Campos de sangre (Aníbal 2)

Ben Kane

Fragmento

Anibal-1.html

Créditos

Título original: Hannibal: Fields of Blood

Traducción: Mercè Diago y Abel Debritto

1.ª edición: febrero 2014

© Ben Kane, 2013

© Ediciones B, S. A., 2014

Consell de Cent, 425-427 - 08009 Barcelona (España)

www.edicionesb.com

Depósito legal: B. 2.870-2014

ISBN DIGITAL: 978-84-9019-743-1

Todos los derechos reservados. Bajo las sanciones establecidasen el ordenamiento jurídico, queda rigurosamente prohibida, sin autorización escrita de los titulares del copyright, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, así como la distribución de ejemplares mediante alquiler o préstamo públicos.

Anibal-2.html

Contenido

Portadilla

Créditos

Dedicatoria

Mapas

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Capítulo 17

Capítulo 18

Capítulo 19

Nota histórica

Glosario

Nota del autor

Anibal-3.html

Dedicatoria

Para Arthur, Carol, Joey, Killian y Tom:

compañeros de clase en Veterinaria hace media vida,

que siguen siendo buenos amigos.

Anibal-4.html

Mapas

MAPA%201.jpg

MAPA%202.jpg

Anibal-5.html

Capítulo 1

1

Galia Cisalpina, invierno

El terreno era llano en su mayor parte, campos de cultivo que suministraban el grano a la ciudad cercana. Los brotes de trigo verde de un palmo de altura proporcionaban la única nota de color en los campos helados. Todo lo demás había quedado de un blanco grisáceo debido a la fuerte helada. Las nubes bajas apenas ofrecían contraste. Ni tampoco las murallas de Victumulae que se alzaban a lo lejos, grises e imponentes. Junto a la carretera que conducía a las puertas había una pequeña arboleda que casi pasaba desapercibida.

Entre los árboles había una figura alta y larguirucha envuelta con una capa de lana. Tenía el rostro afilado y la nariz torcida y unos ojos de un verde sorprendente. Unos rizos negros le asomaban de la gorra de fieltro que le cubría la cabeza. Recorría sin parar el terreno con la mirada, pero no veía nada. La situación era la misma desde que enviara al centinela a por un poco de comida. Hanno no llevaba mucho tiempo vigilando, pero ya se le habían entumecido los pies. Profirió un juramento. El frío no iba a disminuir. El hielo no daba muestras de derretirse y así estaba desde hacía varios días. Sintió una punzada de nostalgia. Era un entorno muy distinto al hogar de su infancia en la costa norteafricana, que no había visto desde hacía casi dos años. Recordaba con claridad las gigantescas murallas de arenisca de Cartago, encaladas para que el sol rebotara en ellas. La magnífica ágora y, más allá, los elaborados puertos gemelos. Exhaló un suspiro. Su ciudad era bastante cálida incluso en invierno. Y hacía sol casi todos los días, mientras que aquí el único rastro que había visto de él durante una semana había sido el destello ocasional de un disco amarillo pálido por entre los resquicios de las tinieblas que cubrían el cielo.

El chillido característico hizo que Hanno inclinara la cabeza. En contraste con el tenue blanco grisáceo de la nube, un par de grajillas hicieron un amago y giraron mientras perseguían a un buitre hambriento y enfadado. La estampa familiar de las aves pequeñas que acosan a una grande le resultó irónica. «Nuestra tarea es mucho más ardua que la de ellas —pensó con expresión sombría—. Para darse cuenta de que está en manos de Cartago, Roma tiene que derramar más sangre que nunca.» En el pasado Hanno habría dudado de que aquello pudiera llegar a pasar. Su pueblo había sido derrotado con contundencia por la República en una guerra amarga e interminable que había acabado hacía una generación. El conflicto había sembrado el

Suscríbete para continuar leyendo y recibir nuestras novedades editoriales

¡Ya estás apuntado/a! Gracias.X

Añadido a tu lista de deseos