WeKids (Flash Relatos)

Laura Gallego

Fragmento

cap-3

 

Lucas Laval y Alfredo García habían nacido el mismo día, tanto en el mundo real como en el virtual. Justo es decir, sin embargo, que los padres de Lucas fueron más rápidos a la hora de abrir un perfil para su hijo en WeKids.

—¿No te parece un poco... precipitado? —le preguntó Emma Laval a su marido.

Ella estaba todavía en cama, recuperándose del esfuerzo del parto, mientras su bebé mamaba con fruición, pero Oscar Laval parecía más concentrado en teclear furiosamente en su terminal. Hizo sin embargo una breve pausa para responder a su esposa:

—Ya lo hemos hablado antes, cariño. Cuanto antes empiece, más oportunidades tendrá en el futuro.

—Lo sé, pero... Lucas solo tiene tres horas de vida.

—Y son horas que hemos perdido. Desde el mismo momento de su nacimiento, todos los niños pueden obtener un espacio en WeKids. Lo dicen las normas.

Emma no dudaba de sus palabras. Habían tomado aquella decisión en el segundo trimestre del embarazo, y Oscar había tenido tiempo de sobra para aprenderse las condiciones de uso de WeKids.

La idea había empezado a rondarle por la cabeza un par de años atrás, durante una reunión de amigos en la que una pareja comentó con orgullo que habían creado un perfil para su hija Naomi con motivo de su primer cumpleaños.

—Pero ¿ya navega por internet? —había preguntado Oscar, con una ingenuidad que le había granjeado las carcajadas de la mayoría de los asistentes.

—Claro que no; nosotros actualizaremos su perfil hasta que tenga edad de hacerlo por sí misma.

—Yo creía que en WeKids no estaba permitido que se registrasen adultos —comentó alguien, y Oscar se sintió aliviado al comprobar que no era el único que ignoraba los entresijos de la red social infantil más popular del mundo.

Este último hecho, al menos, sí lo conocía. Sabía que WeKids había nacido como espacio virtual seguro para los niños, que de este modo podían disfrutar de las ventajas de internet y hacer amigos de todos los rincones del planeta en un entorno completamente protegido y adaptado a sus necesidades. Según las últimas estadísticas, el setenta y nueve por ciento de los usuarios de entre diez y quince años tenían un perfil en WeKids. Los responsables de la página eran muy conscientes de lo frágil y valioso que era lo que tenían entre manos, por lo que sus férreas normas y condiciones de uso se cumplían a rajatabla. En WeKids estaban totalmente prohibidos los contenidos inapropiados, y los moderadores patrullaban la red sin descanso para asegurarse de que nadie molestaba a los niños en su oasis virtual. Los perfiles estaban asegurados con contraseñas que utilizaban patrones biométricos, de modo que nadie podía usurpar la identidad de un usuario y, además, el propio sistema impedía el registro a todos los mayores de quince años; aquellos que lo habían intentado habían sido denunciados, juzgados y condenados a duras penas de prisión. Oscar recordaba los juicios a los primeros «corruptores» de WeKids, porque habían sido muy sonados. La justicia había apoyado sin reservas a los responsables de la web, creando un precedente que nadie había osado contradecir desde entonces. Porque había que proteger a los niños a toda costa y, dado que esta premisa estaba fuera de toda duda, otorgaba a WeKids un poder del que ninguna otra red había disfrutado hasta el momento. Mientras ellos siguieran defendiendo ferozmente a sus usuarios, como habían hecho siempre, y millones de padres pudieran respirar tranquilos, las autoridades estarían de su parte.

Todo esto era público y notorio; poca gente quedaba que, a aquellas alturas, no estuviera al tanto de la primera verdad fundamental sobre WeKids: era total y exclusivamente para niños. Los adultos podían mirar, podían navegar por sus páginas y perfiles, pero no tenían posibilidad de intervenir de ninguna manera, de publicar contenidos ni de establecer contacto alguno con los usuarios.

De modo que la idea de que unos padres pudieran abrir un perfil para su hija de un año resultaba, cuando menos, novedosa.

—Está permitido —explicaron ellos—, siempre que nos atengamos a las normas y condiciones de uso y solo publiquemos contenidos relacionados con Naomi: fotos, vídeos, sus primeros dibujos... ese tipo de cosas. —La madre de la criatura resplandecía de satisfacción mientras hablaba de la presentación de su hija en la sociedad virtual—. No puede aparecer ninguna imagen nuestra en el perfil, ni la de ningún otro adulto, y por supuesto hemos de ceder su control a Naomi cuando cumpla siete años. Hasta entonces, la red permite que uno de sus progenitores actualice su página por ella. Y ya hemos registrado mis datos biométricos para que los asocien a su cuenta.

Parecía que los padres de Naomi estaban esperando que los felicitaran por ello, de modo que sus amigos cumplieron con el ritual, algunos más entusiastas, otros todavía desconcertados.

—Pero esa red es de pago, ¿no? —preguntó uno de ellos, con cierto disgusto.

El padre de Naomi le quitó importancia al asunto con un gesto.

—Es una cantidad ridícula al mes, casi simbólica —explicó—, y vale la pena. Pensad que WeKids es un espacio cien por cien libre de publicidad, así que ha de financiarse de alguna manera.

Oscar Laval no había hecho más preguntas. Pero siguió dándole vueltas a la conversación, preguntándose para qué querría un bebé como Naomi tener una cuenta en WeKids. Con el tiempo se enteró de que había muchos padres que registraban a sus retoños a muy temprana edad, algunos incluso nada más nacer. Parecía poco probable que hicieran amigos; no obstante, para su sorpresa, Oscar descubrió que las páginas de bebés tenían muchos seguidores, sobre todo entre las niñas preadolescentes; a medida que iban creciendo y sus padres compartían sus pequeños logros con el mundo, los bebés podían ganar más y más seguidores, hasta el punto de que una gestión eficaz e inteligente del perfil podía convertir al pequeño en una celebridad incluso antes de que él mismo tomase las riendas de su propia cuenta.

Porque esta era la segunda verdad fundamental acerca de WeKids: tu futuro como adulto dependía de lo que hubieses hecho de niño. Y gran parte de la vida de los niños discurría en su pequeño y perfecto mundo virtual, repleto de juegos, entretenimiento, diversión y, sobre todo, amigos, muchos amigos. Cuantos más, mejor.

Oscar no había crecido con WeKids, pero era muy consciente del poder de las redes sociales. Gracias a ellas había conocido a su mujer, Emma.

Ella era azafata en una compañía de aviación, y tenía por costumbre publicar en su perfil fotografías de todos los lugares que visitaba. Las fotos eran bonitas y la chica parecía simpática, de modo que tenía bastantes seguidores. No como una celebridad, naturalmente; pero sí contaba con algunos más que una persona corriente.

Oscar no destacaba en nada en particular. Había sacado buenas calificaciones en sus estudios, pero no había prestado atención a la importancia de las relaciones sociales. Tenía amigos; no muchos, pero buenos, y con eso le había bastado. O al menos eso había creído, hasta que trató de acceder al mercado laboral. Los responsables de recursos humanos de las empresas a las que acudía apenas echaban un vistazo a su currículum, que contaba con dos ingenierías, un má

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