Adondequiera que uno se vuelva, se ve la ciudad de Libourne.
ONÉSIME RECLUS, Le Partage du monde
11 de diciembre
He decidido llamar a este lugar El Pensamiento Salvaje, por supuesto.
Llegué hace dos horas. Todavía no sé qué voy a escribir en este diario, pero bueno, impresiones y notas que constituirán un material importante para mi tesis. Mi carné de etnógrafo. Mi diario de campo. He tomado un taxi desde la estación de Niort (dirección: norte-noroeste, quince kilómetros, una fortuna). Por la derecha de la comarcal paisajes de llanura, campos interminables, sin cercas, no demasiado alegres al caer la noche. Por la izquierda bordeábamos la sombra negra de las marismas, o al menos eso me ha parecido. Al taxista le ha costado encontrar la dirección, incluso con el GPS. (Coordenadas del Pensamiento Salvaje: 46º 25’ 25.4” norte 0º 31’ 29.3”oeste.) Al final se ha metido en el patio de una granja, un perro se ha puesto a ladrar, habíamos llegado. La propietaria (sesenta años, sonriente) se llama Mathilde. He tomado posesión de mis aposentos. En realidad mi casa (¿mi apartamento?) es la parte trasera del edificio principal, en la planta baja. Las ventanas dan al jardín y al huerto. A mano derecha tengo vistas a la iglesia, a mano izquierda a un campo (no sé qué es lo que crece en él, ¿alfalfa? A menudo he tenido la impresión de que todos los campos bajos y verdes eran campos de alfalfa), y enfrente a hileras de lo que sospecho son rábanos o coles. Un dormitorio, una sala de estar, un baño y eso es todo, pero ya es mucho. Mi primera impresión cuando la señora Mathilde me ha dicho Y bah, aquí tiene, esta es su casa, ha sido agridulce. Feliz de hallarme en el campo y, al mismo tiempo, un poquito angustiado. Con la excusa del artículo para Estudios y perspectivas, me he abalanzado sobre el ordenador para comprobar el wifi. Una forma como cualquier otra de engañarme a mí mismo, no había nada urgente. He enviado algunos mensajes y he chateado con Lara, ya está. Me he acostado temprano, he leído algunas páginas de Malinowski y, ya sumido en la oscuridad, he estado atento al entorno sonoro. Un leve ruido de motor a lo lejos (¿la caldera?), de vez en cuando un coche aún más lejano. Luego me he dormido con el estómago vacío.
Tengo que resolver lo antes posible el problema del transporte y comprar algo de comer.
12 de diciembre
Primer día de adaptación a mi nuevo terreno. La Pierre-Saint-Christophe está en medio de un triángulo cuyos vértices son Saint-Maxire, Villiers-en-Plaine y Faye-sur-Ardin. Nombres todos ellos miríficos que conforman mi Nuevo Mundo. Quince kilómetros de Niort, diez de Coulonges-sur-l’Autize.
He salido del Pensamiento Salvaje a eso de las diez, tras advertir que no estaba solo en mis aposentos de etnógrafo: la fauna es abundante. Sin duda, el sapo se ve atraído por los numerosos insectos y los gatos por el sapo. En el baño, precisamente entre la ducha y el sanitario, he descubierto una colonia de gusanos rojos, o mejor dicho de filamentos vivientes de color rojo que parecen gusanos. Si no los pisas son muy bonitos. Se desplazan tranquilamente hacia la puerta, así que antes de lavarse hay que apartarlos hacia el desagüe con un chorro de agua. He sabido manejar mi asco sin problemas, y eso, de cara a mi capacidad para afrontar las dificultades del trabajo de campo, me tranquiliza. A fin de cuentas, hasta Malinowski señala que los principales obstáculos de la etnología son los insectos y los reptiles. (Puesto que nadie va a leer este diario, puedo admitir que tener gusanos en el cuarto de baño me ha parecido bastante inmundo y que he tardado un cuarto de hora en atreverme a meterme en la ducha.) También hay un buen montón de caracoles enanos, pero son bastante inofensivos. Supongo que el hecho de estar a pie de campo tiene mucho que ver, eso y la humedad. En fin, a lo que iba, hacia las diez he salido del Pensamiento Salvaje para ir a ver a mi casera la señora Mathilde y preguntarle si había alguna forma de llegar a la ciudad para llenar la despensa, ella ha puesto cara de sorpresa, Eh, bah, no sé nada; no tenía ni idea de si había algún autobús que parase en el pueblo. (Hoy he descubierto que de buena mañana podría coger el autobús del colegio y el instituto, pero me van a tomar por un sátiro y además, como sale tan pronto, me iba a tocar esperarme dos horas a que abrieran el supermercado, a tener en cuenta para el capítulo Transporte.) Lo que ella me ha aconsejado, así directamente, es que me compre un coche. Que en La Pierre-Saint-Christophe no hay más que un café con productos de primera necesidad, es decir, anzuelos, cigarrillos y permisos de pesca. Pero vaya, al final no voy a tener que pescar el almuerzo yo mismo: la señora Mathilde (más bien su marido, Gary, ansioso por entrevistarlo) ha tenido la amabilidad de prestarme un viejo ciclomotor, propiedad de uno de sus hijos (a tener en cuenta para el capítulo Transporte) y un viejo casco negro sin visera con la espuma hecha trizas y unas cuantas pegatinas vintage (una rana sacando la lengua, el logo de AC/DC). Así que ya dispongo de un medio de locomoción, bastante precario pero eficaz. Hacia el mediodía he ido al supermercado en la capital de cantón, Coulonges-sur-l’Autize (bonito nombre), he comprado un montón de cosas sin darme cuenta de que llevarlo todo en el ciclomotor no iba a ser tarea fácil: latas de atún, sardinas, pizzas congeladas, café y algo dulce (chocolate). Para llegar a la ciudad hay que serpentear un buen rato por la carretera comarcal y cruzar un río bastante ancho. (¿El Autize?) Un mercado, una oficina de correos, una iglesia, un pequeño castillo, dos panaderías, varias farmacias, una tienda de ropa, tres cafés, el recorrido completo es bastante rápido. He comprado el periódico, para dar el pego en el Bar Deportivo, y me he tomado un té mientras escuchaba las conversaciones, una forma como cualquier otra de establecer contacto con el lugar. El jerga local (el poitevin-santongés, según la denominación lingüística oficial, no sea que alguien se ofenda) está en franco retroceso (pero no saquemos conclusiones precipitadas: capítulo Idiomas, bonito título). En el mercado espero tener más suerte. Después del té he regresado al Pensamiento Salvaje; en una curva he estado a punto de tener un accidente con la moto por culpa de un perro y de acabar contra un murete (he aquí una frase que nunca pensé que escribiría), pero afortunadamente, casi de milagro, la he logrado enderezar a tiempo. Luego he retomado mi plan de trabajo. Seiscientos cuarenta y nueve habitantes en La Pierre-Saint-Christophe según el último censo y el Ayuntamiento. Doscientos ochenta y cuatro hogares, como dirían los antiguos. Según la Wikipedia y la web del Ayuntamiento, el gentilicio es petrochristoforiano. Queridas petrochristoforianas, queridos petrochristoforianos, he decidido (capítulo Preguntas) llevar a cabo un centenar de entrevistas entre vosotros, eligiendo a mis fuentes con vistas a que, al final, haya el mismo número de personas de cada género y grupo de edad. Empíricamente me parece una buena idea. Un año de trabajo, dividido en dos campañas de seis meses. Genial. Me siento lleno de energía. He echado un vistazo al borrador de mi artículo para Ruralidades vivientes y de golpe y porrazo me ha venido una primera intuición. Está claro, en el campo trabajo bien.
