Moctezuma Xocoyotzin, entre la espada y la cruz

Sofía Guadarrama Collado

Fragmento

Moctezuma Xocoyotzin

prólogo

La historia del México antiguo comenzó a escribirse, por decirlo así, con los antiguos códices, o libros pintados en los que los habitantes de estas tierras dejaban su tlapializtli, que significa «acción de preservar algo», en este caso su testimonio y forma de pensar. Por desgracia muchos de esos libros pintados fueron presas de la destrucción de los conquistadores que se ocuparon de demoler todo aquello que consideraban demoniaco. Afortunadamente algunos sobrevivieron. Cabe mencionar que la forma de aprendizaje de los alumnos era viendo los tlacuilolli (pinturas) y memorizando la crónica que sus maestros repetían constantemente. Por otra parte, algunos libros pintados eran destruidos por los mismos tlatoque para borrar de la historia sus fracasos o penurias, pues tenían por interés mostrar a sus descendientes una historia plagada de triunfos.

Luego los conquistadores, frailes y algunos que jamás llegaron al nuevo continente, narraron lo que se había descubierto en el Nuevo Mundo: Andrés de Tapia, Francisco López de Gómara, Antonio de Solís, Hernán Cortés, Bernal Díaz del Castillo, Andrés de Olmos, Toribio Paredes de Benavente Motolinía, Bernardino de Sahagún, Gerónimo de Mendieta, Juan de Torquemada, Bartolomé de las Casas, por mencionar algunos. En todos ellos abunda la confusión, la desinformación, la exageración y la invención. Esto se debe a que se copiaban entre sí o simplemente narraban lo que escuchaban de los ancianos que les contaban sobre el México antiguo, muchas veces cayendo en errores que hoy en día han sido descubiertos. Pues no por ser ancianos (los que les narraban), debían saber la verdad. Olmos y Motolinía (entre otros frailes) veían lo que se les contaba como obra del demonio. Bernal exageró en algunos datos o simplemente mintió. Cortés escribió a conveniencia. Las Casas escribió de forma apologética y criticando la ambición de los conquistadores, aunque Motolinía lo acusó de jamás haber defendido a los indígenas. Sahagún enfocó su atención en las costumbres y tradiciones de los pueblos.

Después de la conquista de México, a principios del siglo XVII, los mismos descendientes de los antiguos mexicanos (por decirlo de una manera general), se dieron a la tarea de escribir lo que recordaban, reescribir lo que hubo en los libros pintados destruidos, transcribir y traducir los códices rescatados, o mantenidos a salvo. Algunos lo hicieron de forma anónima; otros, casi de forma anónima, pues se sabe muy poco de ellos, como Hernando de Alvarado Tezozómoc, Domingo de San Antón Muñón Chimalpain y Fernando de Alva Ixtlilxóchitl, herederos de la realeza, que se basaron en documentos de sus antepasados, dieron su versión de los hechos con la intención de defender y justificar ante el mundo lo que sus antecesores hicieron; sin embargo, en muchos de sus comentarios se nota la influencia católica, no se sabe si por una conversión genuina o por temor a la inquisición.

En el siglo XVIII, aparecieron Lorenzo Boturini con un ensayo filosófico; Francisco Javier Clavijero, con visión religiosa, con absoluta ausencia de fechas antes de Acamapichtli, lo cual pudo haber hecho con el firme propósito de evitar incongruencias como lo hizo Mariano Veytia. Cabe mencionar que ellos no se conocieron ni mucho menos intercambiaron ideas. Clavijero con la idea de que Veytia escribía la historia de la Nueva España y no del México antiguo le envió una carta, pero Veytia jamás la respondió. De hecho no se sabe si llegó a sus manos. Se cree que éste murió antes de recibirla e incluso antes de ver publicada su obra. Mariano Veytia por su parte, quien escribió con intenciones novelescas y crítica devota a su religión, siguió a Ixtlilxóchitl, llamándolo siempre Fernando de Alva y omitiendo Ixtlilxóchitl, quizá desdeñando este nombre, o creyendo que al mencionarlo perdería credibilidad su obra; ocasionalmente menciona a Boturini y a Sigüenza; de ahí en fuera sigue sin citas ni bibliografía, contradictorio a otros historiadores. Pese a todo esto tiene grandes aciertos (comprobables) y datos únicos e invaluables.

Durante el siglo XIX surgieron las obras del Barón de Humboldt con una «imagen romántica» de lo que llamó «pueblos semi-bárbaros»; Alfredo Chavero, muy bien documentado, y a veces con un conato de novela; Manuel Orozco y Berra, mucho más informativo, pero aun así inclinado a su catolicismo y vagabundeando en comentarios religiosos; William Prescott, Joaquín García Icazbalceta, entre muchos otros.

El mayor error de los historiadores y narradores, hasta entonces, fue creer —o en su defecto pretender que sus lectores creyeran— que tenían la razón, o a su entender el dominio de la verdad, una verdad absoluta, que a fin de cuentas resultó ser relativa, parcial e ingenua.

Finalmente, en el siglo XX, surgió un grupo de investigadores, filólogos, etnólogos, y arqueólogos más cautelosos y críticos, enfocados a estudiar las fuentes, códices, y textos indígenas, como Francisco del Paso y Troncoso, Eduard Seler, Pablo González Casanova, Walter Lehmann, Hugh Thomas, Manuel Gamio, George C. Vaillant, Alfonso Caso, Ángel María Garibay, Miguel León-Portilla, Eduardo Matos Moctezuma, José Luis Martínez, Alfredo López Austin, Leonardo López Luján, Juan Miralles, Jaime Montell, Christian Duverger, por mencionar algunos.

La historia del México antiguo se escribió desde distintas trincheras. Mucha tinta se ha derramado en este camino y como consecuencia se han creado muchos mitos; entre ellos la creencia de que los mexicas veían a los españoles como dioses —en particular a Hernán Cortés como Quetzalcóatl—, y la supuesta cobardía de Motecuzoma Xocoyotzin, quien ha sido injustamente menospreciado —y en ocasiones ninguneado— por historiadores y novelistas. Un gobernante se convierte en tirano cuando se le ve desde la oposición, generoso cuando se está de su lado; héroe cuando gana la guerra, cobarde cuando la pierde y traidor cuando cede al diálogo con el enemigo.

Para que un mito se infle basta con repetirlo una y otra vez; para desinflarlo, se necesita leer con lupa y a cuentagotas todos los documentos que existen sobre el tema. Motecuzoma Xocoyotzin, quien —además de ser un poeta versado, sacerdote ferviente, guerrero temerario, político astuto y hombre analítico— estuvo al frente del suceso más importante de la historia del continente americano, y consciente del alto riesgo que conllevaba una batalla contra un ejército invencible, por la calidad de sus armas y el avasallador número de las tropas aliadas, decidió —para librar a su pueblo de una masacre— adoptar como estrategia una lucha de inteligencias contra, quizá el único adversario a su altura, Hernán Cortés.

Para poder entender a Motecuzoma necesita ignorarse lo que él ignoraba. Es por ello que en la presente obra decidí abordar la Conquista de México desde la mirada de este tlatoani, poniendo a los conquistadores en un plano de fondo, muy distante.

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