Claves ocultas de El símbolo perdido

Fragmento

PRÓLOGO

La «mano de los misterios», por Javier Sierra

Hágase un favor: ni se le ocurra comenzar a leer este libro si antes no ha dado cumplida cuenta de las páginas de la novela a la que está dedicado. Sólo así se asegurará su completo disfrute y comprenderá por qué El símbolo perdido ha ejercido tan profunda fascinación en una mente renacentista, hermética y simbolista como la de Enrique de Vicente. Si me he decidido a prologar por segunda vez uno de sus agudos análisis de la obra de Dan Brown es porque De Vicente ha escrito un ensayo que no busca ser una mera guía de lectura, sino una profunda reflexión acerca del contexto histórico e ideológico sobre el que se sustenta este nuevo fenómeno literario. Un trabajo, por cierto, que nos demuestra que la publicación de esta clase de novelas es el reflejo más visible de un cambio de mentalidad planetario, cada vez más volcado hacia la heterodoxia.

Si usted me ha hecho caso, a estas alturas ya sabrá que, al igual que en las anteriores tramas de Dan Brown, El símbolo perdido arranca con un hallazgo macabro: una mano humana amputada, llena de extravagantes tatuajes, es abandonada bajo la cúpula del Capitolio, en el corazón de Washington D.C. Ni el lugar ni las peculiares características del miembro fueron elegidas al azar. De hecho, en la ficción atrapan toda la atención del profesor de simbología Robert Langdon, que se ve inmerso casi sin querer en otro de los vertiginosos juegos a los que nos tiene acostumbrados. A Langdon —a quien no puedo dejar de ver como un trasunto del mismísimo De Vicente— no le cuesta ni quince segundos reconocer a qué se enfrenta. El criminal que ha cercenado ese miembro lo ha manipulado para que parezca una «mano de los misterios», esto es, un viejo icono hermético usado con propósitos mágicos.

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Ilustración de Manly P. Hall extraída del libro de J. August Knapp The Secret Teachings of All Ages

A partir de detalles así, el autor de este ensayo nos descubre que El símbolo perdido es mucho más que una novela. Porque, como ocurre con otros muchos iconos e ideas engarzadas por Brown, esa mano existe. Es real. Fue representada innumerables veces en grabados y efigies de bronce, y los amantes de la historia del Esoterismo la reconocieron enseguida. Yo mismo oí hablar por primera vez de ella hace más tiempo del que soy capaz de recordar. Fue gracias al trabajo de un gurú norteamericano muy de moda en los cincuenta llamado Manly Palmer Hall, que con sólo veintisiete años publicó el más monumental tratado de simbología del siglo XX: The Secret Teachings of All Ages. Con sus más de seiscientas referencias y doscientas ilustraciones se convirtió en la obra erudita de su tiempo. En sus páginas pasó revista al folclore cabalístico, masónico, rosacruciano y hermético, consiguiendo interesar a importantes showmans, como Sid Grauman —propietario de los míticos Teatro Chino y Teatro Egipcio de Hollywood—, e incluso a estrellas, como Elvis Presley. Su nombre enseguida se sumó a la legión de swamis, guías espirituales y médiums de la época que cautivaron a otros héroes nacionales, como Edgar Mitchell, astronauta de la misión Apolo 14, o Willis Harman, cofundador del Instituto de Ciencias Noéticas. Y sus ideas han terminado por convertirse en uno de los pilares fundamentales de El símbolo perdido.

Hall explicó hace décadas que los símbolos que aparecen sobre esa mano tienen un origen alquímico. Esto es, obedecen al propósito de transmutar el alma humana de su estadio brutal primigenio a otro más sublime. Exactamente la clase de evolución que experimentan los protagonistas de la novela de Brown y la razón por la que, sin duda, el autor de El símbolo perdido decidió colocar una frase extraída de The Secret Teachings of All Ages en la primera página de su novela.

Ojo, pues, a esta clase de detalles.

En la mentalidad de Brown, además, tan importante es lo que aparece descrito explícitamente como lo que apenas se insinúa. Tan decisivos son los claros como los oscuros. Tal vez eso explique la fascinación de Brown por Manly P. Hall, que tuvo una vida intensa, plagada de encuentros con personas notables de su tiempo, y una muerte llena de incógnitas, digna, por cierto, de cualquiera de sus vertiginosos arranques. Sin ir más lejos, pocos saben que el 29 de agosto de 1990, a los ochenta y nueve años, Hall fue encontrado en su mansión hollywoodiense de Los Feliz, cerca del Parque Griffith, tendido sobre la cama de su dormitorio, devorado por miles de hormigas que salían y entraban del interior de su cuerpo. La investigación abierta aquella mañana no logró establecer la causa exacta de su muerte, pero se descubrió que los insectos eran de una variedad argentina inexistente en California y que debieron de apoderarse del cuerpo de Hall en campo abierto, no en el interior de su vivienda. ¿Quién le dio una muerte tan horrible? Y ¿por qué?

Y éste es sólo el menor de los misterios colaterales que trufan el entrelineado de El símbolo perdido y que Enrique de Vicente desgranará con maestría en las páginas que siguen. Casi cada nombre propio, número, escenario, referencia e ilustración de la novela de Brown esconden una anécdota, aventura o lección espiritual por descubrir. Así pues, lo que el lector encontrará aquí va mucho más allá de una mera guía de lectura; es un auténtico tratado simbólico y metahistórico que nos empujará a estudiar nuestras raíces como civilización desde un nuevo punto de vista. Un enfoque que parte de las creencias íntimas de quienes la construyen en silencio desde hace siglos.

Si El símbolo perdido logró cautivarles, el análisis de Enrique de Vicente los envolverá para siempre en la seductora aventura de descubrir que nuestra cultura, ciencia, filosofía y sistema de creencias están sembrados de claves ocultistas ancladas en el «pensamiento mágico». Una nueva forma de comprensión que nos enseña —y no es poca cosa— que en nuestro interior se esconde la fuerza necesaria para transformar el mundo.

El día que todos seamos conscientes de ello, este planeta habrá cambiado definitivamente de rumbo.

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La revolución Dan Brown y el mensaje encontrado: secretos que esconde la trilogía de Robert Langdon

Una vez más, Dan Brown lo ha conseguido.

Antes de su publicación, El símbolo perdido ya se había convertido en el libro para adultos más vendido, gracias a las reservas realizadas tanto a través de internet como por parte de las mayores cade

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