12 de diciembre, continuación
Son las dos de la mañana, el silencio y la soledad me angustian, imposible dormir. Oigo bichos y tengo la sensación de que se me van a echar encima en plena noche. Demasiado tarde para volver a llamar a Lara (cuando le he dicho que en adelante mis aposentos se iban a llamar El Pensamiento Salvaje se ha reído), en el chat no hay nadie en línea. Además, para leer no dispongo más que de Los argonautas del Pacífico Occidental, el Diario de Malinowski y Noventa y tres de Victor Hugo, para pasar el rato no es precisamente lo más adecuado. (¿Por qué me he traído Noventa y tres? Sin duda porque tenía la vaga impresión de que pasaba por aquí.) Tengo un poco de frío, mañana me va a tocar ir a hablar con Mathilde para que me preste una estufa. ¿Y ahora? A jugar al Tetris, eso me relajará.
13 de diciembre
Radio: la previsión del tiempo, se acerca la Navidad, etc. Lluvia glacial, moto imposible. Comprar anorak, importante. Primeras localizaciones en el pueblo. He descubierto que al final del campo, delante de mi Pensamiento Salvaje, detrás de los árboles (¿chopos?), un poco más abajo, fluye un río. Mi casera me ha enseñado la iglesia. La llave es impresionante, por lo menos dos kilos de hierro forjado. La iglesia en sí, ya no tanto. Decoración pobre, bastante banal. Bonita, en cualquier caso. Enterado de algo divertido: el alcalde es también el enterrador, o al revés. Leído un excelente artículo en internet sobre el inventor ruso del Tetris. Un genio, ese tipo. Habría que darle el Nobel, al parecer todavía no se lo han concedido.
Sin novedad en el frente.
14 de diciembre
Bien dormido. El gato ha vuelto a depositar un sapo muerto delante de mi puerta, amable ofrenda, puaj. Gallia est omnis divisa in partes tres, decía César de la Galia, y este pueblucho es igual. He dividido el plano catastral en tres zonas, el lado del café, el lado de la iglesia, y la urbanización. En el centro densidad de población más bien intensa, alrededor de la iglesia granjas más alejadas las unas de las otras, y en la urbanización chalets recientes. No parece descabellado apuntar que los habitantes de la urbanización Les Bornes son rurbanos que trabajan en la ciudad. (A tener en cuenta para el capítulo Obrar, buen título.) He decidido que el día 23 volveré a París para las fiestas, me quedan diez días de curro antes de la tregua. Primera entrevista, Mathilde, como la tengo por así decir a mano es la más fácil, eso me permitirá poner a prueba mi cuestionario, luego podré afinarlo para los siguientes. Le he explicado por qué estaba aquí, por qué iba a pasar un año en este pueblo, se ha quedado sorprendida. ¿Va usted a estudiarnos, es eso?, me ha dicho. Yo he respondido Eh, no solo a ustedes, lo cual no ha sido muy hábil por mi parte. Así que he añadido El objetivo de mi tesis es comprender lo que significa hoy en día vivir en el campo, una síntesis que me ha parecido fulgurante (a tener en cuenta para el capítulo Preguntas). Que la única forma de formular los objetivos es en contacto con la realidad. Ella se ha quedado más tranquila, creo. Sea como fuere, tenemos una cita para mañana por la mañana. Pero al tema, tengo que reunirme con el alcalde en el café-pesca para que me presente al dueño y a sus parroquianos. A primera vista, el edil se toma muy en serio su tarea. Cuando se ha enterado de que venía de la Sorbona (un poco sí es verdad), ha querido hacerme de cicerone en el pueblo. Su pregunta es «¿Por qué nosotros?», «¿Por qué aquí?». No puedo explicarle la suerte que he tenido con la subvención del Consejo Departamental de Deux-Sèvres, sería un poco humillante (tampoco puedo decirle que el nombre del pueblo me resultó muy divertido y que es lo suficientemente remoto como para parecerme interesante), así que le respondo que el lugar lo eligió mi director de tesis el famoso profesor Yves Calvet, eso queda más serio, como si el dedo de Dios (de la universidad, en este caso) hubiera señalado su campaña, así se sienten valorados, y eso me viene bien. Me pregunto qué diría Calvet si lo supiera. Muy probablemente le importaría un bledo. Bueno, me largo, llego tarde.
14 de diciembre, continuación
Ya está, conseguido, me han introducido en el lugar de socialización por excelencia de este burgo, el centro real del pueblo, el café-pesca casa Thomas. Y así es, venden cigarrillos, artículos diversos para la pesca, latas de conserva, leche y otras bebidas, algunos periódicos y revistas. Thomas el dueño tiene unos sesenta años y un sobrepeso considerable. Mesas de formica rojo pálido, vieja barra del mismo material, sillas con patas metálicas. Tele. Fuerte olor a vino, anís y tabaco frío, lo que me lleva a postular que el respeto de la legislación sobre el tabaco en lugares públicos aquí no es una prioridad. (El campo es rebelde, primer indicio.) Cuatro hombres jugando a las cartas, dos en la barra, ni una mujer. Vinos blancos con cassis, cañas, RicardTM. Me ha costado horrores rechazar la ronda, he acabado tomándome una Orangina® que tenía toda la pulpa pegada al fondo de la botella y los bordes de la chapa oxidados, lo que me lleva a pensar que aquí, aparte de las cañas, no beben mucha bebida gaseosa. Quizá debería haber aceptado un kir o algo así, pero tenía que mantener mis facultades para trabajar un poco.
Le estoy empezando a encontrar el gusto a este diario, es divertido, un poco como hablar con alguien. Se me hace que con la gente de aquí no soy yo mismo, tengo la sensación de estar interpretando un papel. El observador tratando de domesticar un ambiente hostil. Camino sobre huevos. Quizá soy demasiado cauteloso. (¿Capítulo Preguntas?) A pesar de su profesión tan poco jovial, el alcalde es un cachondo. Thomas el del bar me ha dicho: Bastaría con que te quedaras aquí una semana sin moverte y te irías encontrando con todo el pueblo.
Una semana bebiendo Orangina® caducada y me sale una úlcera, he pensado yo. Justo entonces, como para darle la razón al dueño, ha entrado en el bar una joven. Un poco mayor que yo, alrededor de treinta y cinco años diría, pinta de jipi-campestre (yo ya me entiendo), no precisamente sonriente, ni siquiera me ha dirigido una mirada, se ha plantado frente a la barra y se ha puesto a gritar, una historia de verduras y de pagos que no he entendido. Thomas el dueño le ha respondido con el mismo tono, Nada de eso, no te debo nada, han empezado a insultarse, el alcalde ha intervenido diciendo Calma, calma, luego la fiera se ha largado dando un portazo, lo cual ha provocado un suspiro de alivio en el alcalde y el dueño, un suspiro seguido de una serie de comentarios despectivos pero aparentemente justificados.
—Cada vez está más loca.
Yo he preguntado de quién se trataba, pero como si lloviera.
—Una pirada —ha dicho el dueño.
—Una horticultora —ha dicho el alcalde—. Cultiva verduras.
—¿Es de aquí? —Mi pregunta me ha parecido bien pertinente.
—Más o menos —me han respondido, y no me he enterado de nada más. Única certeza: en la categoría treinta-cuarenta años hay por lo menos un autóctono femenino.
