El sol en la cabeza

Geovani Martins

Fragmento

libro-3

De paseo

A Matheus, Alan y Gleison

¡Me desperté dentro de un horno! En serio, no eran ni las nueve de la mañana y mi chabola parecía derretirse. Hasta las humedades del salón habían desaparecido, estaba todo seco. Solo quedaban las manchas: ahí seguían la santa, la pistola y el dinosaurio. Estaba claro que iba a ser uno de esos días en que sales a la calle y ves el cielo todo empañado y todo tiembla como en una alucinación. Para que te hagas una idea, el aire que daba el ventilador era más caliente que el fuego del infierno.

En la mesa había dos reales, los había dejado mi vieja para el pan. Con que juntara otro real con ochenta ya tenía asegurado al menos un billete de autobús, solo tendría que colarme a la ida, que es más fácil. La putada es que antes de acostarme ya había puesto la casa patas arriba buscando monedas para un cigarrillo suelto. Lo suyo era invertir los dos pavos en el pan, apretarme un desayuno y largarme a la playa con la tripa llena. Lo que no podía hacer era quedarme en casa asándome. Para nosotros está tirado colarse en el bus, se nos da de maravilla.

Pasé por casa de Vitim, luego nos acercamos a la chabola de Poca Telha y desde ahí tiramos para el cuchitril de Tico y Teco. Hasta entonces estábamos todos en las mismas: sin blanca, sin hierba y con ganas de playa. La salvación fue que Teco se había pasado toda la noche ayudando a unos colegas a empaquetar maría y le habían regalado unos porros. Unas migajas que sobraron del kilo. Se había agenciado hasta una papela de coca. Lo malo es que en vez de venirse con nosotros quería quedarse sobando en casa. Pues iba listo, cualquiera pegaba ojo con aquel solazo. Le dijimos que en la playa iba a estar de lujo, mirando a las tías, dándose chapuzones para refrescar el cuerpo. Iba a volver a casa todo relajado y a dormir como un bebé. Dijo que nos daba un porro, pero que él se quedaba apalancado. Menos mal que Vitim lo convenció para que se metiera una raya y se espabilase. A mí me da que eso era justo lo que él quería, un colega para esnifar en compañía, para no colocarse solo y quedarse ahí todo rayado. Cómo les gusta el polvo a estos chavales, en serio, ¡nunca vi nada igual! Diez de la mañana, un sol de la hostia y ellos atizándose la nariz.

Yo nunca me he metido. Recuerdo el día en que mi hermano llegó del curro cabreadísimo y me propuso ir a fumarnos un porro a la entrada de la favela. Quería hablar conmigo de hombre a hombre, lo noté al instante. El cabreo era porque un amigo suyo de la infancia había muerto de repente. Sobredosis. El chaval iba en bici puesto hasta las trancas, puede que incluso estuviera yendo a pillar más, cuando se cayó al suelo. Cayó ya tieso. Sobredosis. Tenía la edad de mi hermano, joder. ¡Veintidós! Yo nunca había visto a mi hermano tan jodido, los dos eran uña y carne. Por eso quería darme la charla: para que me limitara a fumar porros. Nada de coca, ni crack, ni pirulas, esas vainas. Ni siquiera loló, que el loló te derretía el cerebro. Por no hablar de la cantidad de tíos que la habían palmado de un paro cardiaco por ponerse hasta el culo del invento aquel. Ese día le prometí a mi hermano y me prometí a mí mismo que jamás me iba a meter farlopa. Y menos todavía crack, ni de coña, eso sí que es buscarse la ruina. Algunas veces me enchufo loló, cuando vamos a bailar funk, pero me controlo. Hoy me doy cuenta de que mi hermano tenía razón, lo suyo es limitarse a los canutos, hasta el alcohol es una mierda. Por ejemplo, en mi cumpleaños me puse ciego y acabé dando la nota. ¿Por qué? ¡Por la cachaza! Lo peor es que no me acuerdo de nada. Estaba bebiendo en la chabola de Tico y Teco, jugando a las cartas, y de repente me despierto en mi casa, todo mugriento. Al día siguiente me contaron la movida. Por lo visto había estado entrando a las tías por la calle, hasta me fui al callejón detrás de una. Una buena cagada. Si en una de esas me pilla por banda un mangui, me como una paliza. Para que te hagas una idea.

