El castigo de la Bella Durmiente (Saga de la Bella Durmiente 2)

Anne Rice

Fragmento

 

Título original: Beauty’s Punishment

Traducción: Rosa Arruti

1.ª edición: febrero 2012

 

© Anne O’Brien Rice

© The Stanley Travis Rice Jr. Testamentary Trust

© Ediciones B, S. A., 2012

para el sello B de Bolsillo

Consell de Cent, 425-427 - 08009 Barcelona (España)

www.edicionesb.com

Depósito Legal:  B.15644-2012

ISBN EPUB:  978-84-9019-137-8

 

Todos los derechos reservados. Bajo las sanciones establecidas en el ordenamiento jurídico, queda rigurosamente prohibida, sin autorización escrita de los titulares del copyright, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, así como la distribución de ejemplares mediante alquiler o préstamo públicos.

 

Contenido

Portadilla

Créditos

 

Resumen de lo acontecido

Los penados

Bella y Tristán

La subasta en el mercado

La subasta de Bella

Las lecciones de la señora Lockley

La extraña historia del príncipe Roger

El capitán de la guardia

El lugar de castigo público

Tristán en casa de Nicolás, el cronista de la reina

Un espléndido carruaje

La granja y el establo

Velada para soldados en la posada

Un magnífico espectáculo

El dormitorio de Nicolás

Tristán descubre un poco más su alma

La disciplina de la señora Lockley

Conversación con el príncipe Richard

Tiendas públicas

Las inclinaciones de la señora Lockley

Secretos en la alcoba interior

Bajo las estrellas

Revelaciones y misterios

Procesión penitencial

Tristán y Bella

Desastre

Mercancía exótica

Otra vuelta de tuerca

Cautiverio sensual

 

RESUMEN DE LO ACONTECIDO

 

Tras cien años de sueño profundo, la Bella Durmiente abrió los ojos al recibir el beso del príncipe. Se despertó completamente desnuda y sometida en cuerpo y alma a la voluntad de su libertador, el príncipe, quien la reclamó de inmediato como esclava y la llevó a su reino.

De este modo, con el consentimiento de sus agradecidos padres y ofuscada por el deseo que le inspiraba el joven heredero, Bella fue llevada a la corte de la reina Eleanor, la madre del príncipe, para prestar vasallaje como una más entre los cientos de princesas y príncipes desnudos que servían de juguetes en la corte hasta el momento en que eran premiados con el regreso a sus reinos de origen.

Deslumbrada por los rigores de las salas de adiestramiento y de castigos, la severa prueba del sendero para caballos y también gracias a su creciente voluntad de complacer, Bella se convirtió en la favorita del príncipe y, ocasionalmente, también servía a su ama, lady Juliana.

No obstante, no podía cerrar los ojos al deseo secreto y prohibido que le suscitaba el exquisito esclavo de la reina, el príncipe Alexi, y más tarde el esclavo desobediente, el príncipe Tristán.

Tras vislumbrar por un instante al príncipe Tristán entre los proscritos del castillo, Bella, en un momento de sublevación aparentemente inexplicable, se condenó al mismo castigo destinado para Tristán: la expulsión de la voluptuosa corte y la humillación de los arduos trabajos en el pueblo cercano.

En el momento de retomar nuestra historia, acaban de subir a Bella en el mismo carretón donde van a trasladar al príncipe Tristán y a los otros esclavos condenados por el largo camino hasta la tarima de subastas del mercado del pueblo.

 

LOS PENADOS

 

El lucero del alba se desvanecía en el cielo violeta cuando la gran carreta de madera, abarrotada de esclavos desnudos, cruzaba lentamente el puente levadizo del castillo. Los blancos caballos de tiro avanzaron pesadamente hasta tomar la serpenteante calzada que conducía al pueblo, mientras los soldados mantenían sus monturas muy cerca de las altas ruedas de madera, para así alcanzar más fácilmente con sus correas las piernas y nalgas desnudas de los sollozantes príncipes y princesas.

El grupo de cautivos se apiñaba frenéticamente sobre las ásperas maderas de la carreta, con las manos atadas detrás de la nuca, las bocas amordazadas y estiradas por las pequeñas embocaduras de cuero y las enrojecidas nalgas y generosos pechos temblorosos por el movimiento.

Algunos de ellos, movidos por la desesperación, dirigían sus miradas hacia las altas torres del castillo ensombrecido. Pero al parecer no había nadie despierto que pudiera oír su llanto. En el interior de los muros permanecía un millar de esclavos obedientes que dormían sobre los cómodos lechos de la sala de esclavos o en las suntuosas alcobas de sus amos y señoras, indiferentes a la suerte de sus díscolos compañeros que en aquel mismo instante se alejaban en la carreta bamboleante, de altas barandas, en dirección a la subasta del pueblo.

El jefe de la patrulla sonrió para sus adentros cuando vio que la princesa Bella, la esclava más querida del príncipe de l

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