La Reina del Nilo (Memorias de Cleopatra 1)

Margaret George

Fragmento

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Nota de la autora

Cuando me dispuse a escribir una biografía novelada de Cleopatra, experimenté dos reacciones contradictorias, ambas basadas en conceptos erróneos.

La primera de ellas era: ¿Por qué escribir un libro sobre Cleopatra? El público lo sabe todo acerca de ella, ¿no es cierto? Sus perfumes, sus serpientes, sus argucias, sus amantes.

Pero no es así. Buena parte de lo que se sabe acerca de Cleopatra procede directamente de los ataques de sus enemigos. El hecho de que algunos de sus enemigos fueran poetas y escritores de la talla de Cicerón, Virgilio y Horacio dio lugar a que la versión de los acontecimientos que éstos facilitaron perdurara y fuera ampliamente conocida y a que se suprimiera oficialmente la otra versión de la historia.

La segunda reacción, opuesta a la primera: se saben tan pocas cosas sobre Cleopatra y su época que es imposible escribir algo significativo acerca de ella. Una vez más no es así. Se tienen muchos datos acerca de ella, desde la lista de idiomas que hablaba hasta los nombres de sus criados, el timbre de su voz o su preferencia por los objetos de cerámica coloreada de Roso, en Siria. Otros aspectos se pueden deducir: por ejemplo, debía de ser bajita y delgada para haber podido pasar inadvertida en el interior de una alfombra enrollada. Es cierto que fue introducida en los aposentos de César en el interior de una alfombra o de una cama portátil.

Después de una batalla, una de las prerrogativas de los vencedores ha sido desde siempre la de ofrecer una versión oficial de sus hazañas y destruir y suprimir otras versiones. Antes de la batalla final que se describe en este libro, ambos bandos tenían sus fieles partidarios; después de la victoria de Octavio, los de Antonio y Cleopatra fueron silenciados.

Pese a ello, se ha conservado el suficiente material no oficial a través de fuentes indirectas como para que resulte factible reconstruir la versión de la historia de Cleopatra. Al contar la versión de Octavio, tres antiguos historiadores que escribieron de ciento cincuenta a doscientos cincuenta años después —Suetonio, Plutarco y Dión Casio— conservaron sin querer buena parte de la versión del otro bando. Plutarco resulta especialmente útil, pues, en la famosa historia de sus últimos días y de su muerte, se basa en las memorias de Olimpo, el médico de Cleopatra. Al llegar a este punto, el relato de Plutarco pasa de la hostilidad (versión de Octavio) a una cierta simpatía hacia la figura de Cleopatra, un brusco cambio que incluso se conserva en Shakespeare. (Por eso la Cleopatra del V Acto es marcadamente distinta de la del resto de la obra.)

En cuanto a los personajes que forman parte tanto de la leyenda como de la historia —y aquí tenemos cuatro: Cleopatra, César, Octavio y Antonio—, importa saber lo que es real y lo que no.

Muchas de las cosas que se describen aquí podrían parecer inventadas, pero son hechos documentados. Tras ocultarse en el interior de una alfombra, Cleopatra conoció a César y ocurrió que se convirtieron en amantes aquella misma noche; el hermano de Cleopatra y sus consejeros los encontraron juntos a la mañana siguiente. Ella le dio a César un hijo a quien éste permitió llevar su nombre.

Dicen que Cesarión guardaba un gran parecido con su padre, sobre todo en sus movimientos y su manera de caminar. Se sabe que César padeció de epilepsia en sus últimos años.

Cicerón conoció a Cleopatra en Roma y, a juzgar por los comentarios que hizo acerca de ella en sus cartas, parece que le tenía manía.

La famosa oración fúnebre de Antonio en el funeral de César («Amigos, romanos, compatriotas...») es una creación de Shakespeare; la histórica, sacada de Dión Casio, es la que se reproduce aquí.

Las escenas del campo de batalla también son históricas, al igual que los mordaces ataques personales de Octavio contra Marco Antonio y Cleopatra y viceversa. Una ironía de la historia es el hecho de que la única carta de Antonio que se conserva (porque fue citada por Suetonio) sea una severa carta dirigida a Octavio, reprochándole sus múltiples aventuras amorosas.

Mardo, Olimpo, Iras y Carmiana son figuras históricas, pero sus aspectos y personalidades son fruto de mi imaginación. Epafrodito es un personaje imaginario, pero cabe suponer que Cleopatra debía de tener un sagaz ministro de finanzas. Casi todos los restantes personajes son reales; no he necesitado añadir demasiados y sólo he inventado algunos de importancia secundaria.

La famosa escena en la que Cleopatra conoció a Antonio vestida de Venus es verídica, aunque no debió de producirse en una barcaza, tal como comúnmente se cree. Las barcazas no podían navegar en el mar y su uso estaba limitado al Nilo. Por consiguiente, Cleopatra debió de utilizar un navío normal, especialmente equipado. Es cierto que ofreció un banquete en honor de Antonio con una alfombra de pétalos de rosas de un palmo de grosor y que hizo una apuesta con él sobre los gastos y fingió beberse una perla disuelta. Otra noche Antonio la invitó a ella a una ruidosa «cena de soldados».

El criado personal de Antonio se llamaba efectivamente Eros y prefirió quitarse la vida antes que matar a Antonio. Octavio ordenó matar a Cesarión y a Antilo, y es cierto que uno de los pocos objetos que se llevó del palacio de Alejandría fue una copa de ágata que había pertenecido a los Lágidas.

Las emisiones de monedas son las que aquí se describen y solían acuñarse para celebrar importantes acontecimientos políticos.

Es cierto que Cleopatra se quitó la vida mediante la mordedura de un áspid egipcio, que, según las antiguas creencias de dicho país, confería un significado simbólico a la muerte. Es probable que lo eligiera por este motivo y por su efecto rápido e indoloro.

Pero esto es una novela y en sus páginas también hay creaciones imaginarias. Una de las más importantes es la madre de Cleopatra y su muerte. Curiosamente dada la fama de Cleopatra, se ignora la identidad de su madre. Se supone que era una hermanastra de Tolomeo XII y que murió cuando Cleopatra era muy pequeña. Más no se conoce. Se supone también que los hermanos menores eran de otra madre, pero no se sabe con certeza.

No he seguido el relato según el cual Cleopatra le envió a Antonio una falsa nota sobre su muerte y entonces Antonio pensó que ella lo había traicionado. Todo eso procede de crónicas hostiles y, según los modernos historiadores, no es verosímil. También omito la tradicional historia del viejo con el cesto de higos y las serpientes. No se sabe exactamente cómo las consiguió, pero sí está documentado que en el interior del mausoleo se encontró un cesto de higos sin las serpientes.

Puesto que no se ha conservado la correspondencia de César, Antonio y Cleopatra, me la he tenido que inventar.

¿Qué aspecto tenía Cleopatra? La

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