. Sí, no se me había ocurrido, voy a buscarla, ¿dónde la dejaste? La dejé en la repisa de la chimenea en la sala de estar, luego la metí debajo del reloj. Eilish, Carole me ha dicho que lo llevaron a comisaría la semana pasada, le dijeron que habían hecho una acusación contra él y ella dice que él se les rio a la cara, ya sabes cómo es Jim, por lo visto cuando preguntó si estaba detenido y le dijeron que no, recitó de pe a pa el artículo 40.6.I, sección tres, allí mismo delante de ellos, el derecho de los ciudadanos a constituir asociaciones y sindicatos, ya sabes, y dijo que tendría a la mitad de los profesores de secundaria de Leinster en un autobús camino de la ciudad si la huelga sigue adelante. Ella tantea con la mano la mesilla, coge el vaso de agua sin mirar y toma un trago. Larry, ¿hasta qué punto pueden suspender nuestros derechos constitucionales con esos poderes de excepción? No lo sé, no tanto, no así, la potestad de detener a alguien sigue sujeta a la ley, pero ¿qué es la ley si están ocurriendo cosas así? Mira, de momento seamos discretos, y no se lo cuentes a los chicos. Larry, no puedes hacer nada a estas horas, vuelve a la cama, haz el favor.

 

 