Basta de charla. Lo que sí se me va a hacer largo son las noches, a menos que me ponga jumera en el café-pesca. Afortunadamente están el Tetris, internet y Malinowski, fuentes de placer y conocimiento. Una vez terminada la cena (como ahora: tortilla entre dos rebanadas de pan de molde delante de la pantalla) me aburro un poco. Sin ganas de ponerme con Victor Hugo. No es que mi Pensamiento Salvaje sea un lugar triste, solo un pelín austero. Tengo que traer algunas cosas de París, un par de fotos para las paredes, libros, algo de decoración. Después de todo, voy a pasarme un año aquí. Cuando lo pienso, resulta desalentador: mi tercera noche en el pueblo y ya me aburro como una rata muerta. Por suerte, he quedado con Lara en diez minutos.
14 de diciembre, continuación
A pesar de la intensa carga erótica (o acaso por su culpa), estas webcams son muy frustrantes. Lara iba en pijama, una especie de satén, creo. Este comentario está un poco fuera de lugar. No me imagino a Lévi-Strauss hablando de la ropa interior de su esposa. (Idea de artículo: la sexualidad de los antropólogos sobre el terreno. Colacionar los pensamientos obscenos de Malinowski bajo su mosquitera.) Aun así, estoy confundido. Por un momento lo mandaría todo a paseo y me volvería a París ahora mismo, pero primero me tendría que chupar veinte kilómetros de moto hasta la estación en medio de la noche glacial, y dos horas y media de TGV, si es que todavía hay trenes a estas horas, cosa que dudo. Así que nada. Estoy tan lejos como lo estaba Malinowski en medio del Pacífico, porque la lejanía significa no poder obtener lo que quieres en el momento en que lo deseas, poco importa si son dos horas, dos días o dos meses de viaje. Ahora mismo me gustaría estar con Lara, allí, pero estoy solo en el Pensamiento Salvaje, solo como Napoleon Chagnon en tierras de los yanomami. Oh, dioses de la antropología, pequeños dioses de los salvajes, venid a rescatarme, conducidme a la Tesis Perfecta.
Mejor será pensar en otra cosa: continuemos con el relato de los encuentros de la tarde. Después de la irrupción de la así llamada Lucie, furiosa por una historia de pagos, el alcalde ha empezado a presentarme a los jugadores de cartas, que me han mirado como si fuera marciano. En términos levinasianos, podríamos decir que han visto en mí la máscara de la alteridad. Si me llego a sacar del bolsillo unos abalorios o unos machetes para ofrecérselos de forma ritual no habrían reaccionado de forma diferente. Me va a llevar un tiempo que me acepten. Les he sonreído, incluso les he preguntado a qué jugaban, para parecer que me interesaba por ellos, pero perdía el tiempo, la pregunta les ha hecho abrir los ojos con perplejidad, bah, pos a la coinche, así aprenderé. Acabo de consultar el Robert, coinche: regional, oeste (hasta aquí va bien), juego de cartas, variedad de manilla con pujas, lo cual no me aclara gran cosa. He interrogado discretamente al alcalde, los jugadores de cartas son hombres del pueblo de profesiones varias, pero todos pescadores o cazadores asiduos. Convencido de que me iré cruzando con ellos, no me he molestado en apuntar sus nombres.
Encuentro más interesante desde todos los puntos de vista: Max. Alrededor de cincuenta años, chaqueta de cuero, barba negra, porte macizo, hombros anchos, algo de tripa, casco, una moto delante de la puerta, sin rodeos al hablar; pensé que había vuelto a París, concretamente a Montreuil. Pasaba a comprar tabaco cuando el alcalde lo ha interceptado y lo ha invitado a tomar un trago con nosotros. Max es artista, se mudó aquí hace unos diez años (efectivamente vivía en Montreuil, divertida casualidad). Por lo que me ha explicado, vive en una gran granja un poco alejada del pueblo. Me ha invitado cordialmente a visitarlo en cuanto tenga un momento. Dejó París porque necesitaba más espacio para trabajar, y también porque su exesposa le estaba tocando las pelotas, como él dice. No puedo esperar a que me cuente sus impresiones sobre los habitantes. No parece tener pelos en la lengua.
Dos pastís más tarde, el alcalde, que si no he contado mal iba por el cuarto, empezaba a estar bebido. Sus pómulos estaban un poco rojos, sus ojos también, y sobre todo la forma de hablar empezaba a tomar un giro definitivamente local. Comprensible, pero muy local. Hablaba de política con el dueño y con Max; renegaba de la Prefectura, que había anulado una de sus ordenanzas municipales del otoño relativa a la prohibición de que los extranjeros desconocidos fueran a recoger setas en los bosques comunales, lo cual en su opinión era un mazazo a nuestro orgullo; solo a nuestro orgullo, ha bromeado Max, porque en el bosquecito de los Ajasses nadie había visto en la vida un boletus ni en pintura. Las conversaciones cesaron un poco durante la conexión local de los informativos en la tele, así que eran las siete de la tarde, hora de volver al Pensamiento Salvaje; le he dado las gracias al alcalde por su amabilidad y su ayuda, a Max (que ya no parecía tener tanta prisa por irse) le he dicho que lo llamaría para visitarlo, he saludado al dueño y me he vuelto a casa. La noche era húmeda; sin estrellas y aun así iluminada por las innumerables guirnaldas navideñas que la gente de aquí cuelga de sus fachadas, un poco como un concurso, a ver quién pone más bombillas a brillar en la oscuridad y más papanoeles luminosos escalando las ventanas. (Investigar, descubrir el origen de esta extraña costumbre.) Yendo a pie y a paso normal, necesito exactamente cuatro minutos para llegar al Pensamiento Salvaje (y para provocar los ladridos rabiosos del perro de Gary cuando atravieso el patio, espero que no tarde en acostumbrarse a mí, resulta un tanto aterrador).
Lectura y apagado de las luces.
15 de diciembre
Resfriado al levantarme. Habitación helada, pensar en pedir un calefactor suplementario. En el cuarto de baño, la colonia de gusanos prospera (puaj), los caracoles en miniatura de la sala de estar lo mismo, ¿estarán relacionadas una cosa y la otra? Desayuno rápido. Cuestionario preparado, grabadora comprobada. Buenos días a Lara en el chat. Acabo de ver a Mathilde cruzando el patio. Así que está en casa. Voy. Curro, por fin.
