Tres novelas exóticas

Rodrigo Rey Rosa

Fragmento

libro-2

Tres novelas exóticas[1]

Escribí Lo que soñó Sebastián en 1993, en Tánger, recién llegado de Guatemala, donde había pasado una larga temporada recorriendo lo que entonces era la selva del Petén y el cauce del río La Pasión y sus afluentes, el lugar donde se desarrolla la acción. El escenario ha cambiado tanto que los acontecimientos —muchos de ellos oídos en conversaciones de sobremesa en albergues selváticos— hoy serían inimaginables. Donde entonces hubo una selva más o menos virgen ahora se extienden potreros de ganado para carne y plantaciones de caña de azúcar y palma africana. (Este año los derrames de materia tóxica de una vasta plantación de palma aniquilaron la fauna acuática de La Pasión a lo largo de ciento cincuenta kilómetros, y trastornaron las vidas de miles de familias que dependían del río y ahora dependen de la ayuda humanitaria.) La flora y la fauna originales han desaparecido casi por completo, y con ellas los cazadores tradicionales que vivían del tráfico de carne, pieles y crías de animales exóticos. Tanto los cazadores como los animales y sus raros defensores eran parte de la trama. Sea como fuere, ahora me parece que lo más notable de esta narración silvestre y vagamente elegíaca es que haya llegado a convertirse en libro y luego en película.

Los periplos del colombiano protagonista de La orilla africana están dirigidos por una suerte de nostalgia anticipada. No me propuse situar ningún relato en Tánger hasta cuando creí saber que iba a ausentarme de la ciudad, tal vez para siempre, casi veinte años después de visitarla por primera vez. El tiempo que tardé en escribirlo —dos o tres meses— me conté como el guatemalteco más afortunado a todo lo largo de la costa norteafricana.

El tren a Travancore, escrito por encargo para una colección finisecular de narrativa de viaje, es un ensayo picaresco epistolar del que me siento quizá injustificadamente satisfecho. Igual que el pícaro que escribe los e-mails indios, en el año 2000 yo viví algunos meses en Chennai, en el sur de la India, alojado en el ashram de la Sociedad Teosófica, fundada en 1875 por la formidable madame Blavatsky, donde ingresé haciéndome pasar por el biógrafo de María Cruz, teósofa y poeta guatemalteca que vivió allí a principios del siglo XX. Hace unos años me di a la tarea de traducir un volumen de la correspondencia india de mi compatriota, Lettres de l’Inde (Évreux, 1916); quizá en consecuencia mi karma quede limpio de ese pecado de impostura.

R. R. R.

libro-3

Lo que soñó Sebastián

Dedicatoria

A Blanca Nieto

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