La ciudad que no descansa (Inspector Pendergast 17)

Lincoln Child
Douglas Preston

Fragmento

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Jacob caminaba rápido delante de su hermano pequeño. Llevaba las manos metidas en los bolsillos y su aliento se transformaba en vaho en el gélido aire de diciembre. Su hermano, Ryan, portaba el cartón de huevos que acababan de comprar en la tienda de al lado con el dinero que Jacob había robado del monedero de su madre.

—Primero, porque es un pedazo de capullo —le dijo Jacob a su hermano—. Segundo, porque es un capullo racista. Les gritó a los Nguyen y los llamó chinos de mierda, ¿te acuerdas?

—Sí, pero…

—Tercero, porque se me coló en la caja del supermercado y me puso a parir cuando le dije que no era justo. Te acuerdas de eso, ¿verdad?

—Claro, pero…

—Cuarto, porque pone esas pancartas con mensajes políticos en su jardín. ¿Y te acuerdas de cuando mojó a Foster con una manguera porque pasó por su jardín?

—Sí, pero…

—Pero ¿qué? —Jacob se dio la vuelta en la calle y miró a su hermano.

—¿Y si tiene una pistola?

—¡No va a disparar a dos chavales! De todas formas, para cuando ese viejo chocho se entere de lo que ha pasado, ya hará un buen rato que nos habremos ido.

—Podría ser de la mafia.

—¿De la mafia? ¿Llamándose Bascombe? ¡Sí, claro! Si se apellidase Garguglio o Tartaglia, no haríamos esto. Solo es un vejestorio que necesita que le den una lección. —Miró a Ryan con una repentina suspicacia—. No te me irás a rajar, ¿verdad?

—No, no.

—Bien. Pues vamos.

Jacob se volvió, enfiló la avenida Ochenta y dos y luego giró a la derecha en la calle Ciento veintidós. Entonces redujo el paso, subió a la acera y avanzó tranquilamente, como si hubiese salido a dar un paseo vespertino. En esa calle había sobre todo viviendas unifamiliares y dúplex, edificios típicos del barrio residencial de Queens, y estaba decorada con luces de Navidad.

Redujo más la marcha.

—Fíjate en la casa del viejo —le indicó a su hermano—. Oscura como una tumba. La única que no tiene luces. Menudo amargado. Es como el Grinch.

La casa estaba al fondo de la calle. Las farolas que brillaban a través de los árboles sin hojas proyectaban una telaraña de sombras en el suelo helado.

—Bueno, pasamos como si nada. Tú abres el cartón, tiramos un montón de huevos al coche del viejo, nos largamos por la esquina y no paramos de correr.

—Sabrá que hemos sido nosotros.

—¿Estás de coña? ¿De noche? Además, todos los chicos del barrio lo odian. Y la mayoría de los adultos también. Todo el mundo lo odia.

—¿Y si nos persigue?

—¿Ese carcamal? Tendría un infarto en siete segundos. —A Jacob le dio la risa tonta—. Cuando los huevos se rompan contra el coche, se congelarán enseguida. Seguro que tiene que lavarlo diez veces para quitarlos.

Jacob se acercó a la casa por la acera, avanzando con cautela. Distinguió una luz azul en el ventanal del bungalow de dos plantas; Bascombe estaba viendo la tele.

—¡Viene un coche! —susurró.

Se escondieron detrás de unos arbustos mientras un vehículo doblaba la esquina y se acercaba por la calle, iluminándolo todo al pasar. Cuando se marchó, Jacob notó que le palpitaba el corazón.

—Tal vez no deberíamos… —empezó a decir Ryan.

—Cállate.

Salió de detrás de los arbustos. La calle estaba más iluminada de lo que le habría gustado, no solo por las farolas, sino también por los adornos de Navidad: brillantes Santa Claus, renos y belenes expuestos en los jardines. Al menos, en la casa de Bascombe había un poco más de oscuridad.

Se aproximaron muy despacio, sin salir de las sombras de los coches aparcados en la calle. El vehículo de Bascombe, un Plymouth Fury verde de 1971 que enceraba cada domingo, estaba en la entrada, aparcado lo más lejos posible. A medida que Jacob avanzaba, pudo ver la figura borrosa del anciano sentado en un sillón, delante de una televisión de pantalla gigante.

—Espera. Está ahí al lado. Bájate la gorra. Ponte la capucha. Y la bufanda.

Se ajustaron las prendas de abrigo hasta que estuvieron bien tapados y esperaron en la oscuridad entre el coche y un arbusto grande. Pasaron los segundos.

—Tengo frío —se quejó Ryan.

—Cállate.

Siguieron esperando. Jacob no quería hacerlo mientras el viejo estuviese sentado en el sillón; con solo ponerse de pie y volverse, los vería. Tendrían que esperar a que se levantase.

—Podemos estar aquí toda la noche.

—Que te calles.

Y entonces el vejestorio se levantó. La luz azul iluminó su cara barbuda y su figura escuálida cuando pasó por delante de la televisión y entró en la cocina.

—¡Vamos!

Jacob se acercó corriendo al coche y Ryan lo siguió.

—¡Abre eso!

Ryan abrió el cartón de huevos, y Jacob cogió uno. Su hermano lo imitó, vacilando. Jacob lanzó su huevo, que emitió un grato «plaf» contra el parabrisas, y luego otro y otro. Ryan tiró por fin el suyo. Seis, siete, ocho; vaciaron el cartón contra el parabrisas, el capó, el techo, el lateral… Un par se les cayeron con las prisas.

—¡Pero qué demonios…! —gritó una voz.

Bascombe salió de pronto por la puerta lateral empuñando un bate de béisbol y se lanzó a toda velocidad a por ellos.

A Jacob le dio un vuelco el corazón.

—¡Corre! —gritó.

Ryan soltó el cartón, se volvió, resbaló y cayó sobre el hielo.

—¡Mierda!

Jacob se dio la vuelta, agarró a Ryan por el abrigo y lo levantó, pero para entonces ya tenían casi encima a Bascombe, bate en ristre.

Corrieron como locos por el camino de entrada y salieron a la calle. Bascombe los siguió y, para sorpresa de Jacob, no cayó fulminado ni le dio un infarto. Era sorprendentemente rápido, y al paso que iba podría incluso alcanzarlos. Ryan empezó a lloriquear.

—¡Malditos críos! ¡Os voy a partir la crisma! —chilló Bascombe tras ellos.

Jacob dobló la esquina a toda velocidad, seguido de Ryan. Se metieron en Hillside y dejaron atrás un par de tiendas cerradas y un campo de béisbol. El viejo desgraciado todavía los perseguía con el bate en alto, pero parecía que por fin se estaba quedando sin aliento y se rezagaba. Giraron en otra calle. Más adelante, Jacob distinguió el viejo concesionario de coches de segunda mano, rodeado de una valla metálica, donde iban a construir pisos la próxima primavera. Hacía tiempo unos chicos habían abierto un agujero en la valla. Se lanzó hacia el hueco y se coló por él, seguido aún por Ryan. Bascombe ya estaba muy atrás, aunque seguía amenazándolos a gritos.

Detrás del concesionario había una zona industrial con algunos edificios ruinosos. Jac

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