Nino en la noche

Simon Johannin
Capucine Johannin

Fragmento

cap-1

1

—¿Paradis? ¿Nino Paradis? Pero ¿quién coño es tu madre, Amélie Poulain? ¿Qué has venido a buscar aquí, Nino? ¿Quieres deshacerte de tu nombre?

El tipo no levanta la cabeza de mi pasaporte, y como no digo nada vuelve a empezar.

—¡Que qué has venido a hacer aquí!

—Quiero servir a mi país, quiero ser útil por si hay otro atentado.

—La gente que quiere ser útil y jugar al boy-scout se mete en la policía. Tú si estás aquí es porque eres un muerto de hambre o porque estás harto de tu vida o porque te estás escondiendo, pero ya te puedes ir enterando de que no te va a servir de nada. Que no entreguemos a nadie a las autoridades civiles no significa que no podamos resolver los problemas por nuestra cuenta. Y tú, chaval, tú tienes cara de problemas. Así que investigaremos tu pasado hasta averiguar cuál de tus diez dedos fue el primero que te metiste en el culo. ¿Has tenido alguna vez problemas con la justicia, Nino? ¿Eres marica?

—No, nunca he estado en prisión.

—SARGENTO, cuando te dirijas a mí me llamas SARGENTO.

—Nunca he estado en la cárcel, sargento.

—¿Y entonces qué, eras camello? ¿Vendías droga?

—No, sargento.

—¿Y qué has hecho?

—Una pelea, eso es todo.

—Ya es algo. Aquí te vamos a llamar Paul Dubois, serás canadiense, nacido en Montreal el catorce de febrero de mil novecientos noventa y seis. Déjalo todo sobre la mesa, el teléfono y lo demás, ahí junto al escritorio. Ahora lárgate de aquí y me haces pasar al chino que viene detrás.

Joder, este tipo en vez de pelotas tiene erizos de mar, no va de coña.

Me levanto, recojo la mochila que acaba de vaciar y vuelvo a meter dentro los tres calzoncillos, los seis calcetines, las tres camisetas, las chanclas de plástico con tres rayas blancas, la toalla y el neceser y al salir le digo al siguiente que ahora la bronca le toca a él.

Tengo los hombros mojados por la lluvia, al venir me ha caído un chaparrón, vaya mierda.

—¿Eres tú, el que acaba de salir de la oficina? Te me pones detrás de la línea y me haces siete flexiones con los brazos extendidos, y luego a sentarte con los otros.

Dejo la mochila bajo el soportal, corro hasta la línea, hago diez para que quede claro que está todo bien y vuelvo a sentarme donde no llueve, junto a la oficina, a esperar que vaya pasando todo el personal.

Es la primera criba, a los que no tienen bastante fuerza en los brazos los despachan enseguida, han llegado hasta aquí para fallar en las flexiones y cagarla, ya hay tres que van a tener que largarse por eso. Está claro, esto es el ejército pero en peor, si uno no puede levantar su cuerpo mejor no intentarlo.

—¡VENGA, AL VESTUARIO! ¡AQUÍ LO HACEMOS TODO CORRIENDO!

Ese que grita es el sargento, así que corremos hasta la sala blanca y vacía del otro lado del patio, donde nos espera un legionario que se enciende tan rápido como el otro.

—¡DESNUDAOS, QUITÁOSLO TODO, LOS CALCETINES LOS CALZONCILLOS, TODO EL MUNDO EN PELOTAS! ¡MÁS RÁPIDO, QUE ESTO NO ES UN PUTO ASILO PARA REFUGIADOS!

Mientras la treintena de voluntarios que debemos de ser aquí nos quitamos toda la ropa que llevamos, nos van pasando unos equipos de deporte azules, todos iguales.

—SI OS VA GRANDE O PEQUEÑO OS LO CAMBIÁIS CON EL DE AL LADO. AHÍ TENÉIS LOS CALZONCILLOS NUEVOS. SE HAN ACABADO ESAS MAMARRACHADAS DE CIVIL CON LAS PELOTAS COLGANDO DE UN LADO A OTRO, ¿COMPRENDIDO?

—COMPLENDIDO.

—COMPRENDIDO CABO PRIMERO, LAS TRES RAYITAS AQUÍ EN EL PECHO QUIEREN DECIR CABO PRIMERO, ¿COMPRENDIDO?

