Agatha Christie. Los planes del crimen

John Curran

Fragmento

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PREFACIO

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Estación Victoria, marzo de 1931

Si bien ya es una viajera curtida, las vistas, los sonidos e incluso los olores de la gran estación de ferrocarril nunca dejan de entusiasmarla. Aquí comienza su viaje y dedica un momento a saborear la expectación que siempre despiertan en ella las ajetreadas estaciones de tren: pasajeros apresurados y cargados de maletas que caminan a paso vivo por los andenes, maleteros de aspecto imperioso que dan órdenes y gritan a colegas invisibles, los trenes enormes que braman y resoplan sus columnas de humo. Christie camina con aire decidido a lo largo del andén continental y detiene a un maletero. Tan pronto como se acomoda en su asiento, aprovecha la oportunidad para observar, tomándose su tiempo, a sus compañeros de viaje. No puede contenerse y conjetura sobre la vida de estos extraños junto a quienes va a compartir unas horas de cercana proximidad. Esta discreta observación se ha convertido ya casi en un gaje del oficio y, si nadie la interrumpe, todo puede acabar entre las páginas de un libro. Veamos…

Ese hombre de aspecto apolillado que se sienta enfrente… que estudia el horario de los trenes y apunta los detalles según va pasando las páginas podría ser… ¿un oficinista que planea sus vacaciones? ¿Un funcionario que revisa un viaje de negocios? Su equipaje se limita a un maletín más bien pequeño… quizás para sus muestras… demasiado pequeño para enciclopedias… cepillos, quizás, o… lápices o… ¿medias?

Y ese joven tan apuesto al otro lado… leyendo… ¿qué, exactamente? No es un libro… ni una revista… Parecen páginas mecanografiadas, mal encuadernadas, impresas solo por una cara y con un formato muy específico. Lo estudia con suma atención y subraya algunas partes… ¿Un informe financiero? ¿Un manuscrito quizás que está corrigiendo? No… las correcciones son demasiado frecuentes… Ah, lo tengo: se trata de un guion y está subrayando sus diálogos… Es actor, tiene sentido… guapo como un galán de cine.

La mujer mayor y altanera sentada al otro extremo… parece que espera a alguien, como demuestran tanto su actitud exasperada como sus constantes miradas al reloj y los vistazos al andén… ¿Su marido? No… no lleva alianza… Un amigo, tal vez… ¿Un compañero de viaje?

Una abrumada anciana, que forcejea con la correa de un fox terrier y carga con una maleta, un bolso, un paraguas y unas cuantas revistas, se apresura a lo largo del andén. Como respuesta a un gesto autoritario, la mujer se encarama al vagón, debido a lo cual se le caen las revistas. Si quedaba alguna duda acerca de su condición, la recriminación que sigue la disipa por completo.

Sí, sin duda una señorita de compañía… Casi con certeza a sueldo… Nadie aceptaría tales groserías si no lo fuera.

Por fin, con el acompañamiento de los gritos y pitidos finales, el tren se desliza fuera de la estación y los pasajeros se acomodan para el viaje. A medida que Londres empieza a desaparecer los pensamientos de Christie se centran en el reencuentro que la espera al cabo de unos días. Aunque se casó hace medio año, en ese periodo no ha visto a su marido durante casi cuatro meses. Y a pesar del constante intercambio de cartas en ambas direcciones, le preocupa que, cuando al fin se vean de nuevo, haya momentos titubeantes. Sabe que el mejor remedio para la inquietud es el trabajo y aquí, en su asiento, puede trabajar de un modo sencillo y discreto.

Gracias al cielo, no escasea el material; basta con echar un vistazo a este vagón… y quiero apuntar esa idea sobre Ruth Draper… qué actuación más inteligente… completa transformación en apenas segundos… Seguro que se necesita mucha práctica e infinidad de ensayos… lo cual me recuerda…

Mete la mano en el bolso y saca un cuaderno pequeño, de cubierta negra. Lo abre y percibe de pasada que Rosalind ya ha intentado apropiarse del cuaderno mediante el sencillo método de escribir su nombre y su dirección en la guarda: «Rosalind Christie, Ashfield, Torquay, Devon». Otra búsqueda en el bolso da como resultado una pluma estilográfica. Tras quitar la tapa, abre el cuaderno, alisa las páginas y comienza a leer lo que ya ha escrito.

Ideas 1931

Libro

Poirot y un crimen

un círculo cerrado… uno de ellos lo hizo… sabe quién… pero ahora…

¿Podría encajar Por qué no preguntaron a Evans?[1]

Mmm… no recuerdo mucho de este «círculo cerrado»… y «Poirot y un crimen» no es que ayude mucho… Probablemente tenía demasiadas ideas a principios de año. Evans, Evans… eso sí suena familiar pero creo que no me decidí por ninguna idea en concreto… aunque ¿no puse un Evans en Sittaford? Veamos…

Pasa la página y continúa leyendo, fijándose en la cautela del subrayado inicial.

Tentativa

Vieja dama (o señor) que llama a P… en coma cuando P llega.

Últimas palabras… Poirot debe comprenderlas

Evans (criada)

También Evans (jardinero)

y Evans: un panadero o carnicero o comerciante…

Oh, sí, claro… las últimas palabras de un moribundo y no tienen sentido… ni siquiera para mí de momento, lo admito… pero muchísimas posibilidades… infinitas, de hecho. Me podría divertir mucho con esto. ¿Otro caso para la señorita M?… suena a pueblo y M sabe de criadas y jardineros y comerciantes. Aunque no he sacado a Poirot desde… veamos… el tren azul, creo… y de eso hace por lo menos tres años. Sí, ese fue su último caso… por supuesto Peligro arreglará eso el próximo… ¿qué me dijo Edmund?… el próximo febrero, creo… De todos modos, ¿no puse ya un carnicero cubierto de sangre en uno de los episodios de Los cuatro grandes?… y un peluquero parece una posibilidad remota… un jardinero, quizás. Pero ¿daría para un libro o debería ser tan solo un elemento más de la trama?… o quizás un cuento… aunque sería un título estupendo: ¿Por qué no preguntaron a Evans?

Abandona a Evans por el momento, alza la vista y observa distraída el paisaje. Fuera la nieve aún cubre muchos de los prados, un recordatorio fugaz de la todavía inédita El misterio de Sittaford. Vuelve a su cuaderno y pasa la página.

Sí, aquí está… Sabía que lo había apuntado en algún lugar… este sí lo recuerdo…

Idea para un libro

Crimen sin motivo alguno

porque el muerto y el asesino

no se conocen…

Razón: un ensayo

Seguro que es original de veras pero debo tratarlo con esmero. Dejémoslo por el mom

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