Índice
Cubierta
Sé que volverás
Agradecimientos
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Capítulo 38
Capítulo 39
Capítulo 40
Capítulo 41
Capítulo 42
Capítulo 43
Capítulo 44
Capítulo 45
Capítulo 46
Capítulo 47
Capítulo 48
Capítulo 49
Capítulo 50
Capítulo 51
Capítulo 52
Capítulo 53
Capítulo 54
Capítulo 55
Capítulo 56
Capítulo 57
Capítulo 58
Capítulo 59
Capítulo 60
Capítulo 61
Capítulo 62
Capítulo 63
Capítulo 64
Capítulo 65
Capítulo 66
Capítulo 67
Capítulo 68
Capítulo 69
Capítulo 70
Capítulo 71
Capítulo 72
Capítulo 73
Capítulo 74
Capítulo 75
Capítulo 76
Capítulo 77
Capítulo 78
Capítulo 79
Capítulo 80
Capítulo 81
Capítulo 82
Capítulo 83
Capítulo 84
Capítulo 85
Capítulo 86
Capítulo 87
Capítulo 88
Capítulo 89
Capítulo 90
Epílogo
Biografía
Créditos
Acerca de Random House Mondadori
A la memoria del sacerdote
Joseph A. Kelly,
de la Compañía de Jesús,
1931-2008
Siempre un brillo en su mirada de jesuita,
siempre una sonrisa en su bello rostro,
siempre rebosante de fe y compasión su alma.
Un hombre con madera de santo,
a quien, cuando el cielo lamentó su ausencia,
el Creador llamó a su lado.
Agradecimientos
A menudo comento, más o menos en broma, que mi palabra favorita es «Fin».
En realidad, lo es. Significa que la historia ya ha sido contada, que el viaje ha terminado. Significa que los personajes que el año pasado por estas fechas ni siquiera existían en mi imaginación ya han vivido la vida que elegí para ellos o, mejor dicho, que ellos mismos eligieron para sí.
Mi editor, Michael Korda, y yo llevamos realizando este mismo viaje durante treinta y seis años, desde ese día de marzo de 1974 en el que recibí la increíble noticia de que Simon and Schuster había comprado mi primera novela por tres mil dólares. A lo largo de todo este tiempo, Michael ha sido el capitán de mi barco literario y no podría sentirme más contenta y honrada por contar con su colaboración. El año pasado por esta época me propuso: «Creo que podrías escribir un buen libro sobre la usurpación de identidad». Y aquí está.
Kathy Sagan, jefa de redacción, es amiga mía desde hace muchos años. Hace una década dirigía la Mary Higgins Clark Mystery Magazine, y es la primera vez que, junto con Michael, trabaja conmigo en una novela de suspense. Te quiero, Kathy; muchas gracias.
Gracias también al director adjunto de edición, Gypsy da Silva, y a mis lectores Irene Clark, Agnes Newton y Nadine Petry, así como a mi publicista, ya jubilada, Lisl Cade.
Una vez más, el sargento Steven Marron y el detective Richard Murphy, retirado, de la oficina del fiscal del distrito de Nueva York, han sido mis guías para presentar paso a paso y de manera ajustada el procedimiento legal que se lleva a cabo cuando se comete un delito grave.
Por supuesto, y como siempre, gracias infinitas a mi extraordinario marido, John Conheeney, y a nuestra familia de nueve hijos y diecisiete nietos.
Finalmente, gracias a vosotros, mis lectores, por todos los años que hemos compartido. «Que el camino salga a vuestro encuentro...»
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El padre Aiden O’Brien estaba confesando en la iglesia de San Francisco de Asís, situada en la calle Treinta y uno Oeste de Manhattan. El franciscano, de setenta y ocho años, aprobaba ese modo alternativo de administrar el sacramento; es decir, sentándose junto al penitente en la sala de reconciliación en lugar de que este se arrodillara sobre la dura m