Asesina otra vez (Los casos de Marina Altamirano 3)

Mar P. Zabala

Fragmento

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Prólogo

Marina iba a decir algo cuando el sonido del móvil la interrumpió. Fue a buscarlo a la mesita junto a la entrada, donde lo había dejado. Era un número oculto; pensando que sería algún operador, lo cogió dispuesta a decirle cuatro cosas al pesado que llamaba a la hora de cenar.

—No sé cómo tiene este número, ni qué quiere, pero...

—Querida amiga, esa no es forma de responder al teléfono y mucho menos a los amigos.

¡Esa voz! La reconocería en cualquier parte. Aún, después de diez años, llenaba sus pesadillas, haciendo que se despertara con el corazón a mil y con un sudor frío cubriendo cada centímetro de su cuerpo. La saliva se le hizo un nudo en la garganta, provocando que su propia voz no fuera tan firme como siempre.

—¡Luis! —exclamó Marina, sobresaltando a sus compañeros de cena, que al instante se volvieron hacia ella intrigados.

—Veo que me recuerdas, me alegro. Todo este tiempo he estado pensado en ti, y de repente hoy, te he visto en las noticias. Es una pena que se te escapara Rosa con el tesoro, eso no debe de quedar muy bien en tu expediente. Primero yo, luego ella. Deberías preocuparte. No logras atrapar a los malos.

—¡A ti te atrapé! Fuiste tú el que manipuló los archivos para salir de la cárcel —afirmó Marina indignada. ¿Cómo se atrevía a echarle a ella la culpa de sus maldades? Él y solo él era el responsable de los asesinatos que había cometido y de fugarse de la cárcel.

—No es mi culpa si los funcionarios de justicia no hacen bien su trabajo —replicó Luis divertido por el enfado de la detective Altamirano. Si Marina le hubiera visto en ese instante, habría observado la sonrisa de complacencia que llenaba su rostro. No lo podía evitar, le encantaba burlarse de ella.

—¿¿Qué quieres?? —preguntó la detective, alterada, ante el desconcierto de sus amigos, que se habían quedado en silencio, mirando hacia donde ella estaba hablando por teléfono.

—Oh, nada complicado. Me aburro y he decidido volver. ¿Quieres jugar?

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Capítulo 1

Marina daba vueltas por la cocina como un león enjaulado. La camisa que llevaba mostraba cómo su pecho subía y bajaba, al ritmo del alterado latir de su corazón. De su perfecta coleta, se habían soltado dos mechones, uno de ellos le caía sobre la frente, y la detective intentaba apartarlo de la punta de la nariz, donde le hacía cosquillas, con infructuosos soplidos. Nerviosa retorcía sus manos mientras mascullaba por lo bajo:

—No puede ser, no puede ser...

Leo se mantenía a cierta distancia de ella, pendiente de sus movimientos, pero sin intervenir. Conocía a su chica y sabía que era mejor darle espacio, ella misma vendría a él cuando se tranquilizara. No quería agobiarla con palabras vacías. Era para preocuparse: un asesino en serie, prófugo de la justicia, había elegido justo esa noche para llamarla. Podía ver cómo la tez morena de Marina se había tornado blanca para virar a un rojo intenso a medida que su enfado iba en aumento. Si pudieran, los ojos de su chica echarían chispas de la ira que se veía reflejada en ellos.

Pepón telefoneó a la central para pedir que localizaran de dónde había partido la llamada que Marina había recibido. Él no estaba en el país cuando la serie de asesinatos cometidos por Luis Calabria había tenido lugar. Sin embargo, hasta la lejana estepa rusa, donde estaba haciendo un curso de un año de contraespionaje, habían llegado noticias del asesino en serie. Cuando por fin se descubrió al culpable, y se supo que la detective encargada de hacerlo había sido una joven mujer, vio cómo algunas narices se arrugaban disgustadas. Uno de sus profesores comentó:

—Un policía ruso lo hubiera resuelto antes. Las mujeres no deberían encargarse de esas funciones.

—Tenía un compañero —apuntó Pepón con malicia disimulando una sonrisa. Sus superiores le habían enviado a hacer aquel curso. Lo que no podían obligarle era a que le cayeran bien sus prepotentes compañeros que se creían los más inteligentes del mundo—. Un hombre —añadió divertido.

Esperanza permanecía en una esquina de la habitación, sentada en un sillón sin atreverse a hablar. Lo que momentos antes parecía una cena casera, en la agradable compañía de unos amigos, se había truncado, para convertirse en una pesadilla. Intranquila por lo que pudiera suceder, jugaba nerviosa con el dobladillo de la falda vaquera que llevaba.

El móvil de Marina sonó de nuevo, sobresaltando a los cuatro ocupantes del piso con su estruendoso tono.

—¿Es él otra vez? —preguntó la detective a Pepón, que sostenía el móvil de ella en una mano y hablaba con la central por el suyo en la otra.

—No, es Carlos —respondió el detective mirando la pantalla y leyendo el nombre de su jefe.

Con un suspiro de alivio, Marina cogió el teléfono que le tendía su compañero para hablar con su superior y amigo desde hacía muchos años.

—Hola, Carlos, ya te has enterado. Ese indeseable me ha llamado diciendo que quiere jugar. ¿Qué querrá ahora? Quizás...

—¡¡¡Marina!!! ¡Calla! ¡No llamo por eso! Mi pequeña ha desaparecido —la interrumpió Carlos, agitado y alterado, sin escuchar lo que su amiga le decía, algo que la sorprendió, pues siempre era la calma personificada.

—¿¿¿Qué??? —gritó Marina haciendo que los ojos de sus amigos se volvieran de nuevo hacia ella. Su respiración se había agitado todavía más, haciéndola transpirar por cada poro de su piel.

—Creíamos que Ana estaba estudiando con unas amigas en casa de una de ellas, pero hace una hora que debía de haber regresado —empezó a explicar Carlos, intentando calmar la urgencia de su voz, para poder hablar con Marina—. Teresa ha llamado a la madre de la niña y resulta que no ha estado con ellas. Ninguna la ha visto en toda la tarde. No sabemos nada de Ana desde que salió de casa poco antes de las cinco —concluyó Carlos con un nudo de voz.

—Vamos ahora mismo —afirmó Marina con rotundidad, haciendo un gesto a sus amigos con la cabeza para indicarles que se tenían que ir.

—¿Qué quería decirte Carlos?

—Pepón, me llamaba para decirme que Ana ha desaparecido, no saben nada de ella desde hace horas.

No hicieron falta más palabras. Apagaron el horno donde un cordero estaba terminando de hornearse y, dejando la mesa puesta esperando a unos comensales que no llegarían a sentarse en ella, salieron por la puerta. Pepón permanecía pegado al teléfono haciendo una llamada tras otra.

Leo avisó a Solé, su jefa de la científica, de lo ocurrido con la hija de Carlos y de la extraña llamada en casa de Marina, según bajaban en el ascensor.

—Pepón ya se ha puesto en contacto con los informáticos para que averigüen el origen de la llamada —le explicó Leo—. No creo que encuentren nada, Luis Calabria sabe cómo ocultarse. Seguro que habrá desviado su rastro entre diversos servidores y repetidores y no será posible averiguar

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