15 de diciembre, continuación
Dos horas de grabación y un conejo a la mostaza (no he sabido cómo decirle que el conejo no me gusta, así que marchando una de conejo, al final estaba bastante bueno. La verdad es que me adapto muy rápido). Mathilde es muy simpática y sorprendente. Primera sorpresa: de entrada me ha recibido en su cocina para tomar un café, luego me ha llevado a lo que ella llama «la oficina». Voy a tener que revisar mis hipótesis: no solo hay un ordenador de última generación, sino también una impresora, un escáner y una gran cantidad de libros de informática y contabilidad. Mathilde gestiona la explotación familiar. Su trayectoria profesional (no encuentro otras palabras) es impresionante. Hija de agricultores, se casa joven y aprende ella sola todo lo relativo a la gestión. Con el ordenador se pone, como ella dice, en los años noventa. Gary se ocupa de la agricultura propiamente dicha y ella de la administración. Facturas, inversiones, deudas, todo pasa por sus manos. Sin contar el huerto y el corral (gallinas y conejos), que es la única producción animal de la explotación, principalmente para consumo doméstico. Mathilde volvió a la cría hace poco (actividad abandonada hacía mucho, desde que murió su madre) porque, según ella, estaba harta de comer infectos pollos de supermercado. También en este caso, los rurales coinciden con los urbanos en cuestiones relativas a la calidad de los alimentos. Los hijos estudiaron en la ciudad y se casaron lejos (suburbios parisinos y Burdeos). No tienen la competencia necesaria para hacerse cargo de la granja, mucho menos la intención, y aparece así la cuestión del fin de la actividad. (Mathilde tiene cincuenta y siete años y Gary sesenta y dos.) Antes Mathilde se ocupaba también de la parroquia del pueblo y asistía al sacerdote en su vida cotidiana, hasta que, hace casi dos años, murió de forma súbita (me ha parecido muy afectada al hablar del asunto). De ello deduzco que es católica practicante (no he previsto un cuestionario «religioso», pero estoy considerando la posibilidad de añadir un capítulo Creer). Me cuenta que desde la muerte del abad (¿es esta la palabra correcta? Mierda, soy nulo en catolicismo) en el pueblo ya no hay clérigo residente, solamente un cura volante para, dicho sin orden, los bautismos, los entierros y las bodas. (El pueblo ha perdido su centralidad, al menos en el plano sacerdotal. ¿Habrá también minorías religiosas? ¿Protestantes, judíos, musulmanes? ¿Budistas? Quién sabe.) Mathilde es bastante púdica, especialmente en lo que se refiere a su intimidad y a su vida sexual (tengo que revisar esta parte de mi cuestionario, la pregunta sobre el adulterio es simplemente penosa, no se la pude hacer, habrá que encontrar una manera para investigar esta variante de relación social de forma más indirecta). Lo mismo con el dinero. Cuando se trata de sus ingresos, responde vagamente: vamos tirando, hay momentos más difíciles que otros, el año pasado fue excelente. (Siempre puedo extrapolar las cifras a partir del precio de la tonelada de trigo.) En cambio, sobre su infancia es un no parar. La granja de sus padres, sus hermanas, las vigilias, las hogueras de San Juan (práctica que yo creía más bien urbana, investigarlo, capítulo Celebrar), las castañas en la chimenea, los paseos por el bosque, las fiestas del pueblo, el horno del panadero (me ha dicho que todavía recuerda el sabor del pan caliente sobre el que derretían la mantequilla), el baile de los sábados cuando era adolescente, sobre eso tengo casi una hora de grabación. Los diferentes personajes de su juventud, también: su padre, su madre, sus hermanas; cómo conoció a su Gary: primero cortejó a mi hermana mayor porque yo era pequeña, me ha dicho, como si, de no haber sido así, Gary se habría interesado por ella directamente; luego los tiempos de noviazgo, la boda, la recuperación de la granja de sus suegros, etc. Creo que estaba contenta de que la escucharan. A mitad de entrevista hemos vuelto a la cocina, donde ha preparado el conejo (afortunadamente, de la nevera lo ha sacado ya cortado). Entonces he pasado a las relaciones de vecindad en el pueblo y, una vez más, ha vuelto a refugiarse en sus recuerdos: cómo antes había muchas más ocasiones para estar juntos, los almuerzos en los patios de las granjas, los buenos tiempos, etc. De nuevo la nostalgia. En cambio, ha sido incapaz de contarme un acontecimiento social reciente en el que haya participado, aparte, precisamente, del entierro del párroco. Según ella, mantiene buenas relaciones con sus vecinos. Ah, sí, también me he enterado de que, inicialmente, mi Pensamiento Salvaje fue un alojamiento de turismo rural, pero visto el trabajo que eso daba y el escaso número de clientes, a Mathilde le pareció que era más rentable alquilarlo por años. (A tener en cuenta para el capítulo Obrar.) Luego ha llegado Gary a comer y nos hemos sentado alrededor del conejo. Venía de llevar un tractor a que lo revisasen. No ha hecho ninguna pregunta sobre la entrevista, solo ha dicho ¿Qué?, ¿ha ido bien?, como si respetara la intimidad de su esposa. Gary tiene una cara bastante bonita y los ojos de un azul vívido, parece joven para su edad. Durante la comida hemos estado parloteando, tocaba interrogarme a mí. Tenían bastante curiosidad por saber cómo se convierte uno en antropólogo; también querían que les explicara por qué razón a la ciencia le interesaba su pueblo. He decidido decirles la verdad: la subvención del Consejo Departamental, mi voluntad de redactar la auténtica monografía rural que tanta falta hace en la etnología contemporánea, mi intuición (apoyada en un estudio exhaustivo de la bibliografía) de que esta región podría ser representativa de los actuales desafíos de la ruralidad. Les he explicado que mi campo de estudio anterior era un pequeño pueblo de Ariège, y Gary ha hecho esta observación: Ah, el sur, por el clima debe usted de arrepentirse, lo cual demuestra que no conoce Ariège, que es casi tan húmeda como esto. Les he dado las gracias por el almuerzo y sobre todo por la moto, que me ha salvado literalmente la vida, le he hecho prometer a Gary que un día me llevaría a cazar con él, y me he marchado. En el Pensamiento Salvaje he dejado para más tarde lo de pasar a limpio la grabación (mi programa de transcripción automática tiene tantos problemas con el habla de Mathilde como con el acento de Ariège, debería haberlo imaginado, estas cosas están diseñadas por parisinos para radiólogos orleaneses), con el fin de registrar lo antes posible estos acontecimientos en el diario.
Lo que resulta sorprendente, y muy prometedor, es que hasta la fecha este pueblo parece bien amistoso y acogedor. A menos que lo que me vuelva tan jovial sea el vasito de tinto que Gary me ha obligado a beberme (no tan malo, ese vinacho, por cierto).
15 de diciembre, continuación
Tarde en la noche. Soledad. Pensamientos lúbricos. Lara en todas partes. Me pregunto si no deberíamos dejar esto de la webcam antes de pasar definitivamente a la sexualidad posmoderna. La idea de acabar masturbándome delante de una pantalla no me acaba de gustar. Pero vaya, solo me quedan ocho días, tampoco es tanto.
Descubrimiento interesante jugando con la calculadora del ordenador: los inversos de 11, 22, 33, 55, 77 y 121 son todos ellos números periódicos. 1 entre 11 = 0,090909090909 etcétera; 1 entre 22 = 0, 0454545454545 y así sucesivamente. Me pregunto si esta ley no será la cara oculta de un importante teorema sobre los inversos de los números primos.
El aburrimiento y la curiosidad son los padres de la ciencia.
16 de diciembre
Mierda, mal empieza el día. Acabo de recibir los comentarios sobre mi artículo de parte del reviewer de Estudios y perspectivas. El muy cabrón. (O cabrona, es muy posible que sea una mujer, la zorra, aun cuando hay un lado horriblemente viril en esas críticas maliciosas y esa ironía cruel.) ¿Quiénes se creen que son, esos pretenciosos? Observación número uno: Los resultados de esta breve contribución ariejesa parecen tanto más magros cuanto desmesurados son sus objetivos. Perros sarnosos. Además no significa nada, esa frase. Breve contribución mis cojones. Cincuenta páginas, el corazón de mi memoria. Los odio. Y luego sigue: La vaguedad metodológica es tal, que logra menguar el interés de unas observaciones ya de por sí más bien pobres. Una auténtica escabechina, siento náuseas, me arden los ojos. Y, después de todo un párrafo de bilis inmunda, concluye: El título «Regreso a Montaillou» podría arrancarle al lector una pálida sonrisa si el texto que le sigue no estuviera tan lejos de Le Roy Ladurie como lo está el siglo XIII del XXI. O sea que, además, el reviewer se burla de mí. Les voy a citar a Thomas Bernhard: «El insigne comité de redacción de la revista Estudios y perspectivas antropológicas es una academia de majaderos sin talento». Y a añadirles un escolio bien sentido del tipo «Uno se pregunta si la mediocridad de su revista es causa o acaso efecto de su estupidez inconmensurable», para terminar con un «Meándose gloriosamente en sus posaderas, señor reviewer», lo cual, por lo menos, tendrá el mérito de ser explícito.
