La campesina

Alberto Moravia

Fragmento

Prólogo

Prólogo

La campesina (La ciociara), considerada por buena parte de la crítica italiana como la mejor novela de Alberto Moravia, se publicó en 1957, cuando su autor contaba en su haber con títulos que le habían procurado no solo un gran prestigio literario sino una muy considerable fama tanto en su país como en el resto de Europa, debido a las repetidas ediciones de Los indiferentes (1929) y, sobre todo, de La romana (1947). Se trataba de una fama internacional que la aparición de la presente novela no hizo sino acrecentar enormemente convirtiendo a Moravia en un autor cuya celebridad superaba los ámbitos meramente literarios para alcanzar los del gran público. Fenómeno este —el hecho de que un autor de reputada calidad literaria se convirtiera en un escritor casi popular— más bien inusual en la Europa de los años cincuenta. Cierto que hubo un factor muy determinante para que dicho fenómeno se produjera, y este factor fue el éxito mundial alcanzado por la versión cinematográfica de la novela, una película dirigida por Vittorio de Sicca e interpretada espléndidamente por Sofía Loren, estrella de la pantalla entonces ya más que famosa por sus cualidades físicas pero que, en La ciociara (Dos mujeres en España) sorprendió a críticos y público revelándose como una gran actriz. No obstante, cuando el film de De Sicca llegó al público, la novela de Moravia, en la que se basaba, era ya uno de los títulos más leídos de la narrativa europea de posguerra. Y varias eran las razones para que así hubiera sucedido.

Aparte de las cualidades literarias de la novela, de esa facilidad tan propia de Moravia para hacerse con el interés del lector, existen dos razones esenciales del éxito de La campesina. Una se asienta en el estilo preciso, diáfano, conciso, habitual en la narrativa del autor; la otra radica en su temática. Respecto al estilo, a la escritura de Moravia, a su estética narrativa, basta ceñirnos a sus propias palabras para definirlos: «mi estilo se basa en un principio muy simple: presentar cosas complicadas exacta y claramente, pero sin simplificarlas ni reducirlas: un máximo de claridad y, al mismo tiempo, un máximo de complejidad», declaró en diversas ocasiones. Un credo, el de Moravia, surgido del empeño de dejar atrás la tradición barroca d’annunziana y de la necesidad de establecer las bases de una nueva narrativa, y que originaría una de las últimas grandes corrientes novelísticas europeas: la novela realista italiana de los años cincuenta y sesenta, que iniciada por el propio Moravia, representarían autores de la talla de Elsa Morante, Vasco Pratolini, Elio Vittorini, Natalia Ginsburg y Cesare Pavesse, entre otros. En lo que se refiere a la segunda de las razones del éxito de La campesina, su temática, es decir, la guerra, forzoso es subrayar la época en que apareció la novela, esto es, finales del decenio de los años cincuenta, cuando Italia, y toda Europa, sufrían las recientes heridas de la segunda contienda europea. Los horrores de la guerra pesaban aún, y seguirían pesando durante mucho tiempo, en el ánimo de una Italia vencida, que había pasado de las ínfulas fascistas, que pretendieron hacer creer a un pueblo económicamente empobrecido la posibilidad de recobrar el esplendor y la gloria del Imperio de los siglos idos, a la derrota y a la miseria. Narrada desde la experiencia que de la guerra tiene su protagonista, una mujer perteneciente al pueblo llano, La campesina es exponente de la indiferencia que el pueblo, las clases económicamente desfavorecidas, sentían hacia la siniestra quimera fascista (la recuperación de los valores imperiales de la era clásica). En otras novelas suyas (en Los indiferentes, en El conformista, en La romana), ya Alberto Moravia había plasmado esa incredulidad popular respecto a las proclamas fascistas, desmintiendo así los intentos del poder para crear una fuerte complicidad entre los estamentos más económicamente débiles de la sociedad italiana y la nefasta ideología musoliniana. Según nuestro autor, el fascismo nunca fue un movimiento popular, sino un ideario de las clases pudientes italianas. Fueron, sobre todo, los representantes de la sociedad burguesa y católica quienes, después de la primera guerra europea, protagonizaron la ascensión del fascismo como arma capaz de arrastrarles a superar la decadencia en la que se asentaban desde hacía más de medio siglo y capaz, sobre todo, de frenar el avance del comunismo entre la clase obrera. A esta clase, a la burguesía dominante, hipócrita, egoísta y cruel, pertenecen justamente Marcello, el protagonista de El conformista, o los personajes de Los indiferentes, novelas de Moravia anteriores a La campesina, cuya protagonista, Cesira, lo mismo que Adriana, personaje central de La romana, son, contrariamente a los ejemplos citados, mujeres del pueblo llano y, de acuerdo con las tesis políticas del autor, viven de espaldas a los ideales fascistas. Eso sí, pese a tener en común ese sentimiento de ajeneidad respecto a las fuerzas políticas que dirimen el destino de sus compatriotas, Cesira y Adriana (protagonistas de La campesina y de la La romana, respectivamente) viven sus consecuencias de manera muy distinta: la andadura existencial de Adriana tiene lugar en una Roma ya convulsa por la ascensión del fascismo pero anterior a la segunda guerra europea; en cambio, la de Cesira se ve esencialmente alterada por la crueldad y los sinsabores de la contienda.

Narrada en primera persona por su protagonista femenina, Cesira, La campesina es la historia de una mujer procedente de una familia de labriegos, que se trasladó a Roma a raíz de su matrimonio con un comerciante, un hombre mucho mayor que ella, mujeriego e inútil para la gestión de la pequeña tienda que posee. Mujer de talante positivo y enérgico, Cesira se hace cargo del establecimiento de comestibles y de la educación de su hija, Rosetta. Su carácter básicamente materialista la induce a vivir su viudedad y los problemas de la guerra que asola Italia con pragmatismo: por un lado, la pérdida de un marido tiránico y un tanto brutal supone para ella más una liberación que una carencia digna de lamento; por otra, la guerra ocasiona en su entorno una falta generalizada de productos alimenticios básicos, que ella ha ido almacenando, cuya demanda propicia el encarecimiento abusivo de los mismos y, por tanto, una fuente de beneficios inesperados que no deja de aprovechar. Hasta que, en septiembre de 1943, a raíz de la ocupación alemana, decide abandonar Roma para dirigirse con su hija al campo, a la Ciociaria, lugar de donde procede y donde vive su familia.

Sin embargo, el tren en el que viajan madre e hija ve interrumpido su recorrido y se ven obligadas a refugiarse durante un año, primero en Santa Eufemia, en el valle de Fondi, en una casa de campesinos que las acogen a cambio, por supuesto, de dinero. El ambiente rural, la crudeza de las relaciones humanas entabladas entre las gentes del campo en época de miseria y de escasez de alimentos, era un tema bien conocido por Alberto Moravia, ya que, por la misma época en que transc

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