El asesinato de Harriet Krohn (Inspector Sejer 7)

Karin Fossum

Fragmento

cap

Julie, querida:

¿Lees estas cartas? Espero que sí, pero no exijo nada, me mantengo en un segundo plano. No tengo nada que ofrecerte y entiendo que estés resentida. Te escribo de todas formas, soy tu padre. Escribir se ha convertido en una costumbre valiosa, me tranquiliza. Ya sabes cómo soy, lo que me pasa. Todo dios me persigue porque debo dinero, me siento como un trofeo de caza. Ya no tengo buenos amigos, solo contactos dudosos. ¿Te acuerdas de Bjørnar Lind? Era mi mejor camarada, nos conocemos desde que éramos niños; ahora no me quiere ni ver. Le debo doscientas mil y no sé de dónde las voy a sacar. Tengo miedo de que mande gente a por mí, miedo a lo que puedan hacerme si no pago. En el ambiente corren rumores de que está intentando hacerse con un matón. ¿Sabes lo que le hacen a la gente? Le cortan los dedos con unas tijeras de podar, solo de pensarlo me pongo malo. La vida diaria se me hace difícil. El paro no me alcanza, resulta imposible ponerme al día con las facturas y las deudas.

¡Si todo llegara a su fin! Es culpa mía haber acabado en esta situación, tú no debes preocuparte, solo piensa en ti misma y sé feliz. ¡Sé joven, sana y prometedora! Debes saber que intento arreglar las cosas por mis patéticos medios. Algo de resolución me queda, aunque esté de rodillas; tengo planes. Sueños. Mi cerebro trabaja sin descanso para dar con una solución. Da vueltas, martillea, estalla constantemente. ¿Cuándo fue la última vez que nos vimos? El 27 de mayo, ¿lo recuerdas? Discutimos. Solo intentaba explicarte la obsesión que provoca el juego. La pasión, la dependencia. Cerraste la puerta de un sonoro portazo, y pensé: no volveré a verla nunca más, no me dará más oportunidades. Conduje de vuelta a la calle Blom con la sensación de haber fracasado en todo. ¡Tiene que haber una solución! ¿Será tan solo que no la veo? Miro hacia el futuro hasta que me escuecen los ojos, se me saltan las lágrimas, camino sin descanso por las habitaciones de casa, me muerdo los labios hasta sangrar. A menudo pienso en mamá, pienso en ella con arrepentimiento y melancolía. Todo lo que tuvo que soportar a causa de mi locura. Todo era más fácil antes, ella nos cuidaba y lo arreglaba todo. Era una especie de instancia correctora. No puedo entender que ya no esté. Visito su tumba una vez a la semana, es duro. Con frecuencia solo deseo caer de rodillas y abrirme paso cavando, arrancar la tapa del ataúd y recuperarla. Ayer compré brezo y lo puse delante de su lápida, ya sabes, esa planta llena de flores entre rojas y moradas que lo aguanta todo; recuerda a un arbusto salvaje. Quiero que sepas que la cuido, la arreglo, quito las malas hierbas y riego. A veces busco tu rastro, por si has ido por allí a atenderla un poco. ¿Lo haces? ¿Vas allí a llorar en soledad? Me gusta comprobar que reconocemos que a todos nos llega la muerte. Tal vez uno solo se marchita, como la abuela. En mis peores momentos he pensado en la muerte como solución, ya sabes que tengo ese viejo revólver que me dejó el abuelo. Perdona que te hable con tanta franqueza, tú no eres responsable de mí. No creo que llegue a viejo, estoy tan cansado… Imagina, la abuela ya tiene setenta y nueve años. Pero está inmóvil en una silla y solo está viva en parte. Una especie de sopor en el que no sucede nada. Pero su perfil cincelado es el mismo y la barbilla prominente que tú has heredado. Yo no soy capaz de perderme, adormilarme, cada una de mis células vibra. La sangre se desboca por mi cuerpo, mis dedos tiemblan. Por las noches escucho en la oscuridad, esta vieja casa tiene muchos crujidos, suspiros, no duermo gran cosa. ¿Vienen ya?, pienso, ¿será esta mi última hora? Hoy estuve en la oficina de empleo, pero nadie quiere a un hombre medio viejo. Tampoco tengo buenas referencias, nada que aportar o de lo que presumir. ¡Julie! No me rindo, aunque tenga que recurrir a medidas extremas. Dedico cada hora del día a buscar una solución. Todo gira en torno a un dinero que no tengo. Cosas que no me puedo permitir, proyectos que no puedo terminar, deudas que no puedo pagar. Todo es miedo y vergüenza, terror cada vez que llaman a la puerta, las largas horas hasta conciliar el sueño, el único consuelo que tengo. Mientras no sueñe con la debacle. La vida no puede seguir así, desgasta demasiado mis fuerzas. Siempre este miedo, este corazón desbocado. Mi patético rostro en el espejo, la certeza de que lo estropeé todo. Solo por un fallo. Una debilidad por el juego, las probabilidades y la suerte.

