La ciudad sentida

Manuel Longares

Fragmento

Contents
Índice
Portadilla
Índice
LA CIUDAD SENTIDA
Aviso
Leyendas
El farol
El asfalto
La Paloma
El garbo
Casticismo
Personajes
Carteristas
Truhanería
Milagro
El paleto
Poetas
Zúñiga
En las nubes
El patinador
Los difuntos
El asalariado
La hipoteca
El proceso
Postales
Ilusos
La suerte
Incompatibles
Aniversario
El espejo
Ángel Guerra
Las luces
Niebla
Canto de cisne
Ancianidad
Historias
Las urnas
El puente
Caprichos
Casta y Susana
Lavaderos
La lotería
Regalo de Reyes
Rebajas
Amor de sangre
Casualidades
La musa
La gaviota
Sherezade
El perejil
Escaparates
Otoño, 1950
Soñadores
Los desmontes
En el subsuelo
La embajada
Los lunares
De vacaciones
No me olvides
Despedida
EXTRAVÍOS
Perfil
Amores
Livingstone
Porque fue sensible
Milagro en Cibeles
Mancheguísima
El pretendiente
Calisto y Melibea
Metamorfosis
Equívocos
Belleza convulsa
Noche de juerga
En su punto
Morbo
El bandido generoso
Tengo tendencias destructivas
Corazonadas
Equivalencias
Ida y vuelta
Para enterados
Generalísimo
Pintura de época
Pronunciamiento
Pirotecnia
El pirata y la sirena
Biografía
Créditos
Grupo Santillana
LA CIUDAD SENTIDA

LA CIUDAD SENTIDA

(2007)

Hablamos de una ciudad arraigada en el mapa y con muchos siglos de historia, una ciudad que pese a presentarse tal cual es, sin modificar el nombre de sus calles, ni el curso de su río ni la ubicación de sus monumentos, no parece la misma cuando se somete a la disección del cronista igual que el cadáver al bisturí del forense y en algún punto de su geografía muestra la cara oculta de la evidencia, ese hallazgo del que recelamos en principio, achacándolo a infidelidad de nuestra vista, cansada de indagar en tinieblas, aunque poco a poco absorbe nuestra atención y, a la manera del faro de la locomotora en la noche, que parpadea a lo lejos y conforme se acerca avasalla y deslumbra, así nuestro descubrimiento se acredita a fuerza de ser observado, por más que esa fisura abierta en el catastro no provenga de intereses económicos, como suele suceder, sino de una especulación literaria expresada por la vía del cuento.

Aviso

Aviso

La feria de San Isidro fue un desastre, dirán que no hay dinero pero lo que falta es vergüenza. Los toros venían del Batán cansados y al primer capotazo se tumbaban. Acabarán sacándolos al ruedo en carretilla, los toreros les darán conversación, y en eso consistirá la faena. Ahora, después de la corrida, ningún aficionado sube toreando por la calle de Alcalá. Y de los presidentes qué decir, si con sus actuaciones no necesita enemigos la fiesta.

El mejor trofeo de esta isidrada ha sido la cazuela de rabo de toro que se despacha a los turistas en los figones de la plaza Mayor. Muchos de los que hacen la digestión por los alrededores son desvalijados y los que se resisten al atraco sufren lesiones o muerte. El pícaro que los ataca seguramente probó el mismo plato en el hospicio, en el correccional o en la casa de comidas, de donde se largaría sin abonar su precio.

También se distribuye este guiso en asilos y hospitales, aunque sin la vigilancia de los doctores, de modo que los que repiten ración se empachan. Pero tienen el consuelo de caer en cama y no acuchillados en una esquina por la delincuencia callejera o reventados y esparcidos sus restos, como los usuarios de los servicios públicos —trenes, aviones, autobuses—, víctimas del atentado o del error de los políticos.

La avaricia del contratista hunde los edificios y el cansancio del conductor estrella el autobús de pasajeros. Por caducidad de las instalaciones descarrilan los trenes y por la incuria de las constructoras se matan los albañiles. Raro es el día en Madrid sin un accidente de andamio. La sangre de

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