Me han puesto enfermo, lloro y me vuelvo a la cama.
17 de diciembre
Demasiado hecho polvo ayer para volver a encender el ordenador. Hoy, buen tiempo, lo cual es bastante excepcional como para consignarlo aquí. Eso me levanta la moral. Ha helado, los árboles tienen un hermoso follaje de escarcha. (Bonita frase, mira tú.) Mathilde me ha prestado un radiador eléctrico, agradable calor. He empezado con un poco de limpieza, he expulsado manu militari a tres caracoles enanos, he limpiado los cadáveres de otros dos que sin darme cuenta había pisado, y al limpiar el cuarto de baño he enviado al infierno a una buena docena de gusanos rojos. Como ya estoy harto de ahuyentar a los gatos cada vez que abro la puerta, he decidido adoptarlos, y esa compañía animal al final resulta bien cálida. Única restricción: no entran en mi habitación. Son dos, uno tirando a rojo más bien buena gente y uno negro bastante inquietante, salido directamente de un libro esotérico sobre prácticas mágicas campestres. Se frotan contra mis piernas mientras escribo. Hace casi una semana que estoy aquí y todavía no he ido a visitar las marismas, así que he decidido salir de expedición. Después de mi conato depresivo, me vendrá bien disfrutar de la naturaleza. Menos mal que ayer por la noche Lara estaba disponible, charlar con ella durante una hora me animó. La carrera universitaria es un largo camino de dolor, no hay duda. Cuando pienso en esa basura de Estudios y perspectivas, me entran ganas de matar. Si quiero tener algún tipo de opción de conseguir un trabajo después de la tesis debo publicar, no puedo seguir estudiando ad vitam, mendigando becas a diestro y siniestro. Ya tengo casi treinta años (Aaaarrrgh), no llego precisamente pronto. Lara me dice que en Ruralia aceptarían mi artículo sin problemas, pero ahora mismo no tengo la energía suficiente para enviárselo. Quizá pueda volver al asalto de Estudios y perspectivas con una versión revisada de mi intervención en el simposio de Clermont-Ferrand (mira que nos divertimos, por cierto, acabamos a las tantas en un bar llamado El Vikingo, o El Drakkar, qué sé yo, bailando con los congresistas, incluyendo a una directora de investigaciones del CNRS especialista en historia de las técnicas agrícolas, ¿por qué será que ahora pienso en ella?), pero es un texto demasiado bueno para esa patulea, no se lo paso ni de coña. Ahora, relax: según mis cálculos, en la moto tengo gasolina como para recorrer unos cien kilómetros, he abastecido mis alforjas con chocolate, galletas, una botella de agua y un mapa IGN de la región, tengo mi bufanda de lana y mis guantes, estoy listo.
Avanti, popolo.
17 de diciembre, continuación
Congelado, completamente congelado. Pensaba que no iba ni a poder bajarme yo solito del ciclomotor, simplemente mis rodillas se negaban a estirarse. Al llegar he puesto el radiador debajo del escritorio, a tope, y todavía estoy tiritando. Pero hermoso paseo de todas formas. Al otro lado de la carretera principal el paisaje cambia por completo, es como si la hubieran puesto ahí adrede, una auténtica frontera. Más allá, las marismas extienden sus árboles sin hojas y sus innumerables vías de agua, ríos, canales o simples arroyos a los que llaman «acequias»; los campos son islas verdes llenas de troncos secos; se cruzan con unas barcas planas maniobradas por hombres que van de pie en la parte trasera con una larga espadilla en la mano, casas bajas con las contraventanas a menudo de colores y ramas torcidas de los sauces llorones que parecen arrodillarse al borde del agua para lavarse el pelo. Caminar con la mirada fija en los mantos de niebla, molestar a los pescadores alineados como chopos en un camino de sirga, atravesar pueblos blancos y desiertos encajados en su mortaja de caliza. Impresionante la gran belleza y la inmensa tristeza de estos parajes, incluso con buen tiempo, que ya es decir. En primavera iré a dar un paseo en barca, hay varios puertos que ofrecen excursiones. Puedo llevar a Lara si viene por Pascua a pasar unos días. Para entonces ya conoceré la región como la palma de mi mano, de momento no es así ni mucho menos. A pesar del mapa y el GPS, he conseguido perderme dos veces, aunque debo decir que, yendo en moto, consultar el teléfono no es precisamente sencillo, mucho menos consultar un mapa, y además la ausencia casi total de relieve no facilita la orientación. A mediodía tenía demasiado frío, me detuve en un gran burgo que había en la orilla, aparentemente turístico, con una tienda de souvenirs y una inmobiliaria, pero, por supuesto, un jueves por la mañana y con este frío glaciar, no había ni un alma. En la tienda vendían extrañas especialidades regionales, licor de angélica (¿qué es la angélica?) y paté de nutria (me imagino a unos pescadores barrigudos aturdiendo a esas enormes ratas acuáticas a golpe de remo en el fondo de su barca para convertirlas en rillettes, puaj). Un restaurante igualmente turístico ofrecía un menú local, sopa de lumas (nombre regional de los caracoles, re-puaj) y anguilas, me he conformado con una sencilla crepería bastante agradable (idea de artículo: trazar la frontera sur de la crep salada de trigo sarraceno, quién sabe si igual de significativa como la que separa los techos de tejas de los de pizarra; intuición: la crep salada de trigo sarraceno ¿votará a las izquierdas?), en un callejón a dos pasos del río. Había una chimenea, he entrado en calor, me he saciado y he reanudado la excursión, esta vez hacia el norte. Sin darme cuenta he cruzado la frontera de la Vendée y allí, también en la orilla, en una isla, me he topado con la abadía de Maillezais, la que sirvió de inspiración a Rabelais para su abadía de Thelema (en ruinas, por supuesto sin monjes ni huertos, y mucho menos viñedos; compradas las obras completas de ese gran hombre del que apenas sé nada, es bueno saber que estás rodeado de personajes ilustres, resulta alentador). Luego hacia el este, atravesado un rosario de hermosos pueblos, visitada una iglesia románica del siglo XII, genial, luego cruzada de nuevo la autopista, otra vez en la llanura y ya me he venido al Pensamiento Salvaje, aterido pero feliz de conocer los alrededores un poco mejor.
Y bueno, no todo va a ser ocio y placer, habrá que volver al trabajo, tengo que transcribir la entrevista de Mathilde antes de mi cita con el alcalde, en el café a las seis de la tarde, hora local del aperitivo. Tiene que presentarme al decano del pueblo y ayudarme a concertar una cita con él para una entrevista, antes de que sea demasiado tarde, como él dice. Todo indica que el tipo es muy viejo. El alcalde parecía tan entusiasmado que no tuve el valor de decirle que no soy folclorista, que no tengo especial necesidad de conocer a los ancianos, en fin.
17 de diciembre, continuación
Lara, ¿estás ahí? ¿Estás ahííííí? No, no está ahí. Bueno, ¿qué escribo ahora? Es complicado Rabelais, lo cierto es que no pillo casi nada. Pero esa no es la cuestión. Acabo de perder en el Tetris en dos minutos. ¿Qué hago? ¿Qué haría Malinowski? Estoy seguro de que Lévi-Strauss sería un campeón de los videojuegos. Antropólogo, qué oficio de mierda. «Adondequiera que uno se vuelva, se ve la ciudad de Libourne.» Es una frase de Onésime Reclus en Le Partage du monde, especialmente adaptada para la situación, ¿a cuánto queda Libourne, a doscientos cincuenta kilómetros? Buena idea, Onésime Reclus. Nada de moda hoy en día. El alcohol me funciona. Soy un águila, pienso rápido, pienso bien. Llegan las ideas, llegan las ideas, un segundo que os apunto en papel real. Puedo anotar con una mano y teclar con la otro.