Eilish contempla el jardín de su padre. Viejos recuerdos estampados en las hojas húmedas, columpiarse de una cuerda, acurrucarse en los arbustos, voces que llaman desde el pasado, listos o no, allá voy. Ve cómo el fresno que su padre plantó cuando ella cumplió diez años descuella sobre la estrecha parcela. Bailey corre de aquí para allá entre la hierba crecida y da puntapiés a las hojas mientras Molly hace fotografías de las plantas hibernando. Eilish se vuelve de la mesa a la que está sentado su padre con la nariz hundida en un periódico, Ben duerme en la sillita del coche a los pies de ella. Eilish coge dos tazas y mira dentro, frota el borde con el dedo. Papá, mira estas tazas, ¿por qué no usas el lavavajillas?, tienes que ponerte las gafas cuando friegas, de verdad. Simon no levanta la mirada del periódico. Ahora mismo llevo las gafas, dice. Sí, pero tienes que ponértelas mientras friegas, estas tazas tienen cercos de té. Échale la culpa a la inútil de la mujer de la limpieza, nunca hubo una taza sucia en esta casa en vida de tu madre. Al verlo ahora se adentra en el sentimiento de su infancia, ve a su padre como era antes, la nariz aguileña y los ojos veloces, escudriñadores, la figura que ahora se encoge en la silla, la espalda que encorva el jersey de lana, los delgados huesos de los dedos insinuándose bajo la piel como de papel. Dobla el periódico, sirve el té y empieza a tamborilear con los dedos sobre la mesa. No sé por qué sigo leyendo esto, dice, no trae nada más que la gran patraña. Ella le coge el periódico y empieza a hacer el crucigrama con un boli. Sus dedos han dejado de tamborilear, sin necesidad de mirar sabe que la está examinando, pero cuando levanta la vista su padre tiene el ceño fruncido. ¿Quién es ese en el jardín con Eilish?, pregunta. Por un instante ella mira afuera y luego se vuelve hacia su padre al tiempo que le coge la mano. Papá, ese de ahí fuera es Bailey con Molly, yo estoy aquí mismo. Un gesto de perplejidad cruza el semblante de su padre, y luego parpadea y desestima su comentario con un movimiento de la mano, aparta la silla. Sí, claro, dice, pero siempre anda enfurruñada por ahí igual que tú, nunca está alegre como tu hermana. Ella lo mira ahora con una sonrisa dolida. Entonces las dos somos igualitas a ti, dice. Está mirando a Molly, se ve a sí misma en ese mismo cuerpo, el reloj que se dispone a dar la hora en el pasillo tañe tres veces desde su infancia. A esa chica no le pasa nada, añade, tiene catorce años, eso es todo, es una edad difícil, lo recuerdo a la perfección. Dirige la mirada de nuevo al crucigrama. Distintivo honorífico, dice, ocho letras vertical, la quinta es una G. Simon deja escapar la palabra «insignia» como si la hubiera tenido esperando en la punta de la lengua todo el rato. Lo mira a la cara contenta por él, ve la papada que cuelga en torno al cuello, los ojos medio ocultos bajo las capuchas de piel, y la mente que se desinfla. Eilish sirve el té pensando, no le digas nada todavía, al tiempo que observa a Bailey, de complexión tan delicada, mientras que Mark es todo músculo como su padre. Levanta la vista y dice, Larry está teniendo problemas en el sindicato, el Gobierno no quiere que el Sindicato de Profesores de Irlanda vaya a la huelga, lo citaron en comisaría, papá, y más o menos lo amenazaron, ¿no es increíble? ¿Quién lo requirió? La OSNG. Simon se vuelve y la observa sin decir nada, luego niega con la cabeza y se mira los dedos. Larry debería tener cuidado con esa gente, la OSNG, la Alianza Nacional la instauró para sustituir a la Unidad Especial de Investigación nada más llegar al poder, hubo cierto revuelo durante una semana y luego pasó, sin duda lo reprimieron, nunca habíamos tenido policía secreta en el Estado hasta ahora. Papá, se llevaron al organizador de zona de Leinster, sin derecho a llamada, sin abogado, lo tienen retenido, el sindicato está armando mucha bulla pero la OSNG guarda silencio. ¿Cuándo ocurrió? El martes por la noche... Molly grita y se vuelven y la ven retorcerse y hacer aspavientos mientras Bailey está colgado de una vieja cuerda y la tiene cogida entre las piernas. Se abate sobre Eilish la súbita mirada de su padre. Dime, dice él, ¿tú crees en la realidad? Papá, ¿qué quiere decir eso? Es una pregunta sencilla, estudiaste la carrera, ya entiendes qué quiere decir. Si lo dices así, sí, sé a qué te refieres, pero ahórrate el sermón. Él desvía un momento la mirada hacia el aparador donde hay altas pilas de periódicos amarillentos, revistas de temas de actualidad manoseadas, la vieja sonrisa le tira del labio dejando a la vista los dientes. Los dos somos científicos, Eilish, formamos parte de una tradición, pero la tradición no es más que aquello en lo que todo el mundo está de acuerdo: los científicos, los profesores, las instituciones, si cambia la propiedad de las instituciones, entonces se puede cambiar la propiedad de los hechos, se puede alterar la estructura de lo que se cree, aquello en lo que se está de acuerdo, eso es lo que están haciendo, Eilish, es así de sencillo, el PAN está intentando cambiar lo que tú y yo llamamos realidad, quieren enturbiarla como si fuera agua, si dices que una cosa es otra y lo repites lo suficiente, entonces debe de ser así, y si sigues diciéndolo una y otra vez la gente lo acepta como verdad; es una idea antigua, por supuesto, no es nada nuevo, pero estás viendo cómo ocurre en tu propia época y no en un libro. Ella ve viajar su mirada a un pensamiento lejano, intenta vislumbrar el interior de su mente, la mano moteada que saca un pañuelo arrugado del bolsillo del pantalón, se suena la nariz y luego vuelve a guardárselo. Tarde o temprano, la realidad se revela, dice, puedes hurtar cierto tiempo a la realidad pero la realidad siempre está a la espera, paciente, silenciosamente, para exigir el pago y equilibrar la balanza... Ben despierta con un balbuceo y mira de un lado a otro. Empieza a berrear y Eilish echa atrás la silla y lo acalla, lo coge en brazos y se lo lleva al pecho bajo un pañuelo. Le apetecen las comodidades de siempre, quiere llamar a los chicos y tenerlos alrededor, pero en cambio se encuentra con una sensación de oscuridad, una zona de sombra que busca extenderse. Coge aire y suspira e intenta sonreír. Acabamos de reservar las vacaciones de Pascua, vamos a quedarnos con Áine y sus amigos y luego viajaremos durante una semana, a las cataratas del Niágara si nos da tiempo, a otros lugares cerca de Toronto, los niños se lo pasarán en grande. Los ojos de Simon están a la deriva delante de ella y no sabe si la ha oído o no. Él levanta las manos de la mesa y se las mira fijamente, luego vuelve a posarlas y alza la vista. Quizá, dice, os deberíais plantear quedaros en Canadá. Ella retira al niño del pecho, se levanta de la silla y lo mira desde arriba. Papá, ¿qué se supone que significa eso? Significa que soy muy viejo para hacer nada ya, pero los chicos todavía son pequeños, se pueden adaptar con facilidad, aún hay tiempo para empezar de nuevo, se les pegará el acento en un abrir y cerrar de ojos. Por el amor de Dios, papá, hay que ver qué cosas dices, ¿no te parece que estás exagerando?, y qué hay de mi carrera y el trabajo de Larry y los colegios de los chicos, y luego est

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