Mareas de sangre (Detective William Monk 24)

Anne Perry

Fragmento

Lista de personajes

Lista de personajes

William Monk – Comandante de la Policía Fluvial del Támesis.

Hester Monk – Su mujer, enfermera en la clínica de Portpool Lane.

Sargento John Hooper – La mano derecha de Monk.

Will – Anteriormente conocido como Scuff, el hijo adoptivo de Monk, aprendiz de Crow.

Sir Oliver Rathbone – Abogado y viejo amigo de los Monk.

Harry Exeter – Un rico promotor inmobiliario.

Kate Exeter – Su segunda mujer, mucho más joven que él.

Bathurst – Un joven agente de la Policía Fluvial.

Laker – Un joven agente de la Policía Fluvial.

Marbury – Un agente de la Policía Fluvial.

Walcott – Un agente de la Policía Fluvial.

Celia Darwin – La prima de Kate.

Mary – La criada de Celia.

Maurice Latham – Abogado, primo de Kate y de Celia.

Beata Rathbone – La segunda mujer de sir Oliver.

Crow – Un médico que atiende a los pobres.

Clacton – Un agente de la Policía Fluvial.

Albert Lister – Un delincuente.

Jimmy Patch – Uno de los informadores de Hooper.

Roger Doyle – Director del Nicholson’s Bank.

Bella Franken – Contable del Nicholson’s Bank.

Mayor Carlton – Exmilitar amigo de Hester.

Betsy – Una camarera.

Superintendente Runcorn – El anterior superior de Monk, ahora a cargo de la policía de Greenwich.

Reilly – El antiguo jefe de Marbury en la Policía Metropolitana.

Fisk – Un agente de la comisaría de Runcorn.

Peter Ravenswood – Un fiscal.

Capítulo 1

1

Monk estaba sentado junto al fuego y empezaba a notar el calor. Fuera reinaba esa especie de silencio pesado que aparece únicamente con la niebla. El río estaba cubierto por su espeso manto y en esa época del año anochecía pronto. Y Monk era extrañamente consciente de que se sentía feliz. Esa profunda sensación de paz no era algo casual. Miró a Hester, que estaba sentada en la butaca que tenía enfrente, y se dio cuenta de que estaba sonriendo.

No registró el primer golpe en la puerta. Solo se dio cuenta de lo que había sido ese ruido cuando Hester fue a levantarse. Él se apresuró a hacerlo primero.

—No, ya voy yo.

A regañadientes fue hasta el vestíbulo y abrió la puerta principal.

Sir Oliver Rathbone estaba en la entrada y la luz del porche arrancaba destellos a las gotitas producidas por la niebla que cubrían su sombrero gris y los hombros de su abrigo. Su cara delgada no lucía su habitual expresión de ingenio.

No hacía viento, pero en ese momento le dio la sensación a Monk de que su llegada venía acompañada de una ráfaga heladora.

—Pasa —invitó Monk, apartándose para que pudiera entrar.

Rathbone obedeció y cerró la puerta. Se estremeció, como si acabara de darse cuenta del frío que tenía. Se quitó el sombrero y el abrigo, los colgó en el perchero de la entrada y guardó los guantes en los bolsillos.

—Tiene que ser muy malo para que hayas venido hasta aquí —comentó Monk.

Se conocían desde hacía años; de hecho quince años, los que habían pasado desde el final de la guerra de Crimea, en 1856. No había necesidad de andarse con las habituales sutilezas sociales.

—Lo es —contestó Rathbone.

Él trabajaba y vivía en la orilla norte del Támesis, así que para haberle hecho cruzar el río para ir a ver a Monk a su casa tenía que tratarse de algo que no podía esperar, ni siquiera hasta la mañana siguiente.

Monk lo acompañó al salón y le abrió la puerta para que entrara en la cálida estancia.

—Lo siento —se disculpó Rathbone al ver a Hester.

También ellos se conocían bien y desde hacía mucho. Rathbone y Hester coincidieron por primera vez cuando ella era enfermera, recién llegada desde Crimea, y todavía creía que podría cambiar la forma en que se hacían los tratamientos médicos, además de la actitud hacia las enfermeras y las mujeres en general en el mundo de la medicina. Parecía que había transcurrido mucho tiempo. Y, aunque realmente habían pasado los años, la lucha por esa causa no había hecho más que empezar.

—Estarás helado —dijo ella, comprensiva—. ¿Quieres un té? —Después lo pensó mejor y ofreció—: ¿Un whisky?

Rathbone sonrió muy levemente.

—No, gracias. Necesito tener la cabeza despejada. —Miró a Monk—. Sé que estoy molestando, pero no podía esperar... —Y se sentó en una de las butacas que había junto al fuego.

Hester no dijo nada más, solo se dispuso a escuchar con atención.

Monk simplemente asintió y se sentó enfrente de Rathbone.

—Hace un par de horas vino a verme un hombre extremadamente angustiado. —La expresión de Rathbone reflejó que él entendía bien cómo se sentía—. Han secuestrado a su mujer. Su vida corre peligro si no paga un rescate, que es una verdadera fortuna. Es un hombre rico y ha conseguido reunir el dinero...

—¿Cuándo la secuestraron? —interrumpió Monk.

—Sé lo que estás pensando —dijo Rathbone con una sonrisa amarga—. ¿Cómo ha podido reunir el dinero tan rápido? A no ser que lo tuviera en una caja fuerte en alguna parte, no sería posible. La secuestraron ayer que, como seguro recordarás, fue un día muy agradable para esta época del año. Le han dado de plazo hasta mañana, más o menos a esta hora. El intercambio debe tener lugar en...

—¿Y por qué demonios no lo denunció inmediatamente? —volvió a interrumpirlo Monk.

—Tiene intención de pagar. Lo que quiere de nosotros es que...

—¿Nosotros? —intervino Monk de nuevo—. Si quiere que intervenga la policía, debería haber ido a la policía local de Londres. Y debería haberlo hecho ayer, por todos los santos, cuando el rastro aún estaba reciente.

Rathbone negó con la cabeza.

—No quiere a la policía para que lo investigue. De todas formas la secuestraron en la orilla del río, lo que significa que es tu jurisdicción. Y tiene que pagar el rescate en Jacob’s Island, que...

—Lo conozco.

Aunque habían pasado varios años desde aquel funesto caso, Monk aún se estremecía involuntariamente por las imágen

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