Pásate de la raya

Salman Rushdie

Fragmento

ensayos 101

Adaptando Hijos de la medianoche

Esta es la historia de una producción que nunca existió. En 1998 escribí los guiones de una adaptación televisiva, de cinco episodios y 290 minutos, de mi novela Hijos de la medianoche, un proyecto en el que dos escritores, por lo menos cuatro productores y todo un equipo de producción apasionadamente entregado trabajaron durante más de cuatro años, y que se hundió por razones políticas cuando todo estaba preparado y solo faltaban unas semanas para que comenzaran las tomas principales.

Hijos de la medianoche se publicó en 1981 y, cuando ganó el Booker Prize ese otoño, se habló de convertirla en película. El director Jon Amiel, que estaba muy «de moda» entonces por su éxito televisivo con The Singing Detective (El detective cantor) de Dennis Potter, estaba interesado, pero el proyecto nunca despegó. También se puso en contacto conmigo Rani Dube, una de las productoras del muy oscarizado Gandhi de Richard Attenborough. Se mostró muy interesada en hacer una película con mi libro, pero luego dijo que estimaba que los últimos capítulos decisivos de la novela —sobre los excesos del gobierno autocrático de Indira Gandhi durante la llamada Emergencia de mediados de los setenta— eran realmente innecesarios y podrían omitirse con facilidad en cualquier película. De forma nada sorprendente, ese enfoque, que la señora G. hubiera aprobado sin duda efusivamente, no fue bien acogido por el autor del libro. La señora Dube se batió en retirada y, después de eso, todo quedó tranquilo en el frente cinematográfico. Aparté de mi mente todo pensamiento de una adaptación cinematográfica o televisiva. A decir verdad, no me molestó mucho. Libros y películas son lenguajes diferentes, y los intentos de traducción fracasan con frecuencia. La magnífica recepción que había tenido la novela me bastaba con creces.

Pasaron doce años. Luego, en 1993, Hijos de la medianoche fue nombrado Booker of Bookers, en opinión de los jueces el mejor libro que había ganado el premio en su primer cuarto de siglo. Ese gran cumplido atrajo la atención no de uno sino de dos canales de televisión y, en unas semanas, me encontré en la afortunada posición de ser cortejado tanto por el Canal Cuatro como por la BBC. Era una competición reñida, pero al final preferí la BBC porque, a diferencia de Canal Cuatro, podía financiar y producir la serie misma; y por la tranquilizante presencia de mi amigo Alan Yentob en el timón creativo de la empresa. Confiaba en que Alan gobernaría el proyecto con seguridad a través de cualesquiera dificultades que pudieran aguardarlo.

No mucho tiempo después, el Canal Cuatro contrató Un buen partido, de Vikram Seth, y entonces hubo dos «proyectos indios» en marcha. Me animó pensar que la televisión británica estaba dispuesta a invertir tanto tiempo, pasión y dinero para llevar a la pantalla esas dos novelas contemporáneas, muy diferentes, de un mundo tan lejano. Podíamos ser un cambio bien acogido, o así lo esperaba yo, de las muchas adaptaciones de dramas de época del canon literario inglés que se producían todos los años.

Desde el principio dije claramente a Alan Yentob y al productor original, Kevin Loader, que preferiría no escribir yo la adaptación. Había dedicado ya años de mi vida a escribir Hijos de la medianoche, y la idea de volver a hacerlo era a la vez intimidante y poco atractiva. Sería, por tomar prestada la memorable condena por Arundathi Roy del acto de reescribir, «como respirar el mismo aire dos veces». Además, no tenía experiencia en escribir para la televisión en gran escala. Lo que necesitábamos, o así razonaba yo, era un profesional de la televisión a quien le gustase mi libro pero fuera capaz de remodelarlo para que se adaptara al medio, muy diferente, en que se disponía a entrar. En pocas palabras, necesitábamos un traductor experto.

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Nos pusimos en contacto primero con el muy considerado Andrew Davies, que volvió a leer Hijos de la medianoche, se lo pensó un tiempo y acabó por rehusar, diciendo que, aunque admiraba la novela, no conocía suficientemente la India para poder confiar en el éxito. Luego, Kevin Loader propuso a Ken Taylor, el adaptador de The Jewel in the Crown (La joya de la Corona) para Granada TV. Accedí enseguida a la sugerencia. No admiraba el llamado Cuarteto Raj de Paul Scott, pero había pensado que su adaptación televisiva, con sus altos valores de producción, brillantes actuaciones y guiones excelentemente construidos, mejoraba notablemente el original. Y, naturalmente, como resultado de su trabajo en la Joya, Ken sabía mucho de la India.

En nuestra primera reunión, Ken, aunque evidentemente atraído por el proyecto, expresó preocupación por la naturaleza del texto que habría que adaptar. El arte dramático televisivo ha estado dominado desde hace tiempo por el naturalismo, y las inclinaciones e instintos dramáticos del propio Kent eran fuertemente naturalistas. ¿Cómo podía abordar una novela que tenía un contenido tan alto de material surrealista y fabulador? ¿Qué podía hacer con narices hipersensibles y rodillas letales, enfermedades optimistas y fantasmas en descomposición, hombres zumbadores y adivinos levitantes, telépatas y brujas, y mil y un niños mágicos, de hecho la idea central de la novela, el que Saleem Sinai, un niño nacido en el momento de la independencia de la India, se hubiera visto de algún modo «esposado a la Historia» por la coincidencia y, como resultado, toda la historia de la India moderna hubiera podido ser de algún modo culpa suya?

Le dije que, por muy fabuladas que fueran algunas partes de la novela, el conjunto estaba profundamente arraigado en la vida real de los personajes y la nación. Muchos de los momentos aparentemente «mágicos» tenían explicaciones naturalistas. El adivino que parece levitar está sentado en realidad, con las piernas cruzadas, en un estante bajo. Hasta el descubrimiento «telepático» por Saleem de otros «niños mágicos» puede entenderse como un ejemplo extremo de amigos imaginarios inventados por niños solitarios. La idea de Saleem de que es responsable de la Historia es cierta para él, le dije, pero puede serlo o no para nosotros.

Y Saleem está rodeado por todas partes por la verdadera historia de la India. Al publicarse el libro, los críticos occidentales solían fijarse en sus elementos más fantásticos mientras que los críticos indios lo trataban como un libro de Historia. «Yo hubiera podido escribir su libro —me dijo un lector aduladoramente en Bombay—. Conozco todo eso.»

Un tanto tranquilizado, Ken accedió a hacerse cargo de la tarea. Es fácil ser listo a posteriori, pero ahora pienso que fue un gran error por mi parte «vender» a Ken esa visión naturalista del libro. Supongo que pensé que le permitiría dar forma a la estructura dramática del serial y, si los guiones necesitaban una inyección de «antinaturalismo», eso se podría hacer luego. Las cosas resultaron más complicadas.

¿Quién dirigiría los guiones? Demasiado pronto para pensar en eso, me dijeron; primero el guión, el director luego. Y ¿habría dificultades para obtener la aprobación de la película por el Gobierno de la India? Yo esperaba que no; después de todo, la novela misma había estado libremente disponible por toda la India, de manera que ¿qué razón podría haber lógicamente para oponerse a una película basada en ella? En aquellos primeros tiempos era fácil aparcar esas cuestiones hasta más tarde.

Ken se puso a trabajar meticulosamente en un guión en siete episodios, y yo volví a escribir mis cosas. En aquellos años estaba acabando El último suspiro del moro, comenzando <

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