Ojos azules

Arturo Pérez-Reverte

Fragmento

cap-1

Prólogo

 

Tendemos acaso a imaginar la «noche triste» (30 de junio al 1 de julio de 1520) bajo las especies de un vasto mural épico, en el que los soldados de Cortés luchan, matan y mueren en una lluviosa penumbra azteca; pero acerquémonos más, no al friso monumental, sino al individuo concreto, como el que late en el códice de Guatemala en el que Bernal Díaz del Castillo refirió su alucinada y luminosa peripecia mexicana: nos encontraremos en el territorio en el que habita el narrador de Ojos azules.

Miniatura magistral de la escritura de Pérez-Reverte, Ojos azules me trae a la memoria cierta frase de Emerson que solía recordar Borges: comprendiendo un momento de la vida de un hombre, podremos comprender toda su vida. Del mismo modo, quien lee Ojos azules no sólo percibe la vida entera del soldado que la protagoniza, sino el alcance y significación del extenso episodio épico en el que se inserta, y, en otro sentido, la dimensión de toda la numerosa, variada y rica trayectoria narrativa de Arturo Pérez-Reverte, cuyas virtudes compendia especularmente y espectacularmente en un admirable microcosmos.

Atrás quedó, desde el principio, y no precisamente por falta de conocimientos y herramientas, la tentación del mimetismo arcaizante en el lenguaje, la tentación de la arqueología expresiva; atrás quedó igualmente la tentación o posibilidad optativa de dar al habla una pátina que ilusoriamente sugiriera la apariencia de lo antiguo; todo eso está ya en lo narrado y no es preciso que redundantemente aluda a ello el registro verbal empleado, salvo en aquello que no permita otra resolución. Mas lo que importa es, por el contrario, subrayar, no la lejanía temporal, sino la proximidad vivencial del relato.

Este soldado es casi el soldado de cualquier guerra, a condición de no ser un recluta: podría ser un romano como los que aparecen en las páginas de Amiano Marcelino, o ciertos combatientes contemporáneos. El coloquialismo de su dicción no se encamina a atenuar el tono épico de lo relatado, sino, por el contrario, a realzarlo; precisamente porque esta voz nos resulta tan cercana quedamos más sobrecogidos por lo que nos cuenta.

¿Qué nos cuenta, por cierto? No meramente una historia de coraje, ganancia o pérdida; no meramente (y todo ello sería ya mucho) la confrontación o careo entre dos mundos: son, por el contrario, las últimas palabras que acierta a pensar el soldado las que nos dan la clave de bóveda de este excepcional edificio narrativo. El tema final de Ojos azules, implícito ya en su título (que es a la vez el sintagma que cierra la narración), no es otro que el mestizaje. A su luz, la a un tiempo sombría y fulgurante «noche triste» revela, tras el áspero chasquido de herrajes, su condición de encrucijada: nada será en adelante lo que fue, ni para los mexicanos ni para los que aportaron a la costa azteca desde el reino de Castilla. Nada será para ningún lector lo mismo: con el soldado en plena lucha —propiamente, en agonía en el sentido etimológico del término— hemos asistido al tránsito y fusión entre dos colectividades y dos momentos de la Historia. Unas dotes de narrador verdaderamente extraordinarias y una infrecuentísima capacidad de síntesis eran precisas para ello: la pieza que el lector tiene en sus manos las acredita, una vez más, con creces.

PERE GIMFERRER

Barcelona, 6-XI-2008

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