18 de diciembre
Congelado, leve dolor de cabeza. Demasiado borracho ayer para pensar en cerrar la puerta de la habitación, dormido con los gatos, despertado por ásperos lengüetazos. He decidido mantener el párrafo anterior en lugar de borrarlo, a fin de cuentas, es una experiencia valiosa. Tengo que recordar cómo llegué hasta aquí. No hay nada de qué avergonzarse. (Solo espero no haber enviado un mail insultando a los de la redacción de Estudios y perspectivas, según parece les envié un mensaje sin texto, todo apunta a que, por casualidad, y después de una larga reflexión paranoica, acabé decidiendo que el silencio era un desprecio más elocuente que cualquier insulto. En cuanto a la misiva pornográfica a Lara, obviamente es embarazosa, pero sin consecuencias reales.) Observar el perverso funcionamiento de la memoria alcohólica es desconcertante, Onésime Reclus, Dios mío. Pero procedamos por orden.
Ayer salí a las 17 h 55 para verme con el alcalde en el café, después de transcribir una ínfima parte de la entrevista de Mathilde, muy cansado por mi expedición marismeña. Ante la insistencia de la parroquia (los mismos: Max, el alcalde Martial y el dueño) y como no quería repetir mi experiencia con la Orangina®, acepté un primer blanco-cassis, luego un segundo mientras charlábamos de esto y aquello. Les conté mi paseo y ellos me dieron algunos detalles de los lugares cuyos nombres yo había logrado retener. Max tiene una barca, se ofreció a llevarme a dar un paseo, dice que cuando quiera. Hasta ahí, todo bien. Llegó entonces un personaje bastante peculiar que respondía al nombre de Arnaud. Arnaud tiene unos treinta años, la cara redonda y una mirada inquieta, los ojos en continuo movimiento y un extraño tic nervioso: cada treinta segundos o así se olfatea muy fuerte el antebrazo y se rasca la cabeza, en ese orden. Además de olisquear y de rascarse, Arnaud llamado Nonó llamado el Tonto tiene otra característica, la que le vale su popularidad: es un calendario viviente. Basta con darle una fecha (por lo general la fecha del día, pero puedes probar con la que quieras, yo lo he hecho) y él arranca con una letanía inaudita: 17 de diciembre, San Judicael, nacimiento de Napoléon Bonaparte, de Constantino el Areópago y de Michael Jordan, muerte de Marie Curie, de Michel Platini y de no sé quién más, 17 de diciembre de 1928 Fulano se convierte en presidente del consejo, 17 de diciembre de 1936 dimisión de Léon Blum, 17 de diciembre de 1917 2.157 muertos en la ofensiva de la cota 227 en el Camino de las Damas, 17 de diciembre de 1897 estreno de Cyrano de Bergerac en París, 17 de diciembre de 1532 elección del papa Pío VI, 17 de diciembre de 800 coronación de Carlomagno, 17 de diciembre de 1987 muerte del inventor del colchón de muelles y de Marguerite Yourcenar, etc., todo ello recitado a una velocidad fuera de lo común y en absoluto desorden. El alcalde me confirmó que todas las fechas eran ciertas, y que no había forma de pillarlo en un renuncio. Obviamente le pregunté Pero cómo haces para saber todo eso, a lo que respondió Bah pues lo sé, eso es todo. Nonó es también un apasionado de la mecánica y trabaja en el taller agrícola a las afueras del pueblo. Le dije 1 de mayo, y comenzó, Primero de Mayo fiesta del Trabajo, San Jeremías, 1 de mayo nacimiento de Fulano, nacimiento de Mengano, muerte de Zutano, 1 de mayo de 1955 represión de las manifestaciones en Orán, 1 de mayo de 1918 1.893 muertos en la Somme, no sé dónde, etc. Pidió otra copa, Thomas el jefe le sirvió entre risas.
Después de un par de fechas más, Arnaud estaba un poco achispado; más bien beodo como un cosaco, según Max. Se olía la piel más que nunca, tartamudeaba y se agarraba a la barra para no venirse al suelo. Su discurso se volvía cada vez más misterioso y gruñía para sí mismo cosas incomprensibles, siguiendo el ritmo de canciones desconocidas y dando golpes contra la barra con sus zapatillas manchadas de aceite usado. Todo un espectáculo, Arnaud.
Y ahí seguíamos, charlando de todo y de nada (comentando en este caso la posible llegada de un salchichón que la tacañería del dueño, según Max, estaba retrasando) y con Arnaud sosteniendo a duras penas la barra por si es que se venía abajo cuando una tal Lucie (pelo largo y suelto, cazadora vaquera, pantalones rojos) entró en tromba en el bar. Enseguida vi cómo Thomas y el alcalde miraban hacia otro lado, como si no hubiera pasado nada; Lucie tomó amablemente a Arnaud de la mano y lanzó una mirada fulminante a los presentes:
—Sois unos cabronazos. Venga, nos vamos.
Arnaud se marchó tras ella, trastabillando con aire de contrición; Thomas suspiró; el alcalde se miró los zapatos y Max (al menos eso me pareció), la parte inferior de la espalda de Lucie mientras caminaba hacia la puerta.
—Es una exagerada, mira que llamarnos cabrones —gruñó Thomas en cuanto hubo salido—. Después de todo, ya es mayorcito su Nonó.
—Está bajo tutela —dijo el alcalde.
—Bajo tutela uno puede beber, que yo sepa —objetó Thomas.
—Al amparo de la tutela —se rio Max.
—Tiene razón en que tal vez se nos ha ido la mano —se arrepintió Martial el alcalde—. La segunda igual sobraba.
Ahí me contó que Arnaud es primo de Lucie. Una historia triste: la madre de Arnaud murió joven, luego también la abuela, dejando solos al abuelo, ya muy anciano, y al primo «lelo». Hace unos meses Lucie se mudó a la casa de sus abuelos maternos. Después de su separación, me aclaró el alcalde. Hasta que encuentre un lugar mejor, supongo. Entonces entendí un poco mejor el mal humor de aquella dama: obligada a vivir con su abuelo chocho y su primo majareta, supongo que la vida no se ve de color de rosa.
