Índice
Portadilla
Índice
Dedicatoria
Citas
1. Dedicatoria
2. Amanecer
3. Ascensor
4. Eva
5. Reír
6. Silencio
7. Imaginación
8. Ilusión del aire
9. Helechos los de aquel patio
10. Verano
11. El mundo
12. Retrato
13. Infierno
14. Noche
15. Preguntas
16. Iglesia
17. Tres
18. Feliz
19. Pájaro
20. Badén
21. R.
22. Yesterday
23. Escalofrío
24. Mirar
25. Playa
26. Padre
27. Olas
28. Cuchillo
29. Odio
30. Pérdida
31. La foto
32. Vaivén
33. Viaje
34. Bath
35. Exeter
36. Lincoln
37. Las cartas a Eva
38. Abuelo
39. La vida. Una confesión
40. Oscuro
41. Claro
42. El oficio
43. Gaviotas
44. Palomas
45. Lorca
46. Don Antonio
47. Gabo
48. Ojalá
49. Cuatro
Sobre el autor
Créditos
Este libro es para Oliver
y está dedicado a Manuel de Lope.
«Un hombre feliz sorprendido por la duda.»
HUGO CLAUS
«Una autobiografía se inicia cuando uno tiene la sensación de encontrarse solo.»
JOHN BERGER
«A veces desearía uno volver a verlos a todos, a los otros, a todas esas personas que ha conocido a lo largo de la vida de manera casual o menos casual, los rostros olvidados o los recordados.»
«Algunas de sus fotos las llevo tan grabadas en el alma que a menudo siento como si hubieran sido impresas sobre mi persona en lugar de sobre papel.»
CEES NOOTEBOOM
«Cuando sientas deseos de criticar a alguien —me dijo una vez mi padre—, recuerda que no todo el mundo ha tenido las ventajas que tú tuviste.»
FRANCIS SCOTT FITZGERALD
El gran Gatsby
1. Dedicatoria
Ahora, tal día como hoy, en primavera, en la ciudad a la que fui arrojado por el viento del azar, frente a una iglesia que también por azar preside el ámbito de lo que veo desde esta casa, cuando aún es 25 de marzo de 2013 y todavía no ha florecido el único árbol de la calle, siento que debo escribirte una carta.
No te escribo sólo para que sepas de mí, de lo que he vivido y de lo que hemos vivido, e incluso de lo que vas viviendo, sino para que sepas qué me pregunto hoy, qué siento, qué suena hoy a mi alrededor, qué se escucha, qué somos, qué fuimos, de qué me acuerdo, de qué me querría olvidar, y lo empiezo a hacer, he empezado a hacerlo, en Madrid, a 25 de marzo de 2013. Y lo haré en fechas sucesivas, espero no desmayar, ni un día sin línea, como si estas palabras te fueran a llegar en un último suspiro, ese mensaje que uno quisiera ser para prolongarse más allá de la respiración, de la mirada y del cuerpo; uno quisiera seguir siendo en el aire el aire mismo, una sombra de la sombra, una sombra en la pared oscura. Como si la carta fuera una mano que te tiendo para que tú la prolongues, acaso para que la mano sea la respiración que quede después del tiempo, más allá del árbol sin flores, después del tiempo que queda. Una carta que fuera como el árbol que nace de otro árbol que parecía inútil o muerto o inexistente o imaginado en la esquina de una calle cualquiera. El árbol del milagro, una ilusión pintada en el patio.
Aquí me iré preguntando y diciendo y gritando y callando y mirándome en un espejo amable o esquivo, cruel o generoso, el espejo del pasado, diciéndote qué siento, qué he sentido, cómo me ha ido en la vida, cómo ha ido la vida, y lo haré mientras dure este año que empieza aquí. No espero tu respuesta; seguro que cuando tengas la edad de ofrecerla, las preguntas que te hagas tú mismo ya serán otras, marcadas para tener respuestas diferentes, o para no tenerlas, para ser, para ser parte del viento y de la arena, y del olor de las plataneras y de las acacias, o de los acebuches muertos que resucitan, para ser parte del mar, para ser parte de lo que fui o de lo que ya entonces seré, para ser parte de lo que tú mismo seas entonces. O quizá no te resulte imprescindible responder porque ya la vida habrá dado una vuelta perfecta y serás tú quien mire desde aquí, o desde cualquier sitio, leyendo este texto u otros, y preguntándote lo mismo que yo me preguntaba cuando ese árbol estaba a punto de florecer en primavera. Entonces a lo mejor tú prolongas la mano hacia otro, y este otro la prolonga hacia ti, u otras manos te buscan, te quieren o te desprecian y tú buscas en la mano ajena la mano que perdiste o se quedó en el aire. Una mano, otra mano, y así sucesivamente… Y es probable que entonces exista aún el árbol, pero yo no existiré o seré árbol, si acaso, o nada, el humo ligero que hay dentro del aire de las nubes, lo que se aprecia al final de las montañas, las piedras que una vez arrojamos al mar y siguen en la orilla, imperturbables, quietas ahí para que otro niño las moje y las muestre, mientras cambia el color de la piedra y el niño se fija en que a cada instante hay una piedra nueva en sus manos. El agua renovando la piedra y tú maravillado, y finalmente la piedra como el primer juguete que vino con el mar.
—Mira, padre, otra piedra —y ríes.
Acaso seas entonces, como yo mismo ahora, un hombre que fue feliz sorprendiéndose y se halló sorprendido por la duda. La sombra de un hombre que fue feliz y al que la duda sorprendió mientras buscaba las mejores piedras de la orilla.
Entonces tú arrojarás una de esas piedras y seguramente será para que tu hijo o tu hija o quien sea tu compañía de entonces se ría de tu puntería, o de tu falta de puntería, y reirás con él, con ellos; mientras rías crecerá la constancia de la vida, la vida es risa, encuentro, y de pronto llanto, incertidumbre, duda, tu madre buscándote entre la multitud de la playa y tú buscándola a ella con los ojos llenos de lágrimas, ella te ha visto, ya sonríe, pero tú sigues braceando en