Conspiración (Trilogía de Cicerón 2)

Robert Harris

Fragmento

Conspiración

Nota del autor

Unos años antes del nacimiento de Cristo, Tiro, el antiguo secretario del estadista y orador romano Cicerón, escribió una biografía de su señor.

Que Tiro existió y que fue el autor de dicha obra es un hecho ampliamente documentado. En una ocasión, Cicerón le escribió: «Los servicios que me has prestado son innumerables: en mi hogar y fuera de él, en Roma y en el extranjero, en mis asuntos privados y públicos, en mis estudios y en mi obra literaria…». Era tres años más joven que su amo y esclavo de nacimiento, pero, según san Jerónimo, vivió más que él, hasta alcanzar los cien años. Tiro fue la primera persona que transcribió, palabra por palabra, un discurso en el Senado, y su sistema de taquigrafía —conocido como Notae Tironianae— seguía siendo utilizado por la Iglesia en el siglo VI. De hecho, algunas de sus técnicas (el símbolo «&» o las abreviaturas «etc.», «NB», «i.e.», «e.g.») han sobrevivido hasta nuestros días. Escribió, asimismo, varios tratados sobre la evolución del latín. Su biografía de Cicerón, en varios volúmenes, fue utilizada como fuente documental por el historiador del siglo I Asconio Pedanio en sus comentarios sobre los discursos de Cicerón, y Plutarco la cita en dos ocasiones. No obstante, esta obra, al igual que el resto de la producción literaria de Tiro, desapareció en el caos de la caída del Imperio romano.

Algunos eruditos de la actualidad todavía se preguntan qué clase de trabajo era. En 1985, Elizabeth Rawson, miembro del Corpus Christi College de Oxford, aventuró la posibilidad de que se tratara de una biografía dentro de la tradición helenística, una forma literaria «escrita en un estilo nada pretencioso y carente de retórica, que podía incluir citas documentales pero también las máximas de su protagonista, y que también podía ser chismosa e irresponsable… Se complacía en la idiosincrasia del protagonista… Semejante biografía no se dirigía a hombres de Estado y generales, sino a los que los romanos llamaban curiosi».*

Este es el espíritu con el que he abordado la recreación del desaparecido trabajo de Tiro. Aunque un libro mío anterior, Imperium, describía el ascenso al poder de Cicerón, espero que no sea necesario leerlo para seguir el curso de la narración. Esto es una novela, no una obra histórica, y cada vez que los intereses de ambas han entrado en conflicto, he fallado siempre a favor de la primera. A pesar de todo, he intentado en la medida de lo posible hermanar la ficción con los hechos, así como utilizar las palabras de Cicerón, de las que, gracias en gran medida a Tiro, tenemos tantas. Los lectores que necesiten alguna aclaración sobre la terminología política de la República de Roma, o que deseen conocer a los principales personajes de estas páginas, encontrarán un glosario y un listado de los dramatis personae al final del libro.

R. H.

Contemplamos las épocas pasadas con cierto ánimo de superioridad, como si no hubieran sido más que la antesala de la nuestra, pero… ¿y si resulta que la nuestra no es más que su crepúsculo?

J. G. FARRELL,

The Siege of Krishnapur

lustrum 1. (pl.) guarida o madriguera de un animal salvaje; 2. (pl.) burdeles; de ahí, libertinaje; 3. sacrificio expiatorio, especialmente el ofrecido cada cinco años por los censores; por extensión, período de cinco años, lustro.

PRIMERA PARTE. CÓNSUL

PRIMERA PARTE

CÓNSUL

63 A.C.

O condicionem miseram non modo administrandae verum etiam conservandae rei publicae!

¡Oh, cuán difícil es esta situación, no solo para gobernar, sino para salvar la República!

CICERÓN, discurso,

9 de noviembre de 63 a.C.

I

Dos días antes de la investidura de Marco Tulio Cicerón como cónsul, se rescató del río Tíber el cuerpo sin vida de un niño, cerca de los cobertizos de la flota de guerra republicana.

Semejante descubrimiento, aunque trágico, no habría merecido normalmente la atención del cónsul electo, pero había algo tan grotesco en ese cadáver, algo tan amenazador para la paz civil, que el magistrado encargado de mantener el orden en la ciudad, C. Octavio, envió una nota a Cicerón pidiéndole que acudiera con la mayor presteza.

Al principio Cicerón se mostró reacio y argumentó que tenía mucho trabajo. Siendo el candidato consular que más votos había conseguido, le correspondía a él antes que a su colega presidir la sesión inaugural del Senado y estaba escribiendo su discurso de apertura. Sin embargo, yo sabía que había algo más. Cicerón mostraba una extraña aprensión ante la muerte. Hasta el sacrificio de animales en los juegos lo perturbaba, y esa debilidad —puesto que en política un corazón blando siempre es percibido como una debilidad— empezaba a ser conocida por la gente. Su respuesta instintiva fue enviarme en su lugar.

—Naturalmente que iré —repuse con cautela—, pero… —Dejé mis palabras suspendidas en el aire.

—¿Pero? —me espetó—

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