Sucios y malvados

Juanjo Braulio

Fragmento

Contents
Contenido
Dedicatoria
Citas
Anacrusa
1
2
3
Lunes, 22 de diciembre de 2014
4
5
6
Martes, 23 de diciembre de 2014
7
8
9
Miércoles, 24 de diciembre de 2014
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12
Sábado, 27 de diciembre de 2014
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14
15
Lunes, 29 de diciembre de 2014
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Jueves, 1 de enero de 2015
19
20
21
Domingo, 11 de enero de 2015
22
23
24
Domingo, 1 de marzo de 2015
Coda
Unas aclaraciones y muchos agradecimientos
Partitura
malvados

Para mi hermana Amparo, porque ella puede con todo.

Para mi hermana Laura, porque nada puede con ella.

Y para Yolanda, por tener tantas ganas de leer este libro.

malvados-1

¿Es usted un demonio?

Soy un hombre. Y por tanto,

tengo dentro de mí todos los demonios.

El candor del padre Brown,

G. K. CHESTERTON

Pero las madres terribles

levantaron la cabeza.

Llanto por la muerte de Ignacio Sánchez Mejías,

FEDERICO GARCÍA LORCA

Somos las hijas de la negra noche.

De todas las moradas arrojamos a los asesinos.

Las Euménides,

Acto II. ESQUILO

malvados-2

Anacrusa

Aferra el teléfono en la mano. Clava los ojos en la pantalla como si pudiera provocar que el aparato reaccione ante la fuerza de su mirada impaciente. Aunque sabe que es imposible que Lorena, su mujer, haya concluido la gestión en el banco, contempla el reloj digital del dispositivo con la angustia que sufre en exclusiva quien quiere que el tiempo pase deprisa y que los guarismos que indican la hora cambien con mayor celeridad. Sin embargo, los números se mantienen fijos con la misma indiferencia que él muestra hacia la monumental juerga que sus compañeros de trabajo están celebrando en la nave. A pesar de que se ha alejado del recinto, percibe con nitidez el jolgorio que provocan las más de cincuenta personas que aún ríen, lloran, gritan, cantan, beben, se besan y se abrazan entre chillidos y expresiones de incrédula felicidad.

Ya son más de las cuatro y la tarde invernal se muere. Incluso en la luminosa y cálida Valencia, a veces, hace frío, si bien solo lo parece los escasos días que, como hoy, el cielo está gris aunque para los juerguistas es la jornada más feliz de sus vidas. El enjambre de periodistas con sus cámaras y micrófonos se marchó hace un rato, pero ellos aún siguen allí, festejando su buena fortuna. Mientras la inmensa mayoría del país se consuela pensando que lo importante es mantener la salud, ellos celebran que, además de estar más o menos sanos, también son ricos. Muy ricos. Les ha tocado la lotería. El primer premio. El Gordo. Y por eso, además de salud, tienen dinero. Mucho dinero. Como todos los años, don Augusto Tejedor Machancoses, el anciano jefe ya jubilado pero todavía uno de los dueños del negocio, había sido el encargado de hacerse con los décimos del número 22.574, la fecha en la que se fundó la empresa. Como un papanoel de cara cuarteada por el salitre y dientes manchados por su afición a los puros caliqueños, don Augusto ha apuntado, adquirido, cobrado y entregado los décimos, enteros o compartidos, a los trabajadores de la empresa que fundó hace cuarenta años. Todos tenían su pequeño papel timbrado con la cifra mágica, comprado más por miedo a que le toque a todo el mundo menos al que pecó de tacaño que por convicción o ilusión de ser agraciado. Hasta hoy, esa combinación numérica había servido para malgastar el importe de la apuesta en el rito inútil de jugar al sorteo extraordinario de lotería que anuncia que, en España, ha llegado la Navidad. Cada décimo, que a las nueve de la mañana podía intercambiarse por un improbable sueño de riqueza o por un simple hábito repetido, vale ahora 400.000 euros. O incluso mucho más, porque la suma implica cancelación de hipotecas, ayuda a los hijos en paro, coches nuevos o viajes que solo se podían soñar. En definitiva, el 22.574 trae entre los caprichosos misterios del azar matemático y de la probabilidad remota la simple y pura tranquilidad para quienes, como ellos, no tienen, no han tenido y no iban a tener nada más que un sueldo ganado a madrugones y, encima, se sentían afortunados por ello. Pero ha sido esta mañana del 22 del diciembre cuando han sabido lo que es, de verdad, tener suerte.

Las nubes han pintado el cielo de un blanco lento y pesado hasta difuminar el horizonte y emborronar los contornos del mar y la tierra. El viento de levante anuncia que el temporal no está lejos. Sin embargo, José Vicente Muñoz, o Josevi, como le llama todo el mundo, es tan ajeno a los avisos de la tormenta como sus compañeros de trabajo, aunque por razones bien distintas. Sigue mirando el teléfono bajo la luz lechosa. Nota la rigidez en la espalda y el escozor en los ojos provocado por la noche en vela. Ni el cava ni los otros licores que han corrido a espuertas desde que en la nave se supo la buena noticia han logrado calentarle. Por fin, el teléfono despierta. La imagen de Lorena, sonriente y abrazada a las dos niñas, se enseñorea de la pantalla del móvil. No deja, siquiera, que el timbre llegue al segundo tono para contestar:

—¿Lore? ¿Lorena? —Casi grita—. ¿Ya está?

—¡Sí, Josevi, sí! —La voz de su mujer se atropella en el auricular, mezclada entre hipidos llorosos y risitas de felicidad—. ¡Aún estoy en el banco, en el despacho del director de la sucursal! Ya están los dos décimos guardados aquí y tengo el recibo del depósito y me ha dicho que ellos hará

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