La casa de los niños

Mario Escobar

Fragmento

No me gusta hablar de esa época. No me gusta ser protagonista de nada, porque solo pienso en los miles de niños que no pudimos salvar.

JOHAN VAN HULST,

Het Parool, Ámsterdam, 2015

¿No creen ustedes que todos somos responsables de la falta de valores? Y que si todos nosotros, que procedemos del nietzscheísmo, del nihilismo o del realismo histórico, confesáramos públicamente que nos hemos equivocado, que existen valores morales y que en lo sucesivo haremos lo que sea necesario para fundarlos e ilustrarlos, ¿esto podría ser el comienzo de una esperanza?

ALBERT CAMUS,

Cuaderno V, Carnets

Y abiertamente consagré mi corazón a la tierra grave y doliente, y a menudo, en la noche sagrada, le prometí amarla con fidelidad hasta la muerte, sin miedo, y con su pesada carga de fatalidad y no despreciar ninguno de sus enigmas. Así me até a ella con un lazo mortal.

FRIEDRICH HÖLDERLIN,

La muerte de Emédocles

Todos piensan en cambiar el mundo, pero nadie piensa en cambiarse a sí mismo.

LEÓN TOLSTOI

Introducción

Introducción

Algunos críticos piensan que se están escribiendo demasiados libros sobre el Holocausto, la Segunda Guerra Mundial y los crímenes nazis. Aunque les parece aún peor que se escriban novelas sobre estos temas, como si la ficción fuera una forma frívola de acercarse a la verdad histórica. Lo cierto es que el silencio y la indiferencia han sido la respuesta generalizada hacia lo ocurrido en la Segunda Guerra Mundial durante casi todo el siglo XX, en especial hacia lo sucedido en los campos de exterminio nazi. Estados Unidos y Gran Bretaña apenas dedicaron media docena de novelas y películas a intentar narrar lo sucedido a los judíos durante la guerra. Hasta el siglo XXI, excepto algunos puñados de intelectuales, académicos y estudiantes, muy pocos se habían acercado al tema de la destrucción masiva de vidas que supuso el Holocausto. Durante décadas Hollywood lo ocultó, la literatura apenas hizo referencia a estos temas, todos preferían olvidar. Para las víctimas era muy doloroso seguir hablando de lo que les había sucedido; para los verdugos, que en su mayoría había escapado de la mano de la justicia, era peligroso, y para los millones de colaboracionistas, incómodo. En muchos países estos temas son todavía un tabú, como es el caso de Rusia, Alemania o Austria, pero también en Hungría, Rumanía o España.

Primo Levi escribió en su primer libro sobre su experiencia en Auschwitz una especie de profecía hacia todos los que intentaran ignorar lo sucedido en Europa en la década de los años treinta y cuarenta. Dice en su famoso Si esto es un hombre: «Los que vivís seguros en vuestras casas caldeadas. Los que os encontráis, al volver por la tarde, la comida caliente y los rostros amigos (...). Pensad que esto ha sucedido: Os encomiendo estas palabras. Grabadlas en vuestros corazones al estar en casa, al ir por la calle, al acostaros y al levantaros; repetídselas a vuestros hijos. O que vuestra casa se derrumbe, la enfermedad os imposibilite, vuestros descendientes os vuelvan el rostro». El olvido es mucho más peligroso que el exceso de memoria.

Cuando comencé a escribir novelas sobre la Segunda Guerra Mundial en el año 2016, apenas había títulos con esta temática en castellano. En América y en España, más tarde en otros muchos lugares del mundo, comenzó a despertarse la conciencia de que no podíamos olvidar. En las primeras entrevistas que concedí en la gira por América de mi novela Canción de cuna de Auschwitz, advertí a la prensa y televisión que una «edad oscura» se cernía sobre el mundo y que los extremismos no tardarían en aparecer por todas partes. El populismo, el fascismo y estalinismo han comenzado de nuevo a echar raíces en muchos corazones, pero las novelas son una buena vacuna contra ellos.

La historia de la guardería de Henriëtte Pimentel y el rescate de más de seiscientos niños en Ámsterdam llegó a mí por medio de la vida y obra de Johan van Hulst, un prominente pedagogo y político de los Países Bajos, que destacó durante décadas por su honradez y disposición al diálogo. Este político era un joven director de la escuela de pedagogía Hervormde Kweekschool (HKS) en Ámsterdam que cada día pasaba por delante del Teatro Hollandsche Schouwburg, el lugar donde se retenía a los judíos holandeses que iban a ser deportados. Johan podía haber permanecido indiferente a lo que pasaba ante él, como hicieron millones de sus conciudadanos, pero decidió actuar.

Muchos de los judíos neerlandeses asesinados eran de origen español y portugués. En los Países Bajos los sefardíes continuaban manteniendo el idioma y muchas costumbres españolas. De hecho, hasta los años treinta seguían publicando un periódico en castellano en el que se incluían noticias sobre España. Cuando Alfonso XIII visitó el país se sorprendió al oír: «Viva España» y «Viva el Rey» entre la muchedumbre que salió a recibirle. Tras casi quinientos años los judíos españoles seguían amando y recordando su tierra amada de Sefarad.

Mi familia y yo visitamos Ámsterdam en el año 2019, recorrimos emocionados los escenarios en los que transcurre esta historia y nos imaginamos el horror y sufrimiento de los miles de hombres, mujeres y niños que pasaron por esas calles antes de ser enviados a los campos de exterminio. Después visitamos el campo de Westerbork, donde se reunía a los prisioneros antes de meterlos en los trenes con destino a los campos de exterminio; pasamos junto a la cómoda casa del comandante del campo y observamos los bosques frondosos que fueron testigos de la infame historia de los judíos holandeses, los disidentes políticos y los miembros de la Resistencia. Ante aquel paisaje confusamente hermoso, mientras el cielo azul brillaba sobre la tierra seca, pensé en cómo el mismo polvo del camino se pegó a los zapatos de los cientos de miles de víctimas que quedarán en el más absoluto anonimato. Después, con cierta angustia, me pregunté: «¿Algo así puede suceder de nuevo?». La respuesta fue aún más angustiosa. Sin duda corremos hacia el precipicio, por ello, todos y cada uno de nosotros debemos convertirnos con urgencia en mensajeros y portavoces de lo ocurrido hace más de ochenta años, sobre todo ahora que ya no quedan apenas testigos directos que mantengan viva la llama de la verdad que alumbra siempre los corazon

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