Créditos
Título original: Spartacus Rebellion
Traducción: Mercè Diago y Abel Debritto
1.ª edición: junio 2014
© Ben Kane 2012
© Ediciones B, S. A., 2014
Consell de Cent, 425-427 - 08009 Barcelona (España)
www.edicionesb.com
Depósito legal: B 9729-2014
ISBN DIGITAL: 978-84-9019-816-2
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Contenido
Portadilla
Créditos
Dedicatoria
Mapas
Prólogo
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Nota del autor
Glosario
Dedicatoria
Para Colm y Shane, amigos de antaño, y los mejores exponentes de «lo mejorcito» de la ciudad
Mapas
Prólogo
Prólogo
Monte Gárgano, costa este de Italia,
primavera del 72 a.C.
La violenta pulsación de la sangre en las sienes atenuaba el fragor del campo de batalla: los gritos de los heridos y mutilados, los chillidos de sus seguidores más valientes y los gemidos de los más temerosos. A pesar del horrendo griterío y de su ira voraz —contra los romanos, contra los dioses, contra todo lo que había pasado desde esa mañana—, el hombretón tenía la atención puesta en las líneas enemigas, situadas a unos cien pasos de distancia. Todas las fibras de su cuerpo querían volver a atacar montaña arriba por la ladera rocosa y descuartizar al máximo de legionarios hasta convertirlos en pedazos de carne sanguinolenta. «Tranquilízate. Si queremos tener alguna posibilidad de vencer, los hombres necesitan tiempo para recuperar fuerzas. Hay que reagruparlos.»
Frunció el ceño cuando el estruendo de las bucinae rasgó el aire. Los trompetas ordenaban a las dos legiones del cónsul Gelio. Respiró hondo y se centró en el estrépito metálico de las espadas de los soldados enemigos al chocar contra sus escudos mientras se mofaban de sus hombres a fin de provocarlos para emprender otro ataque infructuoso colina arriba. La patética respuesta de los pocos guerreros que quedaban con voz suficiente para gritar resultaba exasperante.
No era de extrañar que tuvieran la garganta seca. Él mismo se moría de sed. La lucha había empezado dos horas después del amanecer y solo había parado cuando cada uno de sus tres ataques previos había sido repelido. No había habido manera de reubicar el odre de agua que había dejado en el suelo junto a su posición inicial. No guardaba rencor al hombre que lo había encontrado. Como consecuencia de ello, se encontraba en la misma situación que la mayoría de sus seguidores. La posición del sol en el cielo azul le indicó que era cerca del mediodía. «Tres horas de comba