Candidato

Antonio J. Rodríguez

Fragmento

cap-0

PREFACIO

LA EXTREMA IZQUIERDA DEL CENTRO

A Silván Salas lo conocí antes de marcharse a París a preparar Mujeres, su libro de entrevistas a personalidades y ciudadanas europeas con que trataba de dar sentido a la identidad europea desde una perspectiva de género. Entonces su bibliografía se reducía a unas cuantas contribuciones regulares en prensa, además de un librito publicado en una editorial menor que reunía sus mejores artículos. Con todo, el profesor ya era conocido en determinados círculos periodísticos e intelectuales. Aquella colección de artículos me dio pie a entrevistarle por primera vez en un café de Bilbao, Madrid. De aquel encuentro hubo varias cosas que me llamaron la atención, de las que aquí destacaré tres: una, su coquetería; dos, su habilidad para ubicarse a una distancia prudencial entre los intelectuales liberales y los de izquierda, sin hacer demasiado contorsionismo político ni parecer un enfant terrible de provocación hueca; y, tres —lo admitiré—, sus ideas políticas, más tarde resumidas en un eslogan de la prensa política adversaria que lo describía como «la extrema izquierda del centro».

Tras esa entrevista vinieron otras. Su ensayo sobre Europa me dio la oportunidad de escribir el primer artículo largo que se hizo sobre él, en donde le consideré como algo más que una joven promesa del pensamiento. Aún hoy desconozco si fue una sensibilidad generacional compartida, pero creo de veras que fui de los pocos periodistas que se tomó aquel libro cien por cien en serio. La cuestión es que gran parte de las críticas y comentarios que había recibido, sobre todo de aquellos que hablaban bien de él, resultaban muy condescendientes, cuando no desagradables. Es fácil imaginar por qué: el hecho de que Salas no se casara con nadie, sumado a una perspicacia intelectual que acomplejaba a todos los que no estaban de su lado, le pasó factura. Hablando en plata, no puedes tener veintitantos años, escupir con chulería en la obra de buena parte de tus pensadores contemporáneos o de generaciones anteriores, y esperar que todo el mundo te aplauda. Aferrarse a una independencia ideológica como la suya se paga caro, aunque también tiene sus recompensas.

Su meteórica trayectoria política me hizo sentir la necesidad de escribir su historia como merecía ser contada. Hablé con él y estuvo de acuerdo; entre Silván y yo siempre hubo química y buen entendimiento. Conseguí entonces arreglar un método de trabajo que a Silván, a mi editorial y a mí nos convenían: durante la campaña, yo seguiría a Silván y dispondría de todo el tiempo que él pudiera concederme en el momento que él precisase, lo cual se tradujo en un número de entrevistas que oscilaban entre dos y cinco por semana. A cambio, yo me comprometía a no publicar nada durante la campaña, a no relacionarme con el resto de los periodistas, a no extralimitarme en mis preguntas sobre la estrategia del partido y a conversar con él esencialmente sobre su trayectoria y sus ideas. Para Silván, aquellas entrevistas fueron una especie de psicoanálisis, una buena forma de desconectar de la pre­sión que suponían las semanas previas a los comicios generales.

Un detalle importante de aquel acuerdo era que Silván se comprometía a facilitarme los contactos que yo necesitase para ampliar información, lo que finalmente acabó convertido en un archivo documental que acumula medio cen­te­nar de conversaciones con gente cercana al ensayista y político.

Pero mientras yo sumaba y sumaba información, pasó algo: empecé a sentir que si quería publicar el retrato de Silván que yo veía nítido en mi cabeza, entonces tendría que entrar en espacios íntimos en los que él ya no se sentía tan cómodo. Así pues, cuando acabé el primer borrador de mi libro, apenas una semana antes de las elecciones, se lo hice llegar a Silván. Su respuesta fue tajante: si publicaba aquello, me demandaría. Nuestra amistad acabó ahí.

Tengo la convicción de que en todo momento fui respetuoso con él y con su entorno, pero puedo entender que le disgustase mi manera de retratar ciertos instantes de su vida. Como le había dejado claro ya desde el primer momento, mi semblanza de él implicaría luces y sombras; a pesar de la admiración intelectual que expresaba hacia su figura, yo no estaba dispuesto a hacer un perfil elogioso, enlatado o prefabricado, como tantos otros que empezaron a circular cuando llamó la atención como asesor del partido al que servía. Para más inri, los abogados de mis editores me disuadieron de publicar aquel reportaje, ni siquiera como biografía no autorizada. En un proceso judicial, yo tenía las de perder. Decidí entonces transformar los materiales que había acumulado en una novela, dando lugar así a un texto híbrido al que van a parar dos tradiciones en apariencia enfrentadas: la investigación periodística y la novela que sondea espacios de la psique de los que pocos se atreven a hablar en público.

Tampoco me cabe la menor duda de que este libro no pasaría el filtro del político, a pesar de que, como ya hice entonces con toda la no ficción que escribí sobre él, siempre me he cuidado de mantener y defender la integridad moral de todos y cada uno de los personajes implicados. Soy consciente, además, de que este libro irritará a mis colegas periodistas, que entenderán este texto como una violación de la deontología implícita en nuestro oficio. En cuanto a mí, la elaboración de Candidato me sirvió para darme cuenta de algo: nunca jamás habría sido tan honesto y salvajemente real con Silván como utilizándolo como base para construir un personaje de ficción. La pega de esto es que el lector nunca terminará de saber cuánto hay de verdad y cuánto de invención en lo escrito, pero para el caso, ¿qué importa? Lo anecdótico es solo eso, prescindible. De no ser por la ficción, me hubiese sido imposible vehicular un gran conjunto de verdades que articulan lo más profundo, interesante y seductor de un personaje carismático, frágil, pasional, arrollador e inteligente como Silván Salas. En otro orden de cosas, también reconoceré que, en algún momento de la escritura de Candidato, nuestro protagonista se deshizo de su referente y echó a volar solo, con independencia de la huella constante del hombre que alumbró el camino a este personaje.

Dicho esto, todo lo que el lector tiene en adelante se trata de una obra estrictamente de ficción, una novela que, como todas las novelas, atiende y se inspira en la realidad.

Agradecido,

ANTONIO J. RODRÍGUEZ,

Hotel Fontaines du Luxembourg,

París, primavera de 2019

ded

CANDIDATO

porta-2

I

AZUL KLEIN

Suscríbete para continuar leyendo y recibir nuestras novedades editoriales

¡Ya estás apuntado/a! Gracias.X

Añadido a tu lista de deseos