Un lugar en el mapa

Shaun Prescott

Fragmento

cap-1

1
EL PUEBLO

 

Solo era posible ver el pueblo en toda su extensión si pasabas mucho tiempo en él. Entonces podías observar cómo los límites resplandecían en los bordes y saber qué significaban esos bordes.

Solo después de haber pasado muchos años en el pueblo era posible advertir la singularidad de ciertos aspectos de las visiones conocidas. Entonces podías detenerte al final de una calle tranquila a una hora determinada y desde un ángulo concreto fingir que estabas en otro lugar, pararte delante de la antigua fábrica de gas y, al levantar la vista, creer por un momento que habías accedido a uno de esos mundos hipotéticos que existían más allá del pueblo.

Cuando estás en ciertos pueblos, el resto del mundo desaparece, de ahí que sea lógico que, para el resto del mundo, algunos pueblos también desaparezcan o sean una fantasía, un pueblo fantasma o un punto puramente decorativo en un mapa. Un lugar colocado con recelo por un cartógrafo impaciente por llenar un espacio solitario.

Cuando llegué al pueblo, me puse a buscar una cafetería donde sentarme con regularidad y que me sirviera de punto de encuentro una vez hubiera hecho amigos. Dando vueltas por un centro comercial, escogí una llamada Michel’s Patisserie desde la que se veían los Big W. En lo alto de las escaleras mecánicas un hombre vendía trapos de cocina e imanes para la nevera con la bandera australiana. Sentado en la cafetería pensé: bueno, es un comienzo. Ya tengo un lugar aceptable donde quedar con la gente que vaya conociendo.

El centro comercial era como los que se ven en todos los pueblos del Central West, y pertenecía a una de las dos grandes corporaciones que competían por hacerse con la zona. Me tomé mi primer café y pensé en el trayecto que me había llevado hasta allí como una manera de premiar a mi yo anterior, que hacía apenas una hora había albergado la vaga sospecha de que no llegaría a ninguna parte.

Más tarde deambulé por el centro comercial. Eché un vistazo en Sanity y pensé en los cedés que compraría en cuanto encontrara trabajo. Luego curioseé en Angus & Robertson y tomé nota mentalmente de los libros que compraría, leería y comentaría con la gente con la que quedara en la cafetería que daba a los Big W una vez la hubiera conocido. Me compré un pan relleno de queso y beicon en el Bakers Delight y me senté a una mesa de afuera para comérmelo.

La calle mayor del pueblo abarcaba cinco manzanas, a donde iban a parar calles más pequeñas con tiendas a ambos lados. Había soñado con ese pueblo. En mi sueño había un piso en la segunda planta de un edificio de una calle transversal. El piso daba a una gasolinera, y yo estaba sentado en el balcón con una mujer. Fumábamos cigarrillos y bebíamos jarras de cerveza. Supongo que ese sueño surgió de las veces que había recorrido aquel pueblo en el pasado, a lo largo de la calle mayor, yendo de un pueblo a otro sin detenerme nunca por el camino, ni siquiera para tomar un refrigerio.

Ese sueño no había sido el catalizador de mi llegada al pueblo, pero cuando entré en él aquel día me induje a creer que sí. Recuerdo que, para dar solemnidad al momento, pensé que había sido un sueño importante. Sabía que me engañaba a mí mismo, pero era un engaño inofensivo.

Me instalé en casa de un tal Rob. Me subalquiló una habitación en una casa cercana a la escuela que había visto anunciada en el periódico local. Aunque estaba deseando conocer gente, no tenía ningún deseo de saber más sobre Rob, ya que era un entusiasta del deporte. Me preguntó qué equipo seguía y respondí que el Australia. De vez en cuando él y sus amigos veían algún partido en la sala de estar mientras bebían. Intercambian valoraciones serias sobre cada deportista y hablaban de ellos como si los hubieran tratado en la vida real.

Yo le pagaba el alquiler directamente a Rob y él se lo daba a sus padres, que eran los propietarios. Cada semana dejaba en el cajón de la cocina un sobre cerrado en el que ponía ALQUILER. En los momentos en que era ineludible tener contacto directo con él, hablábamos de nuestros planes para el fin de semana, aunque fuera un martes. Una vez le comenté que escribía un libro sobre los pueblos que estaban desapareciendo en el Central West, la región de Nueva Gales del Sur. Me respondió que se iba a tomar una cerveza.

Rob no mostró ningún interés en mí hasta que una noche regresó tarde a casa después de una gran final y me encontró preparándome la cena en la cocina. Me dijo que le sorprendía lo poco que salía, y que una gran final era la ocasión perfecta para «socializar». Mentí y le dije que ese día era el aniversario de la muerte de mi padre y que, además, estaba ocupado con mi libro sobre los pueblos que desaparecían. Esta vez pareció admirar que intentara escribir un libro y me preguntó si le dejaría leerlo. Le respondí que podía leerlo cuando quisiera, estuviera terminado o no, porque fluía de mi mente a la página en un estado que en ese momento me parecía totalmente acabado. No creía que necesitara corregirlo siquiera y mucho menos redactar un segundo borrador, porque era un libro muy fácil de escribir. No sería una obra maestra, pero funcionaría sin duda como libro al uso. Rob dijo que le gustaría leer algo en ese mismo instante, de modo que lo llevé a mi habitación, lo senté frente a mi ordenador y le busqué un pasaje que me parecía especialmente interesante.

Era sobre el pueblo de Meranburn. Lo había escrito días atrás en un estado de aturdimiento. Mientras lo escribía había tenido la sensación de estar sentado con las piernas cruzadas junto a la estación en ruinas de Meranburn. Rob lo leyó y quiso saber dónde estaba, así que le expliqué que había que hablar de Meranburn en pasado, pues ya no existía. Sugirió que entonces era un pueblo fantasma, a lo que respondí que no era lo que él entendía por pueblo fantasma. No había sufrido una crisis, ni sus habitantes habían acudido a las poblaciones más próximas para buscar trabajo, ni sus edificios se habían venido abajo. Meranburn simplemente había desaparecido. De ahí el título del libro, dijo Rob, Los pueblos del Central West que desaparecen. No comentó si le había gustado o no el pasaje, solo que de pronto tenía curiosidad por el pueblo de Meranburn. Y añadió que en realidad no estaba desapareciendo, ¿no? Ya había desaparecido.

Conseguí trabajo como reponedor en Woolworths. Me compré una grabadora de bolsillo, y me grababa en casa leyendo en voz alta mi libro para escucharme luego mientras colocaba los productos con cuidado en los estantes. Como reponedor no se requería que me comunicara mucho con los clientes, aunque estos a menudo me pedían que los ayudara a encontrar un artículo en particular, a lo que siempre respondía que no sabía dónde estaba.

A veces no me sentía satisfecho con mi libro al escucharme en el supermercado. Quería que hubiera una sección, un capítulo o al menos un pasaje que horrorizara realmente a la gente. Quería que mi escritura estuviera impregnada de algo que llenara de terror a quien lo leyera. Quería que hubiera un único pasaje que reflejara mi vaga noción de que los pueblos del Central West de Nueva Gales del Sur que estaban desapareciendo tenían que ser tan importantes para el lector y para el mundo como lo eran para mí. Durante esos arranques de

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