Índice
Portadilla
Índice
Dedicatoria
Citas
Parte 1
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Parte 2
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Parte 3
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Parte 4
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Parte 5
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Epílogo
Nota final y agradecimientos
Notas
Sobre el autor
Créditos
Para Mariam y Duende
«La vida es una serie de lecciones, y las más importantes vienen al final».
SHERLOCK HOLMES, en «La aventura del Círculo Rojo»
«Si eliminamos lo imposible, lo que queda, por improbable que parezca, tiene que ser la verdad».
SHERLOCK HOLMES, en «El signo de los cuatro»
«¿Ha visto al “demonio”? Si no es así, pague un penique y entre»[1].
LAS VIOLETAS DEL CÍRCULO SHERLOCK
PARTE
1
1
Cuckmere Haven, Sussex (Inglaterra)
24 de agosto de 2009
Sergio Olmos miró por la ventana una vez más. No se cansaba de hacerlo. Le devolvió la mirada una de las ovejas que pastaban con absoluta indiferencia en la pradera que se extendía hasta los acantilados. El animal rumiaba satisfecho, lejos de los pensamientos del hombre que había alquilado aquella casita un mes antes y que no parecía tener otra preocupación que la de leer y escribir. Ocasionalmente, Sergio había emprendido durante aquel mes algún viaje breve a destinos de los cuales sus vecinas, las ovejas, carecían de toda información.
La casa estaba alejada unos kilómetros de Cuckmere Haven. Cuando pensó en instalarse en la zona, Sergio desestimó otras posibilidades hasta que encontró aquella preciosa casita desde cuyas ventanas podía contemplar la campiña. Más allá, se alzaban las imponentes formas de las Siete Hermanas, los acantilados a cuyos pies agonizaban las olas del canal de la Mancha antes de ser enterradas en sudario de espuma.
Nada más verla, alquiló la casa sin titubeos, y pronto la bautizó como El Refugio. La casa disponía de dos dormitorios y un cuarto de estar que no era demasiado grande, pero sí cómodo y suficiente para él. Dos grandes ventanales ofrecían una imagen impagable de los acantilados de tiza. Aquel pequeño salón contaba, además, con una chimenea que lo hacía más acogedor. Sobre la repisa de