La noche y su luna (La noche y su luna 1)

Piper C.J.

Fragmento

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Prólogo

Rara vez un sonido define el curso de la historia. Un cañón podría atravesar un barco, y el estallido sería una declaración de los primeros sonidos de la guerra. Una campana podría repicar en una ciudad para alertar a los ciudadanos de la llegada de fuerzas invasoras. Y un rey podría llorar en el silencio de la noche por el fallecimiento de su esposa mientras su dolor empieza lentamente a dirigir su reino. Pero el sonido que alteró el curso de esa noche fueron unos fuertes golpes contra la madera, que resonaron en las piedras poco después de la medianoche.

Se suponía que a esas horas nadie llegaba al orfanato. Aunque Nox solo tenía tres años, estaba segura de algunas cosas. La primera: las matronas se enfadaban muchísimo si corrías por los pasillos. La segunda: nadar en el estanque era una pésima idea. La tercera: jamás de los jamases estaba justificado salir de la cama después del anochecer.

Hasta que lo estuvo.

La lluvia golpeaba los cristales de las ventanas, solo interrumpida por el intermitente retumbar de los truenos. Nox se incorporó en los cálidos pliegues de sus sábanas y escuchó atentamente mientras las matronas de la casa se levantaban de la cama. El rítmico golpeteo debía de haberlas despertado a ellas también. Se acurrucó contra los agudos silbidos del viento en las ventanas evocando visiones de fantasmas y oscuros seres feéricos con dientes afilados y grandes garras. Miró parpadeando a los niños que dormían en los catres alineados a su alrededor. La inquietante melodía de la tormenta y la percusión entrecortada de los golpes no parecían molestarlos.

Un nuevo sonido se sumó a la tormenta. Nox oía ya no solo a las matronas despertándose, sino también gruñidos enfadados. Salió de la cama y siguió el ruido. Los débiles sonidos de los niños que dormían desaparecieron detrás de ella mientras continuaban los golpes. Quizá no era la única que se había despertado.

Nox agarró el borde de la puerta y miró hacia el pasillo.

Aunque no había hecho ruido, el desafortunado resplandor naranja de una vela hizo que le dolieran los ojos. Levantó el antebrazo para protegerse del dolor cuando la sombra dio paso a la luz. La Matrona Gris estaba en lo alto de las escaleras. La miraba fijamente. Nox sabía que si ella hubiera sido otra persona, la mujer habría gritado. Pero la matrona frunció el ceño y su voz se suavizó tan solo un poco.

—No deberías haberte levantado de la cama, Nox. Es hora de dormir.

La Matrona Gris se alejó sin esperar a ver si Nox la obedecía.

No, no iba a volver a la cama. Observó con los ojos muy abiertos cómo la mujer desaparecía por el pasillo, solo el parpadeo de la vela delataba su presencia en la oscuridad. Había algo en la puerta, y si la matrona quería saber lo que era, ella también.

Nox la siguió. La curiosidad tiró de ella hacia delante como una cuerda. El deseo de saber era más intenso que el frío de la noche. La alfombra amortiguaba sus pasos mientras avanzaba por el pasillo, lo que le permitía moverse sin hacer ruido. Si no hubiera sido por los estallidos de los truenos y los continuos golpes en la puerta, que distraían a la matrona, esta podría haberla visto bajando la escalera. Pero Nox se mantuvo a varios metros de la Matrona Gris y del brillo de la luz de su vela, y la mujer no la vio.

Nox sabía que era inteligente para su edad, porque las matronas se lo habían dicho muchas veces. En más de una ocasión habían elogiado su curiosidad y que fuera tan estudiosa, y habían comentado lo poco frecuente que era ver un alma tan vieja en alguien tan pequeño. Se pasaba horas observando cómo el mundo se desplegaba a su alrededor, aprendiendo los juegos, las reglas y los jugadores de este. Su pequeña estatura y su naturaleza tranquila la ayudaban a pasar inadvertida mientras observaba.

Su habilidad con las sombras le aseguró que no la verían si se agachaba detrás de una mesa del vestíbulo. Una cortina de pelo caía a su alrededor y la ocultaba en el charco sombrío de su escondite. Enroscó las manos alrededor de los dedos de los pies para calentárselos mientras permanecía sentada en un silencio oscuro, observando e inhalando el aroma de la lluvia y de la tierra mojada, así como el olor frío y penetrante de las estaciones tardías.

Un visitante en plena noche era un nuevo jugador en un juego que hasta entonces no había visto.

La matrona llegó a la gran puerta principal de madera y levantó la cubierta de hierro de la mirilla de cristal tallada en el centro. Miró a quien estaba golpeando la puerta desde el otro lado. Pareció considerar sus opciones un instante y al final alzó la barra de madera que impedía que entraran intrusos en la mansión. Los golpes se detuvieron en el momento en que empezó a abrir la puerta. Gotas de lluvia cayeron en el umbral con furia al ser azotadas por el viento, como si la tormenta le escupiera en la cara. Un hombre encapuchado, empapado y con ojos desorbitados miró con lascivia a la mujer con su chal de lana y su camisón. No entró en la mansión, pero en cualquier caso Nox se estremeció al verlo.

—Agnes, tengo algo que va a interesarte.

La Matrona Gris empezó a negar con la cabeza con un sonido de descontento. Se dispuso a empujar la puerta para volver a cerrarla para librarse de la molesta lluvia y de la presencia no deseada del extraño.

El hombre apretó la palma de la mano contra la puerta para impedir que la cerrara.

La empujó y cruzó el umbral. La Matrona Gris protestó, enfadada, pero al hombre no pareció importarle. Se detuvo y le tendió un gran bulto cubierto que había llevado con cuidado bajo el brazo. Levantó el tesoro hacia la mujer. Nox, que quería saber qué sostenía el hombre, se inclinó hacia delante todo lo que pudo. Frunció el ceño al darse cuenta de que no podría ver el tesoro sin que la descubrieran.

De las mantas que protegían el bulto resbalaban gotas de agua hasta la alfombra. La matrona lo fulminó con la mirada y susurró algo en tono cortante y enfadado. Nox aguzó el oído, pero no pudo distinguir las palabras entre dientes. La lluvia torrencial y los furiosos aullidos del viento ahogaban lo que ambos decían. Deseó que hubieran cerrado la puerta. La tormenta mojaba la alfombra y empapaba el camisón, el pelo y la cara de la matrona. El viento arrastró unas gotas extraviadas, que depositaron besos helados en la cara, las manos y las rodillas de Nox.

La Matrona Gris volvió a intentar sacar del vestíbulo al hombre, que hizo caso omiso de sus esfuerzos.

El hombre empezó a destapar el bulto. La matrona Agnes volvió a negar con la cabeza, y el volumen de su voz aumentó con el enfado.

—No voy a volver a hacerlo —le dijo.

En los ojos del hombre pareció brillar una sonrisa, aunque su boca no se curvó en consonancia. A Nox se le revolvió el estómago al ver el repugnante deleite del hombre, que sonrió.

—Quieres decir que no querías volver a hacerlo. Eso era antes de que vieras lo que te he traído.

Retiró las mantas

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