No debería haberme quedado en el café, eso está claro, ya empezaba a notarme los tres kirs, pero eran qué, las siete y media, y hacía un frío que pelaba. Max me pagó una copa, el dueño al final sacó un salchichón y seguimos allí parloteando, principalmente de arte. Max está bastante amargado, su carrera no funciona como él quisiera, pero está planeando su venganza, dice: una expo monumental, nos contó. Ya verán, ya, cinco años de curro, será la bomba, se van a caer de culo. Esas obras (no quiso darme más detalles, a lo que parece es todavía un secreto) deberían significar su regreso a la escena parisina y su trampolín hacia la gloria, según él. A eso de las ocho Max se fue, yo estaba a punto de hacer lo mismo cuando el alcalde me dijo: ¿Te vas? Te acompaño. Voy a pasarme por casa de Lucie. Me pareció caballeroso de su parte, aunque visto el humor de la joven, poco prudente, objeción que él desestimó gruñendo un Bah, a pesar de sus aires de grandeza no es tan mala. Yo tampoco acababa de ver por qué razón iba a tener que disculparme, pero lo seguí, sobre todo por curiosidad. El camino estaba congelado, el pueblo totalmente desierto, solamente iluminado por la decoración navideña que colgaba de las fachadas. Martial me explicó que él y Lucie eran parientes. Yo eso de presentarse a esas horas y por las buenas lo vi un poco raro, pero él me dijo que no me preocupara. Llegamos a una vieja casa de piedra bastante deteriorada, a unos doscientos metros como mucho, llamamos al timbre y Lucie abrió la puerta con un gesto no mucho más esperanzador que antes. No parecía muy contenta de vernos, pero se apartó para dejarnos entrar en una estancia grande con chimenea, una larga mesa de madera, un aparador y una tele encendida. Las paredes estaban ennegrecidas, el suelo sucio y en algunos lugares levantado, aquello no respiraba alegría. Más exactamente, olía a chimenea y a una mezcla de encierro, polvo y comida. En una silla junto al fuego había un anciano con una gorra que se volvió hacia nosotros, un perro gris vino a restregarse contra mi pantorrilla. Martial me presentó, Lucie me dio la mano. Sobre la mesa había un mantel de hule, una cacerola vacía y varios platos sucios; en un rincón un fregadero, una cocina y una bombona de gas, frente a mí una escalera, todo iluminado parcamente por una vieja lámpara que colgaba del techo. Martial el alcalde le dijo a Lucie: He venido a disculparme, por lo de antes. La próxima vez intentaremos estar más al tanto.
Lucie se encogió de hombros en un gesto que lo mismo podía significar «A buenas horas» como «Vete a la mierda, capullo». Todo allí resultaba siniestro, saludé como para irme, no quisiera molestar, pero Lucie me retuvo diciendo Ya que habéis venido hasta aquí, os tomáis una copa, así que me senté. Lucie se alejó un momento. Volvió con una botella y tres vasitos. Eso qué es, pregunté. Bah, un trago, respondió ella. Ciruela, añadió el enterrador municipal. Aquella botella transparente y sin etiqueta tenía una pinta mortífera, y de hecho así era. En esos momentos es cuando te das cuenta de que tienes un tubo llamado esófago y una bolsa llamada estómago, pues el alcohol los enciende uno tras otro como una guirnalda navideña; me recuerda al juego Operación de cuando era pequeño. O bien aquellos vasos eran minúsculos, o bien ya estábamos cocidos, porque Lucie nos sirvió varias veces (creo que cada vez que lo hacía sentía un malvado placer). Martial estaba todo rojo y balbuciente, nunca lo habría imaginado así.
La chica me pareció la mar de simpática, quizá debido al aguardiente. Parecía bien predispuesta hacia mí, me preguntó por mi tesis, sobre el tema que trataba, preguntas inteligentes. Yo quise saber si estaría dispuesta a que la entrevistara, y ella recuperó su lado más brusco para volver a mandarme a paseo, Pregúntale a mi abuelo, me dijo, él tiene historias que contar, ¿eh que sí, yayo? El viejo adormilado ante la tele se despertó al oír su nombre, se volvió hacia nosotros y gritó A mí también me apetecería una copa o lo que sea; al parecer no tenía derecho, porque su nieta hizo como si nada.
Lo mismo que ignoraba al enterrador, que bebía con esmero y sin decir palabra; yo, a pesar del alcohol, no me acababa de sentir del todo cómodo, además el perro empezaba a restregarse peligrosamente contra mi pierna derecha, lo que añadía la lujuria animal a una atmósfera ya de por sí un tanto pesada: preferí escaparme, agradeciéndole a Lucie su hospitalidad. Le prometí que volvería pronto para entrevistar a su abuelo, ella sonrió y dijo: Cuando quieras, se pasa el tiempo ahí. Me levanté, el alcalde no parecía tener intención de irse, se estaba sirviendo una copa, así que salí.
O hacía menos frío o es que iba demasiado borracho como para darme cuenta. En todo caso, no caminaba recto, tiraba un poco hacia la izquierda y tropezaba continuamente contra los muretes. Recuerdo que cuando llegué tenía un hambre de lobo, comí unos restos de pasta. Luego intenté leer a Rabelais, las líneas bailaban ante mis ojos, no pillaba ni una, así que me puse al ordenador.
Tengo que contarle a Lara esta noche tan rara y explicarle lo de la epístola porno, si no se va a pensar que me he vuelto loco de repente, con esa historia del perro en celo. Esto no resuelve el misterio Onésime Reclus. Bueno, pasemos a otra cosa, prioridades del día: terminar la transcripción de la entrevista de Mathilde y empezar a escribir el capítulo Preguntas.
Camarero, dos aspirinas.
18 de diciembre, continuación
Siesta hecha, calefacción a tope y los gatos ronroneando contra mí. Les he puesto nombre, el negro Nigel, el rojo Barley. No sé si son machos o hembras, pero eso no importa, los felinos siempre me han parecido mucho más discretos en su sexualidad que los canes, esos pervertidos polimorfos. Son las cinco y ya es de noche. Nos acercamos al solsticio de invierno. Hoy nada de citas, solo yo, mis animales y mi Pensamiento Salvaje. El capítulo Preguntas avanza a muy buen ritmo: creo que he logrado formular mi hipótesis principal, según la cual hoy en día el campo es el lugar de la diversidad, donde realmente conviven los más diferentes modos de vida. Agricultores, jóvenes rurbanos, jubilados extranjeros, todos cohabitan en un mismo espacio; lo que me falta determinar es el tipo de relaciones que mantienen entre sí, por una parte, y con el paisaje que los rodea, por otra. (Estoy deseando comentar este tema con Max. Una mirada externa tan sagaz como la suya constituirá sin duda una valiosa fuente de información, por no mencionar su propensión a la maledicencia, que, también en etnología, da los mejores informadores.)
Empezado Rabelais, en ayunas resulta que es más fácil. (Nota: el habla local se parece mucho al francés de Gargantúa. Martial el alcalde me recuerda a Pantagruel o a Grangaznate.) Mira, me había olvidado por completo de lo del decano del pueblo, y él por lo que se ve también.
Sin noticias de Lara, espero que no se haya tomado a mal mis fantasías pornográficas de borracho.
19 de diciembre
Dormido doce horas. Ligero recrudecimiento de los gusanos rojos, probablemente debido a la calefacción, declarada la guerra química, tratamiento tipo Bashar al-Ásad, hipoclorito de sodio, enemigo diezmado.
