Los inocentes (Mapa de las lenguas)

Oswaldo Reynoso

Fragmento

inocentes

Alberto Fuguet

El arte de no estar adentro

Existe una suerte de canon literario alternativo compuesto por ciertos libros y ciertos autores que trascienden y superan los rótulos con que algunos (la internacional conservadora, los guardianes del orden) intentaron barrer esos textos incómodos o demasiado ajenos a lo que se considera correcto. Fueron omitidos, ninguneados. Quedaron con el mote o —mejor aún— con el estigma de ser algo B, alternativo, periférico, lumpen, acaso indie. Insinuar que un libro es literatura urbana siempre ha sido una forma elegante de masacrar un texto, tal como tildarlo de joven o, lo que es acaso peor, de juvenil (¿literatura urbana juvenil?). Así las cosas, al rato, o al toque, un texto puede quedar como de culto o freak y su autor como un maldito. Pero este tipo de operación de exterminio casi nunca resulta cuando lo que está detrás es una mezcla de miedo, fascinación, morbo y deseo. El polvo de la trifulca se aquieta, pasa un buen tiempo (varias generaciones quizás) y eventualmente los lectores y editores y críticos y narradores aparecen para abrazar esos textos, hacerlos suyos y protegerlos hasta que el momento sea el adecuado.

Quizás ha llegado ese momento para Los inocentes y para Oswaldo Reynoso.

Digo: ha sucedido. Llegó. Este es el momento.

This is the time. The time is now.

En buena hora.

Algunos dirán que es tarde, que Reynoso ya no está para disfrutar de este alargue. Yo pienso: nunca es tarde y; dos, igual lo está disfrutando y mucho. A su manera: póstumo, como quiso, sin tener que participar del todo. Reynoso fue un automarginado que no se sentía cómodo en fiestas ajenas, pero entendía lo que él provocaba y cómo cautivaban sus textos. Le tenía pánico al mercado, al éxito, al marketing y creía en la gestión propia. «No deseo contribuir a las arcas de los editores alemanes y americanos que ahora son dueños de todo», me dijo cuando le propuse intentar editar al menos Los inocentes en una editorial «transnacional» para que, en efecto, pudiera llegar a varias naciones. «Es una idea bonita, pero mis convicciones no lo permiten», me dijo, testarudo argumentando que debía respetar su profundo comunismo. Pero pensando así, don Oswaldo, perderá posibles y ávidos lectores chilenos, argentinos, colombianos», le insistí. «No siempre se puede tenerlo todo, muchacho».

Reynoso tenía claro que Los inocentes fue más que su debut: fue algo como un terremoto literario que no destrozó edificios ni arrasó con puentes, pero que sí removió pisos y alteró hormonas porque, desde el principio, su propuesta fue considerada radical, colérica, rockera, homoerótica, grosera y poco literaria. ¿Hay algo más literario que aquello que es considerado no-literario? Reynoso es una figura clave en la literatura peruana. Esto no se cuestiona y no lo cuestiono. Me hubiera gustado leerlo antes de lo que lo leí. A veces pienso que lo leí en otra vida o que lo leyó mi madre cuando estaba en gestación porque me siento muy ligado a Los inocentes y siento que, de alguna manera, me marcó; pero luego capto que este libro es de ese tipo de libros que seduce a todo hombre porque explora de manera profunda los temores y ritos y contradicciones de ser un proyecto-de-hombre, de ser un adolescente masculino en un territorio machista. Los inocentes es ese tipo de libro que se puede leer a cualquier edad y en cualquier época, pero funciona con veinte veces más potencia cuando se lee a la misma edad de los protagonistas: quince, dieciséis, diecisiete años. Leer Los inocentes bien puede ser un hito en una adolescencia masculina latinoamericana.

Los inocentes, es cierto, no ha llegado a todos, pero sí a los suficientes como para seguir vivo y que ahora pueda, por fin, llegar a muchos, a todos. Es un libro que ha circulado por décadas de mano en mano, de bolsillo en bolsillo. Esta reedición y esta apuesta de Alfaguara lo coloca en un puesto al que Reynoso temía: en el mercado, en todas partes. Lo hace accesible, le da apoyo, le permite ser más que una anomalía o un autor de jóvenes o el secreto mejor guardado de la narrativa peruana. Le da una seria posibilidad de llegar a más y nuevos lectores. No es que antes no los tuviera o que su presencia no se sintiera en Perú. No. Fue un ídolo subterráneo, local, acotado. Ahora, ya muerto, pero más vivo que nunca, sus libros podrán empezar a viajar y a llegar a librerías de todo el continente. En efecto: la hora ha arribado para que todos podamos perder la inocencia y subrayar o prestar o releer este librito delgado, pero inmenso que cuesta creer que no tenga el status continental que se merece. En una era cuando tanto volumen indigno te lo bombardean detrás de esa cortina de humo de los premios inflados o cada libro aparece plagado de esas críticas inducidas por el lobby, Los inocentes nos recuerda que a veces la prosa y unos personajes entrañables y un sentido de mundo y de pertenencia (y escribir desde adentro y desde las entrañas) aún son los ingredientes que importan, y no cuan cercano estás de la mafia o de las vacas sagradas. Reynoso pertenecía a otra mafia, es cierto. No seamos tan inocentes: la mafia o la pandilla o la collera de los fans y de los que se excitan más de la cuenta con un libro iniciático e inimitable como este (aunque vaya que lo imitan). Una mafia (quizás rosa, quizás gris, de discípulos, de jóvenes abandonados) que rodeaba y sigue rodeando a Oswaldo.

Hace rato que comenzó el trabajo de enmendar el error por el cual sabemos tan poco de él y tanto de otros que, a lo más, son aficionados o escribidores. Reynoso, para citar ese álbum emblemático de Faith No More, es the real thing. El autor no académico que viene del sitio incorrecto y que pasaba más en los bares del centro de Lima que en las aulas de las universidades americanas. El lugar donde Reynoso se sentía cómodo era a un lado. Le gustaba, intuyo, estar y no estar, ser y no ser parte de. Más fisgón, más a la sombra, un poco adentro y un poco afuera del clóset. Pero ahora está siendo tratado como corresponde: como maestro. Reynoso se sentía local y de barrio (¿Santa Cruz? ¿Jesús María? ¿Magdalena del Mar? ¿Pueblo Libre?) y dudaba que su obra pudiera trascender. Ahí se equivocaba y la reedición de este libro formidable lo prueba. Supongo que todo país que genera un Nobel es capaz también de incubar un autor incómodo que parece que no es de exportación cuando capaz sea el más universal de todos. Hay autores que merecen y deben llegar a todos porque son capaces de ser descifrados por grupos muy diversos: desde el estudiante de Letras atento hasta el empresario que vuela en business, desde el sicólogo progre hasta la abogada que pertenece a un club de lectura. Hay autores más torpes socialmente (más paranoicos, sin dudas) como Reynoso, quien escribió pensando (creo) en unos pocos lectores que se parecían sospechosamente a sus personajes: bellos, elásticos, nuevos, inocentes, curiosos, confundidos, con hambre. Esto le permitió construir/crear a sus fans, muchos de ellos chicos que leían poco.

Si es cierto que una de las labores más importantes de un autor es convocar a sus propios lectores, entonces Reynoso es en efecto un grande y un triunfador. Armó sin el apoyo de la prensa convencional ni de la elite internacional al sólido cír

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