Superman (DC ICONS 4)

Matt de la Pena

Fragmento

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1

La tormenta llegó prácticamente sin previo aviso. Un relámpago iluminó las gafas de Clark mientras se apiñaba bajo el toldo de la cafetería Java Depot con tres antiguos compañeros del equipo de fútbol americano, y todos se quedaron mirando el repentino diluvio que azotaba las calles del centro de Smallville. La contundente lluvia los había obligado a estar codo con codo, y aunque Clark fingía un poco de amnesia, casi parecía como en los viejos tiempos, cuando él y los del equipo eran uña y carne.

Dudaba de que volvieran a estar tan unidos algún día.

Y aún menos después de haberlos dejado tirados.

A Clark siempre le había maravillado el poder de las tormentas eléctricas, que ponía incluso su propia fuerza misteriosa en perspectiva. Para otros, la tormenta no era más que un fastidio. Un hombre de negocios mayor, que sostenía un maletín encima de su cabeza, fue a toda prisa hacia un todoterreno plateado y abrió la puerta con el mando para meterse dentro. Una gata tricolor se escabulló tras un contenedor de basura, buscando un lugar seco para esperar que cesara el chaparrón.

—¡No podemos quedarnos aquí todo el día! —gritó Paul en medio del estruendo de la lluvia—. Venga, vamos a la biblioteca corriendo.

Kyle se cruzó de brazos y se afianzó en sus talones.

—¿Qué dices, tío? Yo no voy a ninguna parte.

—Supongo que podemos hacer eso aquí. —Tommy volvió la vista a la puerta cerrada de la cafetería antes de girarse hacia Clark—. ¿No te importa, muchachote?

Clark se encogió de hombros, preguntándose a qué se refería con «eso».

Y por qué nadie más podía oírlo.

Se había llevado más que una pequeña sorpresa cuando Tommy Jones, un descomunal jugador de la línea ofensiva, se le había acercado en el instituto porque quería «pasar un rato» con él. También se sorprendió cuando apareció en la cafetería junto al corredor estrella Paul Molina y el fullback Kyle Turner. Después de todo, no habían querido saber nada de Clark durante la mayor parte de aquellos dos años, desde el día en que de pronto dejó el equipo de primero en plena temporada.

Ahora estaban todos allí, otra vez en Main Street.

Como si no hubiera ocurrido nada.

Pero Clark sabía que tenía que haber una trampa.

Tommy levantó la visera de su gorra de béisbol y se aclaró la garganta.

—Supongo que te has enterado de nuestros resultados en la temporada pasada —empezó a decir—. De que... hemos rendido menos de lo esperado.

—Es una manera de decirlo —apuntó Kyle, y Paul negó con la cabeza, indignado.

Clark debería haberlo imaginado. Habían quedado para hablar de fútbol. Porque, cuando se trataba de Tommy, Kyle y Paul, todo era fútbol.

—Bueno, nosotros tres hemos estado hablando. —Tommy, con su mano rolliza, le dio una fuerte palmada a Clark en el hombro—. El año que viene todos estaremos en el último curso y queremos irnos por la puerta grande.

Un enorme trueno retumbó sobre sus cabezas y los tres jugadores de fútbol se estremecieron. Clark jamás había entendido aquella reacción. Hasta las personas más valientes que conocía podían asustarse por un simple trueno. Otro ejemplo de lo diferente que era de sus congéneres. Los chicos intentaron disimular el susto mirando sus teléfonos y contemplando sus bebidas.

Ahí fue cuando Clark notó algo extraño.

A unos treinta metros a su derecha había un hombre flaco como un palo, de unos veintipocos, en medio de la calzada, con los brazos extendidos y la vista clavada en la lluvia torrencial. Llevaba el pelo rapado e iba vestido de marrón de los pies a la cabeza. Una camisa de manga larga marrón. Unos pantalones marrones. Unas botas militares marrones... A Clark aquel tipo le daba mala espina.

—Mirad a ese friki —dijo Paul, al verlo también.

—¿Quién? —preguntó Tommy.

—Allí. —Paul señaló, pero un enorme camión cruzaba len­tamente retumbando y les impidió verlo. Cuando por fin pasó, el hombre ya se había marchado.

Paul frunció el entrecejo, rascándose por detrás la cabeza rapada, mientras echaba un vistazo a la calle vacía.

—Estaba ahí de pie hace un segundo. Lo juro.

Clark buscó al hombre también. Gente desconocida al azar vestida de marrón no aparecía como si tal cosa en las calles de Smallville para desaparecer al cabo de unos instantes. ¿Quién era? Volvió la vista hacia el cristal de la Java Depot, donde una docena de personas que reconocía estaban sentadas ante pequeñas mesas redondas, bebiendo café y charlando. Haciendo los deberes. Refugiándose de la tormenta.

Se preguntó si alguno de ellos habría visto a aquel tipo.

Con tanta rapidez como había comenzado, ahora la lluvia había amainado y tan solo chispeaba. El vapor se elevaba de una Main Street empapada y unas gotas grandes caían de los árboles. Bajaban por los parabrisas de los coches aparcados y descendían zigzagueando por las señales de tráfico. La carretera era un mar de charcos.

—Caminemos —propuso Tommy, y se pusieron en marcha hacia la plaza mientras Clark todavía buscaba al hombre vestido de marrón.

Los cuatro tuvieron que rodear una serie de conos naranjas que delimitaba otra zona en obras. Una emergente economía local había dado lugar a una seria transformación del centro de Smallville en los últimos años. Ya no estaban las tiendas con escaparates cubiertos con tablones ni los edificios en ruinas de cuando Clark era pequeño. En su lugar, había modernos restaurantes, oficinas inmobiliarias, una urbanización de lujo en desarrollo y dos nuevas y relucientes sucursales bancarias. Ahora parecía siempre haber en marcha múltiples proyectos de construcción, incluyendo la futura sede de la poderosa Mankins Corporation. Pero no trabajaban aquella tarde. La tormenta había convertido Main Street en una calle fantasma.

—Mira, Clark —dijo Tommy, intentando retomar la conversación donde la habían dejado—, todos sabemos que contigo seríamos mucho mejores en el backfield. Bueno, lo que quiero decir es que había una razón por la que no nos vencieron en los partidos en los que jugaste el primer año.

—Sí, antes de que nos dejase tirados —se burló Paul.

Tommy le lanzó una mirada asesina.

—¿Cómo habíamos quedado, tío? Esto va de avanzar. De segundas oportunidades.

Clark se encogió.

Habían pasado dos años y aún no podía digerir la idea de que había defraudado al equipo. Y luego les había mentido. No había dejado el fútbol para concentrarse en los estudios, como le había contado a todo el mundo entonces. Se fue porque podía haber marcado tantos en cada partido desde la línea de scrimmage. Y sus ganas de demostrar lo que podía hacer —aunque le pareciera mal— se volvían más fuertes con cada juego de pases. Hasta que un día arrolló a Miles Loften durante unos ejercicios de placaje y lo mandó al hospital con las costillas fracturadas, y eso que había placado solo al cincuenta por ciento de su capacidad. Después del entrenamiento, había subido las gradas, donde estuvo sentado solo durante mucho rato aquella noche, contemplando lo que ya le era imposible pasar por alto: lo drásticamente distinto que era. Y lo malo que sería que alguien lo averiguara.

Antes de marcharse del campo de fútbol aquella noche, de

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