Los Caballeros de Cristalia (Alcatraz contra los Bibliotecarios Malvados 3)

Brandon Sanderson

Fragmento

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Prólogo del autor

Soy impresionante.

No, en serio, soy la persona más asombrosa sobre la que hayáis leído en vuestra vida. La persona más asombrosa sobre la que leeréis. No hay nadie como yo ahí fuera. Soy Alcatraz Smedry, el increíblemente increíble.

Si habéis leído los dos libros anteriores de mi autobiografía (y espero que así sea, porque si no después me burlaré de vosotros) os sorprenderá ver que soy tan positivo. En los dos volúmenes anteriores me esforcé mucho por conseguir que me odiarais. En el primer libro os conté sin rodeos que yo no era una buena persona, y después, en el segundo, procedí a demostraros que era un mentiroso.

Me equivocaba. Soy una persona asombrosa y formidable. Puede que a veces sea un poquito egoísta, pero, aun así, sigo siendo bastante increíble. Solo quería que lo supierais.

Quizá recordéis de las otras dos entregas (suponiendo que no estuvierais demasiado distraídos por lo genial que soy) que esta serie se publica a la vez en los Reinos Libres y en las Tierras Silenciadas. Los de los Reinos Libres —Mokia, Nalhalla y demás— pueden leerla como lo que realmente es: una obra autobiográfica que explica la verdad detrás de mi ascenso a la fama. En las Tierras Silenciadas —lugares como Estados Unidos, México y Australia— se publicará como una novela de fantasía para ocultársela a los agentes de los Bibliotecarios.

Ambas tierras necesitan este libro. Ambas necesitan comprender que no soy un héroe. He decidido que el mejor modo de explicarlo es hablar una y otra vez de lo genial, increíble y asombroso que soy.

Al final lo comprenderéis.

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 Ch01.1 [Final]

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Capítulo

1

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Así que allí estaba yo, colgado del revés bajo un pájaro de cristal gigante que volaba a ciento sesenta kilómetros por hora sobre el océano, sin correr ningún peligro en absoluto.

Efectivamente, no corría ningún peligro. En toda mi vida había estado tan a salvo, a pesar de que bajo mi cuerpo había varios cientos de metros de aire antes de llegar al suelo (o, bueno, por encima de mí, ya que estaba del revés).

Avancé con cautela unos cuantos pasos. Las enormes botas que llevaba puestas tenían un tipo de cristal especial en el fondo, llamado cristal de amarrador, que les permitía pegarse a otras cosas fabricadas de cristal. Eso evitaba que me cayera. Porque, si me caía, lo que estaba arriba acabaría estando abajo muy deprisa en mi descenso hacia la muerte. La gravedad es lo que tiene.

De haberme visto con el viento aullando a mi alrededor y el mar agitándose más abajo, quizá no habríais estado de acuerdo con mi afirmación de que no corría peligro. Pero estas cosas —como lo de qué es arriba y qué abajo— son relativas. Veréis, me había criado como niño de acogida en las Tierras Silenciadas: tierras controladas por los malvados Bibliotecarios. Ellos me habían observado con atención durante mi infancia a la espera de que llegara el día en que recibiera de mi padre una bolsa de arena muy especial.

Recibí la bolsa, me robaron la bolsa, recuperé la bolsa. Ahora me encontraba pegado al buche de un pájaro de cristal gigante. Muy sencillo, en realidad. Si no tiene sentido para vosotros, os recomiendo que leáis los dos primeros libros de la serie antes de probar con el tercero, ¿no os suena lógico?

Por desgracia, sé que a algunos de vosotros, los de las Tierras Silenciadas, os cuesta contar hasta tres, ya que los colegios controlados por los Bibliotecarios no quieren que seáis capaces de dominar las matemáticas complejas. Así que he preparado esta útil guía.

Definición de «libro uno»: El mejor lugar por el que empezar una serie. Podéis identificar el «libro uno» por el hecho de que dice «libro uno» en la contracubierta. Los Smedry bailan para celebrarlo cada vez que leéis primero el libro uno. La entropía agita un puño airado al descubrir que sois lo bastante listos como para organizar el mundo.

Definición de «libro dos»: El libro que leéis después del libro uno. Si empezáis por el libro dos, me burlaré de vosotros. Vale, me burlaré de vosotros de todos modos, pero, en serio, ¿de verdad queréis darme más munición?

Definición de «libro tres»: En estos momentos, el peor lugar para empezar una serie. Si empezáis aquí, os lanzaré cosas.

Definición de «libro cuatro»: Y... ¿cómo os las habéis apañado para empezar por ese? Si ni siquiera lo he escrito todavía... Estos escurridizos viajeros del tiempo...

En fin, si no habéis leído los dos primeros libros, os habéis perdido algunos acontecimientos de suma importancia, entre ellos: un viaje a la legendaria Biblioteca de Alejandría, un fango con ligero sabor a plátano, Bibliotecarios fantasmales que quieren chuparte el alma, gigantescos dragones de cristal, la tumba de Alcatraz I y —lo más importante— un extenso análisis sobre la pelusilla del ombligo. Al no leer los dos primeros libros también habéis obligado a un gran número de personas a perder todo un minuto leyendo este resumen. Espero que os sintáis satisfechos.

Avancé con pesadas zancadas hacia una figura solitaria que se encontraba de pie cerca del pecho del pájaro. A ambos lados de mí batían unas enormes alas de cristal, y pasé junto a las gruesas patas del ave, que estaban dobladas y recogidas hacia atrás. El pájaro —que se llamaba Viento de Halcón— no era tan majestuoso como nuestro anterior vehículo, un dragón de cristal llamado Dragonauta. Aun así, contaba con unos bonitos compartimentos interiores en los que viajar a todo lujo.

Mi abuelo, por supuesto, no se iba a molestar en hacer algo tan normal como esperar dentro del transporte, no: él tenía que aferrarse a la parte de abajo y quedarse mirando el océano. Luché contra el viento para acercarme... y, de repente, el viento desapareció. Me quedé paralizado por la sorpresa, hasta que la bota que había dejado en alto se pegó por fin al pájaro de cristal.

El abuelo Smedry se sobresaltó y se volvió para mirarme.

—¡Por el rotativo Rothfuss! —exclamó—. ¡Me has sorprendido, chaval!

—Lo siento —respondí mientras me acercaba, acompañado por el tintineo que producían mis botas cada vez que despegaba una, daba un paso y volvía a pegarla en el cristal.

Como siempre, mi abuelo vestía un elegante esmoquin negro; creía que así encajaba mejor en las Tierras Silenciadas. Estaba calvo, salvo por un mech

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