La estrella de la Isla Norte

Sarah Lark

Fragmento

Capítulo 1

1

—¡Dispara de una vez, Julius! —gritó Helena cuando un enorme jabalí macho entró en el alcance de tiro del joven.

Los ojeadores concentraban la caza dentro de un cerco formado por los cuarenta y seis invitados al dominio Grossgerstorf. Julius von Gerstorf y su prima Helena compartían un puesto de tiro, pero en ese momento ella estaba recargando el arma. En cuanto el jabalí había aparecido, había apuntado y fallado el tiro.

El animal pasaba justo por delante de la escopeta de Julius. Corría aterrorizado hacia el puesto, seguido de una jabalina y una cría. El joven no podía fallar. Sin embargo, dudó. Un animal tan espléndido... tan lleno de vida... Le parecía deshonesto matarlo en una emboscada. Pero debía actuar deprisa. Cuando un jabalí se percataba de la presencia de un ser humano, podía volverse peligroso. Julius apuntó con cuidado y disparó por encima de la cabeza del animal. Helena, por su parte, ya volvía estar preparada para intervenir. Supuso que él tendría el macho en el punto de mira y apuntó a la hembra. Esta cayó, mientras que el macho y el jabato giraban hacia la derecha y pasaban de largo huyendo del cerco.

—¿Cómo has podido fallar, Julius? —preguntó Helena indignada—. ¿A cuánto estaba? ¿A veinte metros? Hasta un niño lo habría alcanzado. ¡Y lo mismo pasa en el ejército! ¿Qué harás si estalla una guerra?

Eso mismo se preguntaba también Julius de vez en cuando, aunque solía acertar bastante cuando apuntaba a una diana. Matar animales, sin embargo, le resultaba repugnante y, aún más, matar a seres humanos. Aun así, disponía de otras cualidades que hacían de él un individuo interesante para el ejército, al menos en tiempos de paz. Julius von Gerstorf era un jinete excelente. Servía en el Primer Regimiento de Ulanos del Reino de Sajonia y en breve iban a destinarlo al Instituto Militar de Equitación de Hannover. Un gran honor, ya que con veinte años solo era aspirante a oficial y normalmente la academia de equitación solo aceptaba a alféreces o a quienes ocupaban un rango superior.

—Creo que he tropezado —se disculpó—. Qué raíz tan absurda... Pero por lo menos tú has dado en el blanco.

La jabalina a la que Helena había abatido no se movía ni tampoco lo hizo cuando se acercaron para verificar su muerte.

—¡Tiro de paletilla! —exclamó orgullosa Helena.

—Felicidades —contestó Julius con sequedad.

Entretanto, un cuerno emitió la señal que anunciaba la conclusión de la batida. Una buena noticia para Julius, pues a fin de cuentas llevaban sin apenas moverse desde las cinco de la mañana en ese bosque frío y húmedo en pleno mes de octubre. Estaba empapado y congelado, y lo mismo debía de pasarle a Helena.

Pero la pasión febril por la caza parecía enardecer a su prima, y no se la veía desaliñada. El traje loden se ceñía elegantemente a su silueta y llevaba el cabello rubio recogido con gran cuidado bajo el sombrero. Pese a contar apenas diecinueve años, Helena von Gadow tenía un aspecto imponente. En su rostro diáfano y aristocrático se dibujó en ese momento una sonrisa.

—Por mí podemos decir que la has abatido tú —propuso.

Julius negó con la cabeza.

—A tal señor, tal honor.

Ahora ya podían abandonar su puesto y cruzar el tiradero sin correr ningún riesgo en dirección a los coches, que esperaban a los participantes en la cacería en medio de un claro. Mientras tanto, los ojeadores se dedicaron a reunir las piezas derribadas para colocarlas y ordenarlas en filas, es decir, a formar la llamada junta de carnes. Al lado de los coches, el servicio tenía preparado un tentempié para los cazadores y, por supuesto, las botellas de aguardiente empezaron a circular. Casi todos los hombres llevaban una petaca con licores diversos.

Albrecht von Gerstorf repartía orujos de hierbas. Julius cogió uno para calentarse al menos por dentro. Helena también dejó que le sirvieran un vaso ignorando las miradas despectivas del propietario del coto. No se consideraba femenino que una mujer tomase bebidas fuertes, y aunque su marido estuviera junto a ella en la cacería, este no podía prohibirle que bebiera.

—¡Vivan los cazadores! —dijo Albrecht.

—¡Viva la caza! —respondió Helena.

—¿Y a vosotros qué tal os ha ido, Julius? —Magnus, su hermano mayor, se separó del grupo.

Había compartido el puesto con Veronika, la hermana pequeña de Helena. Julius pensó que la chica debía de estar tan muerta de frío y fuera de lugar como él mismo se sentía.

Helena habló de la jabalina abatida sin mencionar el error de Julius, pues era reservada con respecto a esos asuntos. Nunca habría puesto a nadie en evidencia, y menos aún a él, por quien parecía sentir una especial debilidad. ¿Por qué, si no, se habría unido a él ese día y no a su hermano, más conversador y vivaracho?

Magnus también había matado un jabalí, un auténtico verraco. Julius suponía que Veronika ni siquiera había tocado la escopeta.

—Por allí hay Glühwein —le dijo—. ¿Quieres un poco para entrar en calor?

El vino aromatizado con especias se calentaba sobre un fuego abierto. Veronika lo siguió agradecida hasta la hoguera, a la que acercó las manos mientras él le servía un vaso.

—Odio la caza —declaró la joven antes de llevarse la bebida a los labios.

A Julius le habría encantado comunicarle que él era del mismo parecer, pero eso no habría encajado con su papel de anfitrión en una batida. Así que se limitó a sonreír con indulgencia.

—Estoy seguro de que te lo pasarás mejor luego, en el baile.

Veronika le sonrió a su vez.

—Siempre que vuestro salón de baile esté caldeado —respondió.

—Si no es así, haré cuanto esté en mi mano para que entres en calor bailando —le prometió Julius.

Le gustaba Veronika. Era tímida y dulce, por completo distinta de su más atractiva hermana.

—¿No tienes que bailar con Helena? —preguntó Veronika.

Era un secreto a voces que los padres de Helena y Julius la consideraban la futura candidata a esposa del joven, una decisión estipulada según cuestiones hereditarias. Karl von Gadow no tenía hijos varones y su primogénita, Helena, era su heredera. El heredero de Albrecht von Gerstorf era Magnus, por lo que no quedarían tierras para Julius. ¿Qué mejor, entonces, que casar al hijo menor con Helena y de este modo garantizarle el control de la propiedad de Von Gadow? Julius estaba convencido de que Helena habría preferido administrar ella misma las tierras de su familia, pero las convenciones no se lo permitían. ¿Se debía tal vez la simpatía de la joven a que esperaba tener con Julius más autoridad en la administración de su propiedad que a través de un casamiento con un hombre como Magnus, que tenía mayor seguridad en sí mismo?

Julius reprimió un suspiro.

—Como buen anfitrión —dijo—, es mi deber ocup

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