El conductor ni se inmutó cuando nuestro grupo entró por la puerta de atrás. El bus iba hasta los topes, mogollón de gente, sillas de playa, todo el mundo sudando, apretujado. Muy fuerte. Aguanté el viaje solo porque iba embobado mirando a Vitim y a Teco, enzarpadísimos los dos, con la mandíbula. En serio, no entiendo para qué se droga la gente, ¿para comerse la cabeza y rayarse por todo? Como el día en que estábamos Poca Telha y yo fumándonos un porro en el tejado de su tía. De repente apareció Mano de Cinco con dos paraibanos que acababan de llegar de su tierra. La madre que me parió… Se pusieron finos, venga rayas, venga rayas, los paraibanos con los ojos así de grandes y la mandíbula fuera de órbita. Entonces uno de ellos empezó a oír ruidos donde no había y nosotros muertos de risa. Mano de Cinco, que es otro cachondo, le dio carrete y le dijo que eran policías escondidos en la azotea de al lado, listos para echarles el guante. Pues, tío, los paraibanos se cagaron del susto y se bajaron del tejado cagando leches. ¡Yo me partía de la risa! Los dos andando allí abajo, por la calle, acojonados, escondiéndose tras los muros, con miedo de que apareciese la pasma.

En realidad el operativo lo montaron casi una semana después, que fue cuando mataron a Jean. No me gusta recordarlo, en serio, era buen chaval. Lo único que le interesaba era jugar al fútbol, y ¡cómo jugaba! Todavía hoy se dice que iba para profesional. Ya estaba en la cantera del Madureira, enseguida lo habría fichado el Flamengo, el Botafogo, uno de esos. Así de fácil, estaba hecho. Cómo echo de menos al hijo de puta ese, te lo juro. Hasta en su entierro se tiró el moco el cabrón, había unas cuatro novias suyas llorando al lado de su madre. Los policías son todos unos cobardes, hacer una redada en festivo, con todo el mundo en la calle, que podían haberle pegado un tiro a cualquier niño… Habría que reventar a esos tipos a balazos, así te lo digo.

Cuando llegamos a la playa el sol estallaba en el cielo y había varias chavalas bronceándose, con el culazo para arriba, bien a gusto. Me tiré al agua corriendo y di unas cuantas zambullidas a lo loco, atravesando las olas. El agua estaba buenísima. Cuando volví y vi a todo el mundo con cara de culo no me lo podía creer. La movida era que había unos maderos allí plantados, vigilándonos. Todos como locos por liarnos un peta, y la pasma allí. Esos policías de playa son un coñazo. Hay días que te agobian que flipas. Una de dos: o son todos unos porreros que quieren quedarse con la hierba de la gente para fumársela ellos, o ellos mismos son unos traficantes y quieren la maría para vendérsela a los guiris, o a los pijos, o yo qué sé. Lo único que sé es que cuando veo a un poli con muchas ganas de trabajar me mosqueo en el acto. ¡Bueno no puede ser!

Cuando por fin se largaron los hijos de puta, otro marrón: ¡nadie tenía papelillos! Vaya cagada, ¿no? Varios fumetas de campeonato y ni un triste papel. Y encima estuvimos una eternidad decidiendo quién se encargaba de ir a conseguir uno. Nadie quería ir a pedírselo a los porreros pijos que estaban en la playa, los creídos esos que van de guais. Cuando están solos, te miran con miedo, como si solo estuvieras pensando en atracarlos, pero cuando van en grupo te miran como si fueran a darte una paliza. Hay que joderse.

Tico y Poca Telha tentaron a la suerte, no había más remedio. Teníamos cerca dos pibes con pinta de ir e

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