Las Campanas Gemelas

Lars Mytting

Fragmento

Corporativa

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Penguin Random House

libro-2

A mi madre

libro-3

«And this also», said Marlow suddenly, «has been one of the dark places of the Earth».

JOSEPH CONRAD

libro-4

Primer relato

El paisaje interior

libro-5

Las niñas que compartían piel

El parto fue duro. Puede que el más duro que se recuerde en una comarca donde los nacimientos se disputaban ese rango. La madre estaba inmensa, pero hasta el tercer día de contracciones no comprendieron que se trataba de gemelos. Cómo transcurrió el parto, cuánto tiempo resonaron los gritos en la cabaña de troncos y qué hicieron realmente las mujeres que la rodeaban para sacar a los bebés, todo eso quedó en el olvido. Demasiado fatal el relato, demasiado fea la memoria. La madre se rompió, murió desangrada y su nombre desapareció de la historia. Lo que se recordaría siempre serían las gemelas y su tara. Estaban unidas desde la cadera hasta los pies.

Mas eso era todo. Respiraban, lloraban y estaban bien de la cabeza.

Los padres eran de la granja Hekne y las niñas fueron bautizadas Halfrid y Gunhild Hekne. Crecían a la par, se reían mucho y no estorbaban, sino que eran motivo de alegría entre ellas, para el padre, sus hermanos y la aldea. Muy pronto pusieron a las hermanas Hekne frente al telar vertical, donde pasaban largas jornadas mientras los cuatro brazos volaban en armonía entre los hilos y la urdimbre, tan deprisa que resultaba imposible distinguir cuál de ellas colaba la lana en su lugar del tapiz. Sus motivos eran de una belleza singular, con frecuencia enigmáticos, y sus labores se intercambiaban por plata o animales domésticos. En aquel tiempo nadie pensaba en identificar las labores artesanales de manera alguna y, pasados los años, fueron muchos los que pagaron precios elevados por un tapiz de Hekne, a pesar de que hubiera dudas sobre su autenticidad.

El más famoso de los tapices de Hekne era una imagen de Skråpånatta, la representación local del día del juicio final, una herencia muy libre de las profecías llamadas Ragnarök en noruego antiguo. Un mar de llamas transformaría la noche en día y, cuando todo se hubiera quemado, la noche fuera de nuevo oscura y la tierra hubiese sido arañada hasta dejar la roca descarnada, los vivos y los muertos se verían arrastrados en comitiva para ser sometidos a juicio a la salida del sol. Ese tapiz fue donado a la iglesia y permaneció allí colgado durante varias generaciones, hasta que desapareció una noche tras atravesar las puertas cerradas con llave.

Las hermanas rara vez salían de la granja, pese a que se movían con más facilidad de lo que la gente pudiera pensar. Caminaban con una especie de ritmo de tres por cuatro, como si entre ellas llevaran un cubo lleno de agua a rebosar. Lo único que no eran capaces de franquear eran las cuestas que subían hasta las casas. Hekne era escarpado, en invierno el hielo suponía para ellas un peligro mortal. Mas la granja estaba en una ladera soleada y la nieve dejaba la tierra al descubierto enseguida, con frecuencia ya en marzo, y las hermanas salían al ritmo del sol primaveral.

Hekne fue una de las primeras granjas levantadas en la zona, por lo que era de las mejores. Disponían de dos cabañas en los pastos altos y la mayor, Storseter Setre, albergaba un rebaño de vacas bien alimentadas que pastaban hierba de un verde intenso. Los granjeros también tenían fácil acceso a Nedre Glupen, una laguna rica en peces con un cobertizo para las barcas de troncos de nueve pulgadas. Mas la verdadera muestra de poderío de un terrateniente del valle de Gudbrandsdal era cuánta plata poseía. Era su caja fuerte, una reserva visible, disponible. Ninguna granja era merecedora de su nombre si no tenía cubertería de plata para dieciocho comensales, y Hekne, con la venta de los tapices, disponía de plata para treinta.

Cuando las gemelas de Hekne se hallaban a mitad de camino de la edad adulta, una de ellas enfermó. Resultaba insoportable pensar en la consecuencia, que la superviviente tuviera que arrastrar el cadáver de su hermana, por lo que el padre, Eirik Hekne, recurrió a la iglesia y pidió que murieran a la vez.

El cura escuchó su ruego y, probablemente, también lo hizo Dios. La muerte les llegó a las chicas el mismo día y, hacia el final, exigieron que las dejaran solas. El padre y los hermanos esperaban junto a la puerta de la alcoba escuchando cómo hablaban de algo importante que debían solucionar. Ese día acabaron el tapiz del día del juicio final, Skråpånatta. Lo habían empezado juntas y Gunhild terminaría la labor con Halfrid muerta, sus brazos ya no servían de ayuda. Su padre la dejó trabajar en paz, porque las hermanas siempre parecían ensimismadas en algo trascendental, algo que él y el resto de los que se movían a la altura de las rocas y la superficie del agua nunca compre

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