No eres lo que busco

Laura Mavor

Fragmento

cap

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(FAIN-DER)

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cap-1

1

Me gustan los deportes de riesgo

Santarés, provincia de Castellón,

viernes, 24 de abril

Telma salió de su ensimismamiento cuando Eduardo II le sacudió un rodillazo en los huevos a lord Gaveston.

El conde de Cornualles, un chaval con la cara plagada de acné, se llevó la mano a la entrepierna con un quejido agónico. Tenía el rostro tan congestionado por el dolor que cada uno de sus granos parecía a punto de reventar.

—¡Te dije que nada de meter la lengua, puto asqueroso! —ladró el rey Eduardo.

Telma suspiró. Candela era una buena chica. Su aspecto andrógino y su habilidad para memorizar frases la hacían la elección perfecta para descargar sobre sus hombros el rol protagonista de la obra, el del rey Eduardo. Por desgracia, la chica tenía muy mal pronto. Un par de meses atrás, había tenido que cumplir tres semanas de trabajos sociales por clavarle un compás en el brazo a una compañera de instituto. Para Telma, como directora de escena, eso no era del todo un inconveniente: todo buen actor debe saber mostrar su garra.

—Está bien, chicos —dijo Telma, con tono sosegado—. ¿Qué es lo que ha ido mal?

Candela señaló a lord Gaveston, aún angustiado por su estado genital. El resto de los actores, despatarrados por las butacas del salón de actos a la espera de su intervención, se reían a carcajadas.

—¡Este imbécil, que ha querido comerme los morros!

El actor que interpretaba a Gaveston se llamaba Ali, y era de padres argelinos. En su momento a Telma le pareció buena idea darle el papel de conde de Cornualles, amante del rey, a un chico con marcados rasgos norteafricanos. Le resultó muy rompedor. Cada vez se arrepentía más de su decisión. Ali era un pésimo actor, y también bastante obtuso.

—¡Se supone que nos tenemos que besar en esta escena! —protestó el chico.

—Tienes razón, Ali —repuso Telma, siempre serena. El secreto para tratar con aquellos chicos era aparentar en todo momento tener el caballo bien sujeto por las riendas—. Y la clave de toda buena actuación es vivir el personaje con intensidad. Pero supongo que en este caso habría sido más adecuado un poco menos de Marlon Brando y un poco más de John Gielgud.

Ali la miró con expresión bobalicona.

—¿Qué…?

—Que no le vuelvas a meter la lengua a tu compañera de reparto a menos que ella te lo permita, o recibirás muchas más patadas en tu zona masculina, ¿ha quedado claro?

Los chicos corearon con una carcajada. Candela incluso aplaudió un par de veces. Ali se retiró del escenario con la actitud de un perro apaleado.

Telma echó un vistazo a su reloj. Ya eran casi las siete. Se levantó de la butaca desde donde dirigía la escena y empezó a recoger sus múltiples bártulos para meterlos dentro de un enorme bolso de estilo marroquí, decorado con abalorios y trozos de espejo.

—De acuerdo, chicos, se acabó por hoy. Nos veremos el lunes y, por favor, repasad la escena quinta del acto tercero. El próximo día empezaremos por ahí.

Los chicos comenzaron a marcharse mientras Telma plegaba algunas sillas del escenario que habían utilizado a modo de atrezo. Sólo por mantener la mente ocupada, calculó mentalmente cuánto quedaba para el estreno. Apenas un par de meses; ojalá fuera tiempo suficiente para lograr que aquella panda de jóvenes y adolescentes desmotivados pareciera un grupo teatral decente. Telma tampoco pedía milagros: le bastaba con que todos ellos se supieran el papel. Y que a lord Gaveston no se le ocurriera de nuevo propasarse con su Eduardo II… si es que aspiraba a tener hijos en un futuro.

Mientras apagaba las luces del salón de actos y salía a la calle, hacía cábalas sobre cuántos de sus actores se tomarían la molestia de echarle un vistazo al texto durante el fin de semana. Quizá tres o cuatro, sólo aquellos que demostraban verdadero afán por ofrecer algo más de lo que se esperaba de ellos, los que Telma llamaba «sus buenos chicos». El resto, aunque fuese políticamente incorrecto decirlo en voz alta (y Telma jamás lo haría), no era más que carne de reformatorio, aquellos que estaban en el Grupo de Teatro Juvenil Social por orden de un juez o porque, sencillamente, era el único sitio donde nadie les gritaría, pegaría o trataría de violarlos durante al menos un par de horas. Una mierda, sí, pero es que la vida era una mierda dura y seca, Telma lo sabía muy bien.

El centro social donde Telma trabajaba de voluntaria era una institución creada por el nuevo alcalde y su equipo de gobierno. La idea era que sirviese como lugar en el que chicos y chicas con un entorno complicado y en riesgo de exclusión pudieran llevar a cabo actividades productivas y de ocio. No sólo se impartían talleres de teatro, sino también de jardinería, baile moderno, pintura y otra serie de artes y oficios.

Un amplio sector de los habitantes del pueblo habían recibido la apertura del centro social con franca hostilidad, tal y como atestiguaban las pintadas con las que a veces amanecían las paredes del edificio. Mensajes como NO QUEREMOS DELINCUENTES, SANTARÉS LIMPIO DE GENTUZA o LARGAOS A UN REFORMATORIO, CERDOS indicaban que aunque Santarés era un pequeño pueblo, su concentración de odio e ignorancia era muy intensa.

Ya en la calle, Telma se sumergió en las insondables profundidades de su bolso marroquí para buscar las llaves del coche. No encontró las llaves, pero sí un paquete blando de cigarrillos, casi hecho una bola. Sacó uno y se lo encendió con gestos ávidos.

Estaba nerviosa.

Siguió andando y se topó de bruces con Miquel, director del centro y también concejal de Cultura de Santarés. No por primera vez, Telma pens

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