La isla Fénix (Secret Academy 1)

Isaac Palmiola

Fragmento

cap-1

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Era un saco de huesos, más flaco que un coyote hambriento, y sus ojillos negros relucían con malicia, como si siempre estuviera tramando alguna travesura. En el barrio todo el mundo le conocía como el Rata, mote que se había ganado por sus enormes dientes, especialmente por las dos palas gigantes que sobresalían de su labio inferior y le daban aspecto de roedor.

—Tienes que hacerme un favor, Lucas —le dijo el Rata poniéndole una mano en el hombro—. Quédate ahí y vigila un momento.

Lucas tendría que habérselo olido. El Rata siempre andaba metiéndose en problemas, pero en aquel momento no sospechó nada raro. La calle estaba tranquila. Frente al supermercado se hallaba aparcada la furgoneta del reparto. El repartidor, un hombre gordo y calvo, estaba descargando las mercancías y las iba entrando en el almacén del supermercado.

Lucas se estaba preguntando qué habría para comer en casa cuando vio que el Rata entraba en la furgoneta. Aquello le sobresaltó, pero no tuvo tiempo de reaccionar. Al cabo de un instante, el Rata bajaba de la furgoneta cargado con dos enormes cajas que acababa de robar.

—¡Corre, Lucas! —le apremió mientras le endosaba una de las cajas.

En aquel preciso instante apareció el repartidor. Su mirada se cruzó con la de Lucas y se dio cuenta de lo que estaba ocurriendo.

—¡Ladrones! —gritó dando la alarma—. ¡Deteneos, ladrones!

Lucas vio como el repartidor se abalanzaba hacia él y no le quedó más remedio que correr calle abajo para que no le pillara. Aunque el Rata le llevaba bastante ventaja, Lucas era más rápido, de modo que en unos pocos segundos ya le había alcanzado. Se adentraron en una callejuela con la esperanza de despistar a su perseguidor, pero el repartidor seguía sus pasos y les amenazaba a gritos.

—¡Como os pille no os reconocerá ni vuestra madre, mocosos! —le oyeron vociferar.

Lucas y el Rata recorrieron varios callejones a toda velocidad, con el corazón en un puño y la respiración entrecortada. A sus doce años, eran bastante más ágiles que su perseguidor y empezaban a sacarle distancia. Parecía que iban a lograr escapar cuando al girar hacia la izquierda se encontraron con una desagradable sorpresa: el callejón no tenía salida.

—¡Estamos perdidos! —exclamó el Rata desesperado.

Era cierto. Oyeron unos pasos acercarse precipitadamente, y al cabo de pocos segundos apareció el repartidor cubriendo la única salida posible. El hombre se detuvo un instante para descansar. Tenía la cara roja como un tomate y apenas podía hablar porque le faltaba el aliento.

—Ya os tengo, ladronzuelos —consiguió decir con cara de pocos amigos—. Os prometo que nunca olvidaréis la paliza que os voy a dar...

El repartidor apretó sus puños y los huesos le crujieron amenazadoramente. Pese a que no era un hombre rápido porque estaba gordo, era una auténtica mole y parecía lo bastante fuerte como para enfrentarse a los dos sin demasiados problemas. Empezó a acercarse hacia ellos dispuesto a hacerles una cara nueva.

El Rata se quedó paralizado por el miedo, pero Lucas reaccionó. A sus espaldas había un muro de casi dos metros, y no se lo pensó dos veces. Lanzó la caja al otro lado y le pidió a su compañero que hiciera lo mismo.

—¡¿Qué hacéis, bellacos?! —gritó aún más enfadado el repartidor, y echó a correr hacia ellos.

Lucas se colocó las manos planas a la altura de la cintura y apremió al Rata para que se diera prisa.

—¡Vamos, sube! —le gritó.

El Rata colocó el pie encima de las manos de Lucas, y este lo propulsó en el aire. El Rata se agarró al extremo del muro y en unos segundos ya estaba al otro lado. Lucas se giró un instante y vio al transportista corriendo hacia él. Sus pesados pasos parecían retumbar como los de un elefante. Solo tendría una oportunidad si quería escapar: o conseguía agarrarse al muro de un solo salto o el transportista le haría papilla.

Lucas se concentró. Saltó hacia el muro con todas sus fuerzas, y sus manos consiguieron asirse al extremo. Trepó ágilmente, pero cuando estaba a punto de saltar al otro lado notó que algo aferraba su pie.

—¡Ya te tengo, niñato! —exclamó triunfalmente la voz del repartidor.

Lucas intentó liberarse de él, pero las manazas del transportista le agarraban como tenazas de hierro. Trató de aguantar, pero su adversario era más fuerte y tiraba de él sin piedad. Entonces tuvo una idea. Consiguió sacarse la zapatilla deslizando el pie y se deshizo del transportista. En un instante ya había saltado al otro lado del muro. Había perdido la zapatilla izquierda, pero por lo menos había escapado de una buena paliza.

—¡Me las pagaréis, malditos! —oyó gritar al enfurecido repartidor—. ¡Me he quedado con vuestras caras! ¿Me habéis oído? ¡Me he quedado con vuestras caras y os juro que me las pagaréis!

Lucas estaba convencido de que aquel hombre estaba demasiado gordo para escalar el muro, pero no se quedó allí para comprobarlo y empezó a alejarse tan rápido como le permitía su descalzo pie izquierdo. El estrecho callejón estaba flanqueado por dos edificios de viviendas exactamente iguales, con persianas verdes y diminutos balcones. En uno de ellos localizó un par de zapatillas viejas. No le habría resultado difícil escalar por la tubería y robarlas, pero pensó que ya se había metido en suficientes problemas aquella mañana. Aunque el Rata había desaparecido sin dejar rastro, Lucas tenía una vaga idea de dónde podría encontrarle. Su «amigo» no había estado nada bien metiéndole en aquel lío, y aún menos dejándole tirado en cuanto las cosas se habían puesto feas, así que decidió ir a buscarle para pedirle una explicación.

Caminar por la calle con un pie descalzo no resultó nada fácil. Lucas debía tener cuidado con no pisar los cristales rotos que había en la calle, y la planta del pie le dolía un poco al andar. El parque era el escondite favorito del Rata, y Lucas supuso que le encontraría allí. Tras pasar un rato inspeccionando todos los rincones, le encontró oculto entre unos arbustos hurgando en el interior de una de las cajas que acababa de robar.

—Gracias por esperarme. Ha sido un gesto muy amable por tu parte... —le reprochó Lucas.

—Estaba muy preocupado por ti —mintió el Rata—. Creía que te habían pillado.

El Rata cogió una de las cajas y se la ofreció.

—Toma, te corresponde la mitad del botín.

—No lo quiero —respondió Lucas—. ¿Es que se te ha ido la cabeza? Tenemos que devolver estas cajas al supermercado.

El Rata se echó a reír como si acabara de oír un chiste.

—¿Crees que he robado las cajas para devolverlas? Eso me convertiría en el ladrón más estúpido del planeta. —Entonces dejó de reír y bajó la voz como si quisiera contarle un secreto—. El contenido de estas cajas es muy valioso...

Lucas se dio cuenta de que ni tan siquiera había pensado en ello. Se fijó en una de las cajas y vio que tenía impresa la cara del doctor Kubrick, un hombre viejo y con pinta de loco que salía en la tele haciendo anuncios de caramelos.

—¿Los caramelos del doctor Kubrick? —preguntó Lucas sin poder creérselo—. ¿He perdido una zapatilla para que pudieras robar u

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