Noticias del Antropoceno

José María Merino

Fragmento

libro-2

Una revelación
(Prólogo)

Cuando se jubiló, intentó cumplir lo que se había propuesto durante los últimos años de su vida activa, entre la vaga delectación de las ensoñaciones: recorrer con calma, para descubrirlos de nuevo, ciertos lugares que había conocido en su juventud y madurez, y que persistían dentro de él como recuerdos gozosos.

Sin embargo, muy pronto comprendió que, si continuaba los viajes por aquellos escenarios tan gratos a su memoria, acabaría decepcionándose demasiado, porque la calita antes solitaria y de aguas azules era ahora un sumidero de despojos marinos, trapos y bolsas de plástico; la poza aislada y edénica en el río montañés, un lugar polvoriento, rodeado de coches y presidido por un rústico chiringuito en el que sonaba música estridente; en aquella deliciosa aldea de la ría, recostada sobre una playa de amoroso abrazo, enormes edificios de cinco pisos hacían ridícula la humilde presencia de los hórreos supervivientes. Y en los espacios de ciertos montes, que tanto habían avivado en él el gusto por los lugares naturales y desnudos de presencia humana, numerosas encinas se iban secando como consecuencia de un hongo venido de Australia, las vallas metálicas que cortaban el paso se alternaban con imprevisibles y gigantescos resquicios que mostraban la tierra desnuda en heridas de oscuros motivos, o con senderos atravesados súbitamente por una forma de locura ciclista y estrechos valles que dejaban ver los negros residuos de los recientes incendios.

Tales revelaciones lo hicieron profundizar en los tópicos que aceptaba antes con naturalidad y sin ninguna extrañeza, pero como si fuesen algo lejano y ajeno: la agresividad humana lo invade todo; la naturaleza se debilita y envilece; la contaminación no deja de crecer en cualquier lugar, por oculto que esté; los insecticidas y otros elementos van haciendo desaparecer a las abejas, entre muchos otros insectos, y a infinidad de aves; el cambio del clima está deshelando los polos y ello comporta azarosas, algunas brutales, mudanzas en el ambiente; muchos valles alejados del mundo urbano son despanzurrados para sacar gas o petróleo con mayor facilidad, y algunos empresarios, para beneficiarse de ayudas internacionales, liquidan la explotación del carbón en pequeños pueblos que sobrevivían gracias a ello, mientras importantes Estados del mundo continúan fomentando la industria del carbón con toda naturalidad.

Sin contar con que las relaciones humanas están cambiando notablemente, pues en el mundo han crecido los nativos digitales, y los sistemas «modernos» de comunicación y conocimiento se han ido difuminando mientras que la llamada «posverdad» se está convirtiendo con toda sencillez en nuestra información cotidiana.

Etcétera, etcétera.

Claro que también había ardientes defensores de lo que consideraban el momento, a pesar de todo, como un indiscutible estado de progreso de la especie humana, que acaso vive el mayor bienestar general de su historia, dicen…, pero desvelar tanta decrepitud en las imágenes estimulantes y queridas de su pasado le resultó demasiado desalentador, como si su jubilación personal, cuando ya tenía severos avisos de decadencia física, fuese una forma simbólica de la jubilación del planeta, cada vez más acorralado por las sucesivas actuaciones dañinas de una especie que, a su juicio, no había sabido acoplarse a él.

Abandonó aquellas infaustas excursiones de supuesta recuperación, y se conformaba con levantarse pronto y dar un largo paseo por su barrio, para sentarse luego un rato en algún banco de un pequeño parque cercano. Ya no veía las noticias en la televisión, ni leía los periódicos siquiera en el ordenador, pero no podía dejar de echar un vistazo de reojo a los titulares, al pasar ante el quiosco que quedaba en su barrio.

Y un día algo llamó su atención en una de las columnas laterales de una primera plana. Compró aquel periódico y se fue al parque para leerlo. La noticia, que se ampliaba en un largo reportaje interior, señalaba que, al parecer, desde los años cincuenta del siglo XX, la Tierra ha entrado en una nueva era geológica.

Leyó con ansiedad el artículo y conoció las razones de que el Holoceno se hubiese extinguido: la progresiva e intensa industrialización, la energía nuclear —con las bombas atómicas—, y otros aspectos rotundos y violentos de la actividad humana, en lo bélico y en lo energético, eran la causa, según los sabios.

A pesar de todo, se sintió más tranquilo, pues la denominación científica había logrado amansar su melancolía. «De manera que esto se puede identificar —pensó—. De modo que esto es parte de una forma de evolución… Así que esto tiene nombre…»

No tranquilo, sino mucho más tranquilo, casi jubiloso.

—Vaya, vaya —murmuró, sosegado—. ¡Lo que pasa es que estamos entrando en el Antropoceno!

libro-3

I. Género cósmico

libro-4

La pesadilla del papa Francisco

El papa Francisco no podía salir de aquella angustiosa pesadilla. Un gigantesco cónclave en un espacio etéreo, en el que la inmensa oscuridad y la precisa iluminación se conjugaban de un modo que no parecía posible. En lo alto, sucesivos y paralelos, diferentes niveles llenos de figuras le recordaban las pinturas de alguna bóveda clásica.

Comprendió enseguida que en aquellos distintos niveles estaban instaladas las nueve jerarquías de la corte celestial: primero los Serafines, los Querubines y los Tronos. Luego las Dominaciones, las Virtudes y las Potestades. Por último, los Principados, los Arcángeles y los Ángeles.

Arriba, en el centro de todo, había una luz abrumadora. Y de la luz comenzaron a surgir palabras precisas, que llegaban hasta él más con la forma de una escritura impresa en su imaginación que con su eco sonoro:

—Desde nuestro lugar sin tiempo y tras observar el desarrollo temporal del proceso de la Creación, que para nosotros no significa casi nada pero que para ella misma tiene una extensión inconmensurable, os he convocado para comunicaros que he tomado una decisión grave y definitiva.

Latía en la muchedumbre celestial una evidente tensión expectante, pues jamás había sido convocado cónclave similar.

—Os anuncio mi irrevocable decisión de dimitir como Altísimo.

Se percibió un estremecimiento de sorpresa, un palpable desconcierto consternado, reflejado en un silencio sólido como la oscuridad que los rodeaba.

—¿Alguien tiene algo que decir? —preguntó la voz.

Utilizando su privilegio, el Primer Serafín pidió la palabra.

—Altísimo, esa decisión es en efecto muy grave, tanto para el cielo infinito como para el universo perecedero. ¿Podrías explicarnos tus razones?

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