Los años del cuervo (Las Tormentas del Tiempo 3)

Cecilia Randall

Fragmento

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Créditos

Título original: Hyperversum. Il Cavaliere del Tempo

Traducción: Juan Carlos Gentile Vitale

1.ª edición: octubre, 2017

© 2009, 2016 Giunti Editore S. p. A.

© 2017, Sipan Barcelona Network S.L.

Travessera de Gràcia, 47-49. 08021 Barcelona

Sipan Barcelona Network S.L. es una empresa

del grupo Penguin Random House Grupo Editorial, S. A. U.

ISBN DIGITAL: 978-84-9069-860-0

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Contenido

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Nota

Agradecimientos

EL LADRÓN DE LA COUR

Notas

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Dedicatoria

A mi madre.

Te echo de menos.

A mi padre. A Lorenzo.

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El caballero blanco estaba en medio del fuego. Miraba a su alrededor, como desorientado, o quizá buscaba a alguien entre el humo, girando el rostro escondido por el yelmo de hierro. La escena en torno a él era indistinguible: el resplandor de las llamas lo teñía todo con un único y vívido color, y el humo cerraba la visual en una crisálida opresiva en perenne movimiento. No se veía horizonte, en aquella crisálida, ni entrada ni salida: solo fuego en todas direcciones y aquel caballero tan alto, con la espada desenvainada y roja de sangre, a pie, quieto buscando a alguien con los ojos, sin llamar a nadie.

Daniel Freeland sabía que lo estaba buscando a él. Lo vislumbraba en el fuego, como si lo viera a través de un vidrio límpido. Estaba enfrente, en medio de un incendio que no lo rozaba. Daniel no sentía el calor de las llamas ni el olor del humo o la crepitación de la materia que se consumía, ardiendo. Aunque el caballero hubiera gritado su nombre, él no habría conseguido captar su voz.

Estaba allí, a pocos pasos, y no podía alcanzar a aquel hombre armado, ni podía ser alcanzado. El caballero blanco no lo veía y no lo oía, porque el vidrio inmaterial que protegía a Daniel del incendio era también una barrera que separaba a los dos de cualquier contacto.

El caballero enfundó la espada con un gesto cansado, como si hubiera llegado demasiado tarde para salvar a alguien. Se quitó el yelmo y sus ojos claros estaban llenos de amargura y de dolor. Cuando se bajó la capucha, el pelo negro descendió sobre el esternón casi hasta tocar las alas abiertas del halcón de plata bordado en la cota, en el centro de una faja vertical y azul.

Daniel compartió en lo más profundo el mismo dolor, sin embargo, no se movió ni dijo una palabra. Sabía que no habría servido de nada gritar, hacer aspavientos o correr donde el caballero blanco: ya lo había intentado muchas veces y en cada tentativa había visto al guerrero desplazarse c

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