Un ángel en una Harley

Joan Brady

Fragmento

angel-2

Contenido

Portadilla

Créditos

Dedicatoria

1

2

3

4

5

6

7

8

9

10

11

12

13

14

15

16

17

18

19

20

EPÍLOGO

AGRADECIMIENTOS

angel-3

Para Munki... mi ángel particular

angel-4

1

Estoy de pie frente al deslucido espejo del vestuario de las enfermeras, tratando de dominar mi cabello castaño claro y recogerlo en algo parecido a un moño digno. Detesto que se rebele contra mí al igual que mis obstinados pacientes aquejados de demencia senil, que no se dan cuenta de que solo trato de ayudarlos. No me vería en esta situación, me digo, si hubiera tenido suficientes agallas para decir «no» cuando los de Recursos Humanos me pidieron que diera una charla a los es­tudiantes de enfermería sobre los principios básicos de la tracción ortopédica.

Sinceramente, parece que al aceptar la promoción a enfermera jefe del Servicio de Traumatología del hospital esperaba hacer de todo menos atender a los pacientes, lo que, irónicamente, es la principal razón por la que me metí en esto de la enfermería.

A sabiendas de que estoy hecha polvo —algo que siempre se me ha dado muy bien, por cierto—, abro la puerta del departamento de Ortopedia, mientras unos mechones rebeldes sobresalen de mi cabeza como una especie de aureola electrificada. De repente, resoplo ante la visión inesperada de Jason Driscoll, mi ex marido, de pie frente a mí, con una expresión extrañamente hosca en su bello rostro.

Incluso después del insoportable dolor que me provocó nuestro divorcio, este hombre todavía ejerce en mí un efecto sorprendentemente poderoso.

—Mi vida se ha acabado, Molly —me anuncia sin vacilar, y lo único que pienso es que Jason Driscoll puede ser muchas cosas, pero nunca melodramático. Mi ex marido es un hombre de pocas palabras, que conste, y aunque hace seis meses que hemos dejado de convivir, sigo sabiendo cuándo está a punto de revelarme algo que me va a doler escuchar.

Me recorre un escalofrío que me deja sin palabras y me devuelve a la situación anterior, en la que domesticar mi pelo rebelde era mi mayor preocupación.

—Acabo de hacerme una tomografía computarizada de urgencia —me informa sin ambages, y antes de tener tiempo de prepararme contra la inminente onda expansiva, añade algo impensable—: Tengo cáncer de páncreas, Molly. El doctor Hughes acaba de confirmármelo.

En ese instante mi mundo, tal como lo conocía, se altera irrevocablemente, y ya no existe la menor posibilidad de devolverlo a su estado anterior.

—¿Qué? ¿Cómo...? ¿Estás... estás seguro? —balbuceo, buscando en vano alguna respuesta profesionalmente positiva.

—Es así, Molly —confirma Jason—. Mi vida se ha acabado, y he pensado que deberías saberlo por mí antes de que alguien te lo dijera en el hospital.

Soy incapaz de articular palabra, y sin embargo mi mente no puede permanecer callada.

—No, Jason —digo por fin—. No puede ser tan simple y descarnado como eso. Tiene que haber otras opciones...

Me interrumpe con un gruñido de desdén.

—Sí, la quimioterapia. —Resopla, y reconozco una mirada de rechazo obstinado en su rostro.

La reconozco, pero eso no impide que insista.

—¿No vas a pedir una segunda opinión? —pregunto en tono de súplica.

—La del doctor Hughes es la cuarta —responde con una expresión de estoicismo desarmante.

—Bien. De acuerdo. La quimioterapia es una opción viable...

—No para mí —me interrumpe de nuevo con convicción inapelable.

—Por favor, Jason —le imploro—. Estamos hablando de tu vida. ¡Tienes que abrirte a todas las posibilidades de supervivencia que existan!

Mete las manos en los bolsillos de sus viejos tejanos y se encoge de hombros.

—¿Por qué? —pregunta con indiferencia.

—¿Por qué? Y ¿por qué no? —razono. Estupefacta, lo miro boquiabierta mientras reminiscencias de sentimientos lejanos emergen de lo más profundo de mi ser: este es el hombre al que una vez amé y prometí dedicarle mi vida. Ya no importan los problemas, nuestros antiguos reproches mezquinos palidecen repentinamente a la luz de semejante noticia catastrófica, y por encima de todo quiero que Jason se cure... se recupere... viva—. No pierdes nada —añado.

Él cierra los ojos, pensativo, y respira lenta y profundamente.

—No es mi estilo —responde en voz baja—. No quiero morir así.

—¡¿Así cómo?! —exclamo.

—Poco a poco —dice sin alterar la voz—. Débil, calvo y agotado, sin nada más que un montón de falsas esperanzas. Yo no soy así, Molly.

La resignación que delata su tono me enerva. Nunca he oído a Jason Driscoll hablar así... Nunca lo he visto renunciar o ceder ante nada, y no quiero verlo ahora.

—Jason, por favor —le ruego, sin saber qué más decir—. Por lo menos dale una oportunidad a la quimio. Puede que funcione —imploro, pero ya al decirlo sé que a él le suena a fórmula vacía, que no tiene efecto alguno sobre su impenetrable y masculina idea de cómo debe morir un hombre de verdad.

Esa misma noche, más tarde, doy vueltas y más vueltas en mi mitad de nuestro viejo colchón de matrimonio, reacia a asimilar un mundo sin la presencia física de Jason Driscoll; de hecho, incapaz de ello. La oscuridad alivia el escozor de mis ojos, que siguen ardiéndome tras horas de intensa búsqueda en internet de todo lo relacionado con el cáncer de páncreas, y de la angustia que ello comporta. De momento, nada puede aliviar mi preocupación.

A pesar de todos los consejos que la gente me ha dado específicamente sobre los ex cónyuges, cojo el teléfono y llamo al móvil de Jason.

—Por favor, Jason —empiezo antes incluso de que él murmure un soñoliento «¿Sí?».

—¿Molly? —grazna, ya consciente de la razón de mi llamada. Supongo que seis años de matrimonio le brindan esa capacidad a cualquiera—. ¿Podemos hablar de esto en otro momento? —intenta escabullirse—. Cuando esté consciente... y tal vez incluso sobrio.

—Oh, no, nada de eso, colega —digo enfadada—. No voy a dejar que pases de mí en algo tan importante como esto. —Soy dura y lo sé, pero no me importa—. ¡Dame una sola razón lógica por la que no quieras probar la quimioterapia!

Él suspira, cansado.

—Por Dios, Molly, eres implacable, ¿lo sabías?

—Sí, lo sé —respondo—. No es precisamente la primera vez que me lo dices.

—Mira, Molly, estamos divorciados,

Suscríbete para continuar leyendo y recibir nuestras novedades editoriales

¡Ya estás apuntado/a! Gracias.X

Añadido a tu lista de deseos