No te pido que me perdones, solo una pizca de comprensión. Estoy en otra senda. El juego ya no me proporciona alegría alguna, creo que sería capaz de pasar por delante de una máquina tragaperras y conservar el dinero en el bolsillo. Mas esas luces brillantes tienen algo, son como una droga. Frente a ellas el tiempo se detiene y estoy completamente vivo. Tomo posesión de la máquina, la dirijo, la reto, me saluda espléndida con luz y música, tira de mí, me tienta. Yo me entrego, me dejo llevar, sueño. Puede que tú me consideres débil, pero esa es solo parte de la verdad. Si supieras lo desesperado que estoy, lo lejos que estoy dispuesto a llegar si tan solo pudiéramos retomar el contacto. No tengo a nadie más que a ti. Me siento arrastrado al límite y no sé dónde acabaré. No hay amigos, ni trabajo, ni hijos. No, hijos sí, porque sigo sosteniéndote, aunque no lo necesites, no lo desees. Tal vez me hayas visto alguna vez, estoy en el Honda a la puerta del colegio, escondido entre los coches del aparcamiento. Te veo salir del edificio con todos tus amigos, bromeando, riéndote, saludable. Contemplo tu hermosísimo cabello rojo como una nube que enmarca tu rostro. ¿Hay lugar para mí en tu vida, por pequeño que sea? Si me rechazas para siempre no sé si seré capaz de soportarlo. Hacerme viejo solo, sin sentirme unido a nadie. De todas las desgracias que pueden acontecerle a una persona, la soledad es la peor. No tener ni siquiera a alguien con quien llorar en este mundo miserable. Tú eres lo único de mi vida de lo que estoy orgulloso. Pero parece que estás muy delgada, Julie. ¿Comes bien? Tienes que abrigarte mejor, estamos en invierno. Mamá te diría lo mismo si te viera con el cuello desnudo. Siempre le hacías caso. ¿Recuerdas los buenos tiempos? Cuando todavía trabajaba en el concesionario de coches. Era un buen vendedor, transmitía confianza, era competente y no olvido el placer enorme de tocar la gran campana después de cada venta. La sensación de tener éxito, de ser parte del mundo. Regresar a casa con tu madre y contigo por la noche, al calor y la luz. Ya no hay luz, mi vida desaparece. Mientras te escribo estás tan cerca… Es como si nos cogiéramos de la mano, no soporto la idea de soltarte. ¡Escúchame! Piensa en mí, ¡déjame sentir que soy parte de tu vida! ¿Estás a gusto en la residencia? ¿Te va bien en el colegio? Sueño con impresionarte, con darte lo que más deseas. No creo en milagros, pero creo que uno puede cambiar su destino, es cuestión de imaginación y voluntad. De resistencia y valor. También creo que cuesta. Tal y como están las cosas ahora, pagaría lo que fuera, no tengo nada que perder. Ante mí solo tengo días oscuros y aterradores.

 

Un hombre camina en la oscuridad.

Es visible unos segundos bajo las farolas, la negrura lo devora y vuelve a aparecer, como si solo existiera en breves destellos. Así se siente, en eso se ha convertido su vida. Revive, desprende luz, para volver a apagarse, viene y va como una fiebre ardiente, vibrante.

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