Ildefonso Falcones (edición estuche con: La catedral del mar | Los herederos de la tierra)

Ildefonso Falcones

Fragmento

Prólogo

En 2016 se han cumplido diez años desde que se publicó La catedral del mar, una novela cuyo telón de fondo era la construcción de la iglesia de Santa María de la Mar de Barcelona, un templo erigido por el pueblo.

Cinco años aproximadamente fueron los que, arañando horas al ocio y al sueño, tardé en escribir el manuscrito, y otros tantos en conseguir que llegase hasta el público para convertirse en el insospechado éxito de un escritor novel y un fenómeno editorial a nivel mundial, a decir de muchos.

Así, La catedral del mar me ha ofrecido una serie de años de ilusión mientras la escribí, y otros tantos de gran satisfacción después, a lo largo de los que he tenido la oportunidad y el placer de hablar con multitud de lectores. Muchos de ellos habían acudido al templo tanto desde España como desde el extranjero para comprobar que, efectivamente, en los portalones de su entrada principal sólo aparecen las figuras de dos bastaixos en bronce, un sencillo homenaje a aquella gente humilde que tanto contribuyó a su construcción.

Imposible liberarse del influjo y la atracción de aquella iglesia, así como de los personajes que hicieron posible La catedral del mar: Arnau y su padre, Bernat; Guillem, el esclavo moro; Mar y Aledis; Francesca, los judíos, los Esteve y los Puig y, cómo no, Barcelona, sin duda alguna un personaje más de la novela.

Durante el tiempo transcurrido desde que se publicó La catedral del mar, he escrito sobre ciudades magníficas como Granada y Córdoba en La mano de Fátima, y sobre Sevilla y Madrid en La reina descalza, aunque Arnau Estanyol y Barcelona, sin embargo, no han cesado en momento alguno de azuzar la nostalgia.

Ahora, diez años más tarde, me hace especial ilusión conmemorar aquellos momentos con esta nueva edición de la que es, para mí, una novela inolvidable, con la confianza de que nuevos lectores disfrutarán de las aventuras de sus protagonistas y de aquel marco incomparable: la Barcelona medieval y su catedral del mar.

Confío y deseo que disfrute con la lectura.

ILDEFONSO FALCONES

PRIMERA PARTE SIERVOS DE LA TIERRA

PRIMERA PARTE

SIERVOS DE LA TIERRA

1

1

Año 1320
Masía de Bernat Estanyol
Navarcles, Principado de Cataluña

En un momento en el que nadie parecía prestarle atención, Bernat levantó la vista hacia el nítido cielo azul. El sol tenue de finales de septiembre acariciaba los rostros de sus invitados. Había invertido tantas horas y esfuerzos en la preparación de la fiesta que sólo un tiempo inclemente podría haberla deslucido. Bernat sonrió al cielo otoñal y, cuando bajó la vista, su sonrisa se acentuó al escuchar el alborozo que reinaba en la explanada de piedra que se abría frente a la puerta de los corrales, en la planta baja de la masía.

La treintena de invitados estaba exultante: la vendimia de aquel año había sido espléndida. Todos, hombres, mujeres y niños, habían trabajado de sol a sol, primero recolectando la uva y después pisándola, sin permitirse una jornada de descanso.

Sólo cuando el vino estaba dispuesto para hervir en sus barricas y los hollejos de la uva habían sido almacenados para destilar orujo durante los tediosos días de invierno, los payeses celebraban las fiestas de septiembre. Y Bernat Estanyol había elegido contraer matrimonio durante esos días.

Bernat observó a sus invitados. Habían tenido que levantarse al alba para recorrer a pie la distancia, en algunos casos muy extensa, que separaba sus masías de la de los Estanyol. Charlaban con animación, quizá de la boda, quizá de la cosecha, quizá de ambas cosas; algunos, como un grupo donde se hallaban sus primos Estanyol y la familia Puig, parientes de su cuñado, estallaron en carcajadas y lo miraron con picardía. Bernat notó que se sonrojaba y eludió la insinuación; no quiso siquiera imaginar la causa de aquellas risas. Desperdigados por la explanada de la masía distinguió a los Fontaníes, a los Vila, a los Joaniquet y, por supuesto, a los familiares de la novia: los Esteve.

Bernat miró de reojo a su suegro, Pere Esteve, que no hacía más que pasear su inmensa barriga, sonriendo a unos y dirigiéndose de inmediato a otros. Pere volvió el alegre rostro hacia él y Bernat se vio obligado a saludarle por enésima vez. Éste buscó con la mirada a sus cuñados y los encontró mezclados entre los invitados. Desde el primer momento lo habían tratado con cierto recelo, por mucho que Bernat se hubiera esforzado por ganárselos.

Bernat volvió a levantar la vista al cielo. La cosecha y el tiempo habían decidido acompañarlo en su fiesta. Miró hacia su masía y de nuevo hacia la gente y frunció ligeramente los labios. De repente, pese al tumulto reinante, se sintió solo. Apenas hacía un año que su padre había fallecido; en cuanto a Guiamona, su hermana, que se había instalado en Barcelona después de casarse, no había dado respuesta a los recados que él le había enviado, pese a lo mucho que le hubiera gustado volver a verla. Era el único familiar directo que le quedaba desde la muerte de su padre...

Una muerte que había convertido la masía de los Estanyol en el centro de interés de toda la región: casamenteras y padres con hijas núbiles habían desfilado por ella sin cesar. Antes nadie acudía a visitarlos, pero la muerte de su padre, a quien sus arranques de rebeldía le habían merecido el apodo de «el loco Estanyol», había devuelto las esperanzas a quienes deseaban casar a su hija con el payés más rico de la región.

—Ya eres lo bastante mayor para casarte —

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