Los señores del humo

Claudio Cerdán

Fragmento

Prólogo. El reino, el poder y la gloria

PRÓLOGO

EL REINO, EL PODER Y LA GLORIA

El día que la mierda tenga algún valor, los pobres nacerán sin culo.

GABRIEL GARCÍA MÁRQUEZ,
El otoño del patriarca

Harrelson Levy era el rey Midas. Sabía transformar el barro en oro. Donde los demás veían un estercolero, él podía levantar casinos. Apuestas, alcohol y putas para toda la familia. Ese era su sueño húmedo y lo tenía delante de las narices.

—¿Qué le parece, señor Levy?

¿Cuánta gente había a su alrededor? Moscones con corbata, proxenetas de alcaldía, vampiros que solo querían chupar su sangre mormona. Españoles: la raza más corrupta del planeta. Fíjate cómo babean por la comisura de los labios. Si enseñaba unos pocos dólares, movían el rabo como locos. Vamos, bailad para mí.

Asintió y todos babearon más.

Mil doscientas hectáreas dedicadas a fabricar dinero. Padres de familia perdiendo la pasta en las tragaperras mientras su hija se desliza cabeza abajo en una barra de stripper. El gobierno subvencionando la ludopatía, los políticos cambiando las leyes a su favor, robando de Sanidad y Educación para invertir en el ladrillazo. Que les follen a los hospitales: la gente quiere juerga. ¿Por qué no convertir aquel secarral en el mayor prostíbulo de Europa?

La comitiva continuó paseando. Les dolía la cara de tanto sonreír. Ciento ochenta mil empleos, 15.000 millones de inversión, Es-pa-ña en el mapa. Mirad al suelo: las perneras de los pantalones llenas de polvo, zapatos de piel comidos de roña. Esos tíos no habían pisado un descampado en su vida. Le acompañaban concejales, un alcalde, el ministro de No sé qué, asesores diversos, varios arquitectos relegados a traerles el café y ese gilipollas que no paraba de hablar.

—Madrid es la mejor opción para un macroproyecto de tal envergadura. En Alcorcón contamos con las infraestructuras necesarias para albergar campos de golf, casinos, hoteles, centros comerciales y recintos para conciertos. A unos kilómetros tienen el aeropuerto de Barajas, lo que servirá para atraer turistas de todas las partes del mundo.

Harrelson Levy iba a construir su propio aeródromo privado. A las cucarachas trajeadas como aquella solo les pedía una cosa: mano de obra barata y explotable, y una legislación a medida.

A su lado caminaban sus propios vampiros: personal de Sunny Las Vegas, la empresa central de su imperio. A la derecha vagueaba su hijo Larry. Cincuenta y cinco años y seguía siendo un inútil.

Avanzaron evitando cardos y piedras. Más allá había huertos de labriegos que ya estaban en proceso de expropiación. ¿Quién quiere lechugas pudiendo tener fichas de casino? Pero eso no lo iban a decir todavía. La prensa no paraba de grabarle. Eran moscas que se alimentan de los restos de otras moscas. Fotógrafos y senadores comiendo de la palma de su mano. Tenían suerte de que no la cerrase de golpe.

Rueda de prensa. Posaron para los periódicos. Tranquilos, aquí no hay información imparcial: esto es una Monarquía Bananera. Las dos grandes agencias de noticias están politizadas.

—Aún es pronto para decidir. —El que hablaba era Larry. Los porros que se fumó en Cuba durante cinco años le sirvieron para aprender español. La clínica de desintoxicación no fue tan barata—. Ahora mismo, Alcorcón es el candidato más fuerte, pero primero debemos descartar Barcelona.

Levy ya había abominado de Cataluña. Los partidos separatistas aprovechaban la crisis mundial para lanzar sus consignas de independencia. La gente cabreada pensaba que salir de España les iba a salvar el culo. Él no quería un Eurovegas fuera de Europa. Para eso se habría ido a Sarajevo.

Los flashes de las cámaras lo cegaban. Sus objetivos podían sacarlo sonriente, pero no podían enfocar lo que tenía en mente. Allí no había barro seco, sino pasta. El dinero llamaba al dinero. Dejaos de hostias y pongámonos a trabajar.

Gritos. Alguien berreaba. Se giraron y lo vieron. Un tipo desgarbado, pelo blanco, pocos dientes, casi todos podridos. Fíjate en su forma de andar, los ojos estrábicos de pura ira, se le huele de lejos. Por Dios, que alguien quite a ese imbécil de mi vista.

—Que alguien quite a ese imbécil de mi vista —murmuró el sonrisas a su séquito de seguridad.

El muerto de hambre les lanzaba piedras, escupía maldiciones. Vamos a escuchar:

—Fuera de mis tierras. ¡Estáis en mi propiedad! Largo de aquí.

—Tranquilo, amigo. —Un guardaespaldas le puso la mano en el hombro mugriento. No quería darle de hostias delante de la prensa—. Está demasiado alterado. ¿Por qué no se va a casa?

—¡Esta es mi casa! —Babeó—. No tenéis derecho a...

—Dé media vuelta. —Un segundo matón fue a espantarlo.

—¡No podéis estar aquí! ¡Este es mi terreno!

Más quisiera él. Aquello ya era de Harrelson Levy, o lo sería en poco tiempo. Puede que convenciera a Servicios Sociales para que le buscaran un confortable manicomio a aquel demente. Venga, colega, tómate tus medicinas y hasta otra.

Los guardaespaldas se llevaron al viejo a rastras. Tres años de formación en academias especializadas para enfrentarse a ancianos de cincuenta kilos.

Todo siguió su curso natural. Larry terminó de contestar preguntas. Compartieron sonrisas almidonadas con políticos y demás caciques locales. ¿Ha dicho usted que es banquero? Sí, señor, pero no busque mi dinero en mi Caja, que lo tengo todo en Suiza. Ja-ja. Es usted un cachondo, amigo mío.

El bastón de Harrelson se enganchó con algo en el suelo. Lo último que quería era tropezarse delante de una cámara de vídeo. Con la moda de internet todo se propagaba a una velocidad de vértigo. Vamos, viejo, saca el puto palo de la tierra. Estaba atrapado. Un gesto sutil y uno de sus moscones le tomó el relevo. Harrelson se apoyó en Larry. Casi parecía un abrazo. El secuaz tiró un par de veces y arrancó lo que parecía el cráneo de un animal. Lo dejó a un lado y le pasó el bastón. Sonrió de nuevo. Iba a hacer un chiste. Un enfermo mental le había tirado piedras, era mejor quitarle hierro al asunto.

Pero nadie le hizo caso. Todas las miradas se centraron en los restos de aquel bicho. Las cámaras le dieron al zoom. Los móviles sacaron fotos. Murmullos. Paren las rotativas.

Porque no era el cráneo de ninguna alimaña, sino una calavera humana.

Primera parte. Soldados en reserva