La devoción del sospechoso X

Keigo Higashino

Fragmento

epub-2.xhtml

 

Título original: Yôgisha X no Kenshin

 

Traducción: Francisco Barberán

 

1.ª edición: septiembre 2011

 

© 2005 by Keigo Higashino

© Ediciones B, S.A., 2011

© Concell de Cent, 425-427 - 08009 Barcelona (España)

© www.edicionesb.com

 

ISBN: 978-84-666-5015-1

 

Todos los derechos reservados. Bajo las sanciones establecidas en las leyes, queda rigurosamente prohibida, sin autorización escrita de los titulares del copyright, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, así como la distribución de ejemplares mediante alquiler o préstamo público.

epub

Contenido

Portada

Portadilla

Créditos

1

2

3

4

5

6

7

8

9

10

11

12

13

14

15

16

17

18

19

Notas

epub-3.xhtml

1

 

 

Ishigami salió de su apartamento a las siete y treinta y cinco de la mañana, como todos los días. Aunque ya era marzo, el viento continuaba siendo frío. Comenzó a andar intentando mantener la barbilla protegida bajo la bufanda. Y antes de encaminarse hacia la vía principal, dirigió la mirada a la zona de estacionamiento de las bicicletas. Había varias aparcadas, pero no la verde que a él le interesaba.

Tras caminar unos veinte metros en dirección sur, llegó a una amplia avenida, la de Shin-Ohashi. Yendo hacia la izquierda, o sea, hacia el este, se encontraba el distrito de Edogawa, mientras que por el oeste se salía a Nihonbashi. Antes de llegar a Nihonbashi estaba el río Sumida, que la avenida de Shin-Ohashi cruzaba a través del puente del mismo nombre.

La forma más rápida que Ishigami tenía para ir de su apartamento al trabajo consistía, simplemente, en caminar así, todo recto, en dirección sur. Tras avanzar unos cientos de metros, se alcanzaba el parque de Kiyosumi Teien, y su lugar de trabajo era el instituto privado que estaba justo antes de llegar a dicho parque. En definitiva, era profesor. Enseñaba matemáticas.

Al ver que el semáforo que tenía enfrente se ponía en rojo, dobló a la derecha y se encaminó hacia el puente de Shin-Ohashi. El viento que soplaba en dirección contraria levantó su abrigo. Ishigami hundió las manos en los bolsillos, encorvó ligeramente el cuerpo y aceleró el paso.

Unas densas nubes cubrían el cielo. El río Sumida las reflejaba, enturbiando el color de sus aguas. Una pequeña embarcación remontaba el curso del río, aguas arriba. Ishigami cruzó el puente de Shin-Ohashi contemplándola.

Al llegar al extremo opuesto del puente, descendió por la escalera, pasó por debajo y anduvo por la ribera del río. En ambas orillas habían construido unos paseos arbolados. Sin embargo, las parejas y las familias preferían pasear por la zona del puente de Kiyosu, y no esta de Shin-Ohashi, a la que ni siquiera los días de fiesta solía acercarse mucha gente. La razón se comprendía de inmediato si uno iba por allí: una larga hilera de chabolas, cubiertas por plásticos y lonas azules, se extendía a lo largo de la ribera. Como justo por encima de ese lugar pasaba la autopista, debía de ser un sitio ideal para guarecerse del frío y del viento. La prueba de ello era que al otro lado del río no había nada parecido. Por supuesto, también debía de contribuir el hecho de que a sus moradores debía de resultarles más cómodo, a su manera, eso de vivir agrupados.

Ishigami pasó tranquilamente por delante de las chabolas azules. Su altura era, a lo sumo, la de una persona, pero también las había que apenas le llegaban a la cintura. Más que chabolas parecían cajas. De todos modos, si sólo se trataba de dormir dentro de ellas, quizá resultaran suficiente. Al lado de las chabolas había instalados, como si todos se hubiesen puesto de acuerdo, varios tendederos de ropa que delimitaban el espacio vital.

Apoyado en el pasamanos de uno de los extremos del muro de contención, un hombre se cepillaba los dientes. Ishigami ya lo había visto en otras ocasiones. Debía de superar los sesenta años de edad y llevaba el cabello entrecano recogido hacia atrás. Tal vez ya no tuviera intención de trabajar. Y es que, si pensaba encontrar un trabajo físico para ese día, a esas horas no andaría por ahí merodeando, porque los tratos para esa clase de tareas siempre se hacen a primera hora de la mañana. Tampoco parecía tener previsto acudir a la oficina de empleo. Además, aunque le hubieran ofrecido un trabajo, con semejante pelo ni siquiera habría podido asistir a la entrevista. Y ello sin contar con que, además, las posibilidades de que a uno le ofrezcan un empleo a esa edad son realmente infinitesimales.

Había un hombre aplastando un montón de latas vacías al lado de su chabola. Ishigami, que ya lo había visto hacer eso en varias ocasiones, le apodaba el Hombre Lata. Éste rondaba los cincuenta años. Su indumentaria era, en general, bastante correcta, y hasta tenía una bicicleta. Seguramente necesitaba disponer de una mayor movilidad para dedicarse a recoger las latas vacías. Y ese rincón más apartado, situado en un extremo del grupo de chabolas, tenía todo el aspecto de ser un lugar privilegiado. Por eso Ishigami creía que el Hombre Lata seguramente era una de las personas que llevaba allí más tiempo.

Un poco más allá de las chabolas había un hombre sentado en un banco. Su abrigo, que en tiempos debió de ser beige, se había desteñido hasta adquirir una tonalidad gris. Debajo del abrigo llevaba una americana y, debajo de ésta, una camisa. Ishigami imaginó que tal vez llevara

Suscríbete para continuar leyendo y recibir nuestras novedades editoriales

¡Ya estás apuntado/a! Gracias.X

Añadido a tu lista de deseos