—¡COMPLENDIDO CABO PLIMELO!

Lo hemos pillado todos más o menos enseguida, gritar comprendido cuando nos piden comprendido, aunque en verdad es lo único que ha entendido la mayoría, porque aquí los que hablamos francés no somos tantos. Los que no comprenden miran a los que sí y hacen lo mismo.

Los que se olvidan de gritar cuando toca fijo que no duran mucho porque de momento es todo lo que se espera de nosotros: gritar todos a una cada vez que ellos nos gritan. Más o menos lo que te esperas cuando vienes aquí.

Una vez vestidos, el legionario cabo primero nos manda a la carrera al centro del patio, donde nos espera el sargento. Nos colocamos bien rectos bajo la lluvia, más o menos en columnas y siguiendo las órdenes que nos grita el sargento.

—CUATRO COLUMNAS DELANTI DE MÍ.

Estar así entre tíos tampoco está tan mal, todos en fila bajo la lluvia vestiditos de azul. Y una vez bien colocados donde menos cómodo se está, el sargento empieza a explicarnos lo que hay que saber.

—ESTO ES COMO OTRO PLANETA, UNA INMESIÓN ABSOLUTA, AISLADOS DEL MUNDO EXTERIOR. NADA DE ESCRIBIR, NADA DE LLAMAR POR TELÉFONO, NADA DE SALIR. LAS REGLAS NO TIENEN MUCHA COMPLICACIÓN, A QUIEN NO LE PAREZCA BIEN YA PUEDE COGER EL PORTANTE, LA GUÍA DEL TROTAMUNDOS Y LARGARSE A LA PUTA MIERDA. ¿COMPRENDIDO?

—¡COMPLENDIDO SALGENTO!

Esto es para flipar, los que podemos apreciar la magia verbal del colega de John Wayne debemos de ser unos seis o siete, cuánto lo siento por los otros. Como no entienden nada, los pobres hacen como si acabasen de oír algo superserio.

Tienen todos pinta de no hacer preguntas, de no haber comprendido nada pero comprender al menos que si no lo comprenden tienen que hacer como que sí. No se espera menos de ellos, son gente motivada. Lo dicho, un flipe.

Yo también estoy motivado, pero el hecho de que yo sí comprenda la ironía del jefe, incluido cuando habla de mi madre, no juega precisamente a mi favor. Mejor me olvido y me concentro en lo que tenga pinta de orden.

Aún si gritamos SARGENTO, seguimos sin llegar a ninguna parte, es como si todavía estuviera fuera. Aún no hay nada decidido. Así que mientras espero algún tipo de certeza voy haciendo lo que me dicen. De momento no están tan mal, estas flexiones entre maromos bajo la lluvia.

A pequeños pasos vamos avanzando en dirección al comedor, una cantina en la que nos sirven calamares fritos y alubias verdes con una extraña salsa marrón. Por mí todo bien, el plato no me asusta, estoy acostumbrado a este rancho de camionero, pero los que vienen de la otra punta del mundo no parecen tener la misma confianza en que las cosas empanadas pueden comerse. Nadie rechista y todo el mundo coge su parte.

Una vez a la mesa, tenemos derecho a un BUEN PROVHECHO al que respondemos BUEN PROVECHO SARGENTO, pero como aquí hay gente de una veintena de países suena a BON PLOECHO SALGENTO. Trato de aguantarme la risa al ver a ese tipo de los Balcanes que hay al final de la mesa voceando como si se tratase de una especie de fundamento patriótico que tuviésemos que interiorizar. De alguna forma no se equivoca. No te preocupes, colega, tu respeto por el apetito del sargento ha quedado bien clarito. Una vez sentados, a todos se la suda la pinta que tiene el plato y se ponen a comer. Cuando le pregunto al tipo de mi lado de dónde viene empiezo a entender por qué.

—Tayikistán.

Entre los otros de la mesa hay también un etíope, dos nepalíes y el tipo que viene de un país del Este que no conozco o que no he entendido cuando lo ha dicho.

Pero la cosa no cambia mucho, hay que engullirse este plato de caucho con salsa marrón. No comentamos nada, aparte de los dos nepalíes nadie habla la misma lengua,

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