Solo cuatro días para volver a París, al final tampoco tengo tantas ganas. Abandonar el terreno es siempre complejo; uno se lleva consigo sus preocupaciones, sus proyectos, sus frustraciones, a uno lo inquieta el ansia por regresar cuanto antes para proseguir con sus observaciones. ¡Ah, qué largo es el camino hacia la tesis! ¡Qué largo es/ el camino/ de vuelta! ¡Pero después de la pena/ llegará la alegría!/ ¡Volveré/ amigo mío/ volveré! Tengo una voz hermosa, creo. Los viaaajes/ forman a la juventud, este sería un bonito exergo para la tesis. A pesar de mi deseo de estar con Lara, he adelantado la fecha de vuelta, regreso el 2 de enero. Max se ha ofrecido amablemente a acompañarme a la estación y luego a recogerme, así aprovechará para hacer algunas compras en Niort, no va casi nunca, me dijo. El material lo compra todo por internet. El cartero es su mejor amigo, comenta en broma. También yo debería pasarme de visita por Niort, a fin de cuentas es la Prefectura y la principal bolsa de empleo; sobre todo en el sector terciario, según parece. Resulta bastante gracioso, para mí esa ciudad figuraba en el mismo compartimento que Nevers, Vierzon y Guéret, es decir, el compartimento de lugares que no le dicen nada a nadie y donde nadie tendría un especial interés por vivir, pero Max me cuenta que es muy agradable, bastante bonita incluso, con su castillo, su mercado y su río. (Pensándolo bien, debe de ser el caso de la mitad de las prefecturas de Francia, en tanto que la otra mitad cuenta con su catedral, su mercado y su río.) Creo que tranquila es el adjetivo más frecuente para calificar la ciudad. Al igual que Foix, prefectura de Ariège: MUY tranquila. Por otra parte, Mathilde me confió durante la entrevista que ella a Niort no va casi nunca, por lo menos no al centro. Solo frecuenta la zona comercial, en la periferia, con miles de metros cuadrados de variopintas naves industriales, empavesados por los colores de todas las marcas del mercado global, placeres de vivir en provincias, claro que sí. Según ella, allí uno puede comprar de todo, desde artículos de deporte (cañas de pescar, cartuchos y chaquetas de caza) hasta productos culturales (grabaciones de los humoristas de moda, películas americanas y documentales de animales para Gary), mientras que en la ciudad, no. Para ella, la ciudad es exclusivamente un gigantesco supermercado. Tampoco se siente atraída por la oferta de espectáculos; no va al teatro ni tampoco a conciertos, y al cine solo muy de vez en cuando: una vez al año, el día de Navidad o la víspera. Mathilde afirma que su paquete de tele por satélite es mucho más interesante que la programación del Centro Cultural.
Por su parte, Max lamentaba que no hubiera un burdel, Ahí sí habría una buena razón para ir a la ciudad, me dijo.
Creo que prefiero mi Pensamiento Salvaje a un alojamiento en una prefectura blanca y plácida, incluso en el centro y con vistas al castillo.
Lara ha aceptado mis disculpas por el desliz libidinoso. Afortunadamente, está muy lejos de ser una mojigata y se hace cargo de que el trabajo sobre el terreno no siempre es sencillo.
Programa de la jornada: mercado en Coulonges, luego entrevista rápida e informal con el alcalde Martial y su equipo de enterradores.
He encontrado un nombre genial para mi ciclomotor: Jolly Jumper, por supuesto.
19 de diciembre, continuación
Contento de haber logrado esquivar la borrachera, y más aún el accidente en moto, un milagro. He sabido plantarme a las dos copas, pero tengo que ir con cuidado o me convertiré en un alcohólico y no en doctor en ciencias humanas. Por no hablar de las consecuencias en la conducción, ya de por sí peligrosa, de mi dos ruedas. La empresa de pompas fúnebres se encuentra entre La Pierre-Saint-Christophe y Coulonges, me he pasado por allí al volver del mercado, por otra parte un lugar apasionante. Mercado pequeño pero bonito; los agricultores de la zona conviven con los carniceros-charcuteros itinerantes y los pequeños productores que venden queso de cabra o miel. Detrás de un puesto de verduras me encontré por sorpresa con la famosa Lucie, sus verduras, me pareció. La saludé y le compré patatas; es una lástima que no quiera que la entreviste. Un poco decepcionado también en el plano del dialecto (del poitevin-santongés, me cuesta llamarlo así, ¿por qué?), tengo la impresión de que ya no se habla mucho. Sin embargo, el acento local (¿rabelaisiano?, preguntar a un lingüista para Idiomas) es definitivamente exquisito. También se escucha algo de inglés. (Urge que encuentre información sobre el número de británicos instalados en los alrededores, ¿en la Prefectura?) Como se acerca la Navidad, había una algarabía de patos, gansos y pavos donde las aves de corral, y de ostras enteras de Marennes. El ambiente era jovial. También compré huevos, porque todavía tenían un poco de plumón pegado a la cáscara y me pareció bucólico. En la ciudad uno olvida fácilmente que esos pequeños objetos ovoides y nutritivos salen de la cloaca de una gallina y sirven para fabricar pollitos. Alrededor de la lonja, los vendedores ambulantes ofrecían ropa, discos y películas, busqué un regalo para Lara, en vano, luego volví a subirme a Jolly Jumper para tomar otra vez la carretera del pueblo y pararme a ver a Martial. Nunca había estado en una funeraria, y sin embargo es una actividad bien extendida y universal, que yo sepa. Sin duda la profesión más antigua del mundo, incluso más que la otra. Acaso en concomitancia. La empresa de pompas fúnebres es un negocio floreciente oficiado por tres empleados. Se trata de una profesión altamente reglamentada, de gran tecnicidad, que requiere un auténtico saber hacer y cualidades humanas (Martial dixit). Los ataúdes ya no se fabrican in situ, por supuesto; se encargan por catálogo. Hay tres formas autorizadas por el gobierno (el legislador se interesa realmente por TODOS los aspectos de la vida social): el féretro parisino, lionés o americano. Grosor, calidad, estanqueidad, todo está determinado por la ley, que decididamente no tiene otro lugar donde meter sus narices. Los modelos tienen nombres bien sonoros, Reposo (pino macizo especial cremación), Eternidad (roble, modelo parisino con asas), Emperador (nogal de ebanistería con asas chapadas en oro), y toda una serie especial con denominaciones que sugieren lujo y belleza: Venecia, Florencia, San Remo con tapicería de color a elegir, etc. Martial estuvo encantado de enseñarme todo aquello. Tiene un nuevo y flamante coche fúnebre. Me explicó que para el cliente la imagen del coche mortuorio era muy importante; el vehículo funerario debe estar siempre impecable, de un negro brillante (de hecho, cuando llegué, sus empleados lo estaban lustrando con cera mientras cantaban una especie de melodía que no era funeraria en absoluto). Lo más corriente es que el oficio se transmita de padre a hijo y que atraiga más bien poco a las personas ajenas a la congregación. Hoy se necesita un diploma. Al parecer, o así lo he entendido yo, la autorización para transportar cadáveres y hacerlos desaparecer se parece un poco a la licencia para manipular explosivos o poseer armas de guerra: la concede la Prefectura. Una de las características de la legislación francesa, me explicaba Martial el alcalde embalsamador, es que las ambulancias nunca transportan a los muertos: en caso de muerte súbita (cuando llegan los servicios de emergencia, dijo Martial), quienes van a recuperar los restos mortales son los enterradores, con un vehículo especialmente habilitado para el transporte antes de la puesta en féretro. Por lo tanto, siempre que el cliente tenga el buen gusto de no palmarla en el hospital, los llaman a menudo. A la gente todavía le gusta morir en sus casas, incluso se ha vuelto a poner de moda, me explicó Martial. El parto por supuesto, pero la agonía a domicilio también está en franco crecimiento. O tempora, o mores. Obviamente nada de todo eso resulta especialmente agradable, pero vaya, estamos acostumbrados, añadió. Por lo tanto, el alcalde es un tanatopractor registrado y empresario de pompas fúnebres afiliado a una red nacional, hijo de empresario de pompas fúnebres independiente, nieto de sepulturero, toda una ascendencia en la profesión. Su condición de representante electo facilita mucho las cosas (Una acumulación de cargos ciertamente extraña pero permitida por las autoridades, dice con una sonrisa), ya que en caso de fallecimiento en su municipio, quien debe firmar los documentos es él. Así pues, en el pueblo hay tres industrias: la carpintería, la mecánica y la gestión de los fallecidos, actividades que, a mi juicio, ya en otros tiempos estuvieron vinculadas. (Curiosamente, el patio trasero de la empresa de pompas fúnebres es un verdadero cementerio, no de seres humanos, sino de coches: me han enseñado los restos de un «vehículo funerario a caballo» recién salido de una canción de Br