Ave del paraíso

Joyce Carol Oates

Fragmento



Índice

Portadilla

Índice

Dedicatoria

Cita

Primera parte

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Capítulo 17

Capítulo 18

Capítulo 19

Capítulo 20

Capítulo 21

Capítulo 22

Capítulo 23

Capítulo 24

Capítulo 25

Segunda parte

Capítulo 26

Capítulo 27

Capítulo 28

Capítulo 29

Capítulo 30

Capítulo 31

Capítulo 32

Capítulo 33

Capítulo 34

Capítulo 35

Capítulo 36

Capítulo 37

Capítulo 38

Capítulo 39

Capítulo 40

Capítulo 41

Capítulo 42

Capítulo 43

Capítulo 44

Capítulo 45

Capítulo 46

Capítulo 47

Tercera parte

Capítulo 1

Capítulo 2

Notas

Biografía

Créditos

Grupo Santillana

Dedicatoria

 

Para Charlie Gross

Cita

 

Well love they tell me is a fragile thing

It’s hard to fly on broken wings

I lost my ticket to the promised land

Little bird of heaven right here in my hand.

Me dicen que el amor es algo frágil,

difícil es volar con alas rotas

perdí el billete hacia la tierra prometida

ave del paraíso que en mi mano reposa.

«Little Bird of Heaven»,

interpretada por Reeltime Travelers

Primera parte

Primera parte

01

1

¡Lo que mi corazón ansiaba! De esto hace ya mucho tiempo.

—No puedo entrar contigo, Krista. Pero te prometo que no me marcharé hasta que estés sana y salva dentro de casa.

Aquel atardecer de noviembre íbamos en coche siguiendo el curso del Black River, al sur de Herkimer County, en el Estado de Nueva York, al oeste y un poquito al sur de la ciudad de Sparta, en una época ya muy lejana, envueltos en niebla y con un olor a humedad ligeramente metálico: el río, la lluvia.

Hay entre nosotras, las hijas —hijas para siempre, a cualquier edad—, algunas que en lugar de encontrar desagradables los olores —con toda probabilidad gemelos, enlazados— del humo de tabaco y de los licores, los consideran atractivos en extremo, incluso seductores.

Seguíamos, en coche, el curso del río para que papá me devolviera a casa. Aquel varón era Edward Diehl —anteriormente «Eddy Diehl», un nombre que alcanzó cierta notoriedad en Sparta por aquellos años—, el «Eddy Diehl» que seguiría siendo mi padre hasta la noche en que su cuerpo quedó acribillado por dieciocho proyectiles que disparó, en un espacio de diez segundos, un improvisado pelotón de ejecución formado por policías locales.

La voz ronca de papá, siempre un tanto burlona. Y ya se sabe que si eres hija te gusta que te tome el pelo, porque eso es una prueba de amor.

—Di sólo que nos hemos retrasado, Gatita. No hace falta que des más explicaciones.

Me reí. Dijera lo que dijese mi padre, lo más probable era que me echase a reír y respondiera Claro.

Siempre había que contestar deprisa a un comentario suyo, aunque no se tratara de una pregunta. Si no lo hacías, te miraba fijament

Suscríbete para continuar leyendo y recibir nuestras novedades editoriales

¡Ya estás apuntado/a! Gracias.X

Añadido a tu lista de deseos