Un asesinato brillante (Susan Ryeland 1)

Anthony Horowitz

Fragmento

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Crouch End, Londres

Una botella de vino. Una bolsa de tamaño familiar de nachos con queso y un frasco de salsa picante. Un paquete de cigarrillos a un lado (lo sé, lo sé). La lluvia martilleando los cristales de las ventanas. Y un libro.

¿Qué habría podido resultar más agradable?

Sangre de urraca era el número nueve de la apreciada serie superventas de Atticus Pünd. Cuando abrí mi ejemplar por primera vez esa lluviosa noche de agosto, solo era un manuscrito, y mi tarea sería editarlo para su publicación. Pero antes pensaba disfrutarlo. Recuerdo que al volver a casa me fui derecha a la cocina, saqué algunas cosas de la nevera y lo puse todo en una bandeja. Me quité la ropa y la dejé en el punto exacto en que cayó. De todas formas, el piso entero era un basurero. Me duché, me sequé y me puse una enorme camiseta del ratón Maisy que alguien me había regalado en la Feria del Libro Infantil de Bolonia. Era demasiado pronto para acostarme, pero iba a leer el manuscrito tumbada en la cama sin hacer, con las sábanas aún arrugadas. No siempre vivo así, pero mi novio llevaba fuera seis semanas y, mientras estaba sola, me dedicaba a incumplir las normas deliberadamente. El desorden resulta muy reconfortante, sobre todo cuando no hay nadie que pueda quejarse.

La verdad es que detesto esa palabra. «Novio». Sobre todo cuando se utiliza para describir a un hombre de cincuenta y dos años que se ha divorciado dos veces. El problema es que nuestro idioma no ofrece gran cosa en cuestión de alternativas. Andreas no era mi pareja. No nos veíamos tanto como para eso. ¿Mi amante? ¿Mi media naranja? Ambas expresiones me daban grima por distintas razones. Andreas era de Creta. Daba clases de griego clásico en la Westminster School y tenía alquilado un piso en Maida Vale, no muy lejos del mío. Habíamos hablado de vivir juntos, pero nos daba miedo que la convivencia matase la relación; por eso, aunque yo tenía un armario lleno de ropa suya, en muchas ocasiones no lo tenía a él. Esta era una de ellas. Andreas se había ido a su país durante las vacaciones escolares para estar con su familia: sus padres, su abuela viuda, sus dos hijos adolescentes y el hermano de su exmujer vivían en la misma casa, en uno de esos complicados arreglos que tanto parece gustarles a los griegos. No regresaría hasta el martes, la víspera del día en que se reanudaban las clases, y no nos veríamos hasta el fin de semana siguiente.

Así que allí estaba, sola en mi piso de Crouch End, que se extendía por el sótano y la planta baja de una casa victoriana en Clifton Road, a un cuarto de hora a pie de la estación de metro de Highgate. Seguramente era lo único sensato que había comprado en mi vida. Me gustaba vivir allí. La vivienda era tranquila y cómoda, y contaba con un jardín compartido con un coreógrafo que vivía en la primera planta y que casi nunca estaba en casa. Tenía demasiados libros, claro. Cada centímetro de estante estaba ocupado. Había libros encima de libros. Los propios estantes se combaban bajo el peso. Había convertido el segundo dormitorio en un estudio, aunque trataba de no trabajar en casa. Andreas lo usaba más que yo... cuando andaba por allí.

Abrí el vino. Desenrosqué el tapón de la salsa. Encendí un cigarrillo. Empecé a leer el libro tal como vas a hacer tú. Sin embargo, antes tengo que avisarte.

Este libro cambió mi vida.

Puede que hayas leído esa frase antes. Me avergüenza decir que la puse en la tapa de la primera novela que encargué, un thriller muy normalito ambientado en la Segunda Guerra Mundial. Ni siquiera recuerdo quién la dijo, pero la única forma de que aquel libro cambiase la vida de alguien era que se le cayese encima. ¿Alguna vez es cierta? Aún recuerdo cuando leí a las hermanas Brontë siendo pequeña y me enamoré de su mundo: el melodrama, los paisajes agrestes, el romanticismo oscuro... Podría decirse que Jane Eyre me encaminó hacia mi carrera profesional en el mundo editorial, lo cual no deja de ser un poco irónico en vista de lo que acabó ocurriendo. Hay muchos libros que me han conmovido profundamente: Nunca me abandones, de Ishiguro, Expiación, de McEwan. Me han contado que muchos niños ingresaron de pronto en internados de resultas del fenómeno Harry Potter, y, a lo largo de la historia, ha habido libros que han ejercido un profundo efecto en nuestra actitud. El amante de lady Chatterley resulta un ejemplo obvio; 1984, otro. Pero no estoy segura de que en realidad importe qué es lo que leemos. Nuestra vida continúa avanzando por la línea recta que se nos ha dispuesto. La ficción solo nos ofrece un atisbo de la alternativa. Puede que esa sea una de las razones por las que nos gusta.

Sin embargo, Sangre de urraca lo cambió realmente todo para mí. Ya no vivo en Crouch End. Ya no trabajo en lo mismo. Me las he arreglado para perder muchas amistades. Esa noche, mientras alargaba el brazo y volvía la primera página del manuscrito, no tenía la menor idea del viaje que me disponía a iniciar y, la verdad, ojalá nunca me hubiera permitido a mí misma subir a bordo. Todo fue culpa de ese cabrón de Alan Conway. El día que lo conocí no me cayó nada bien, aunque lo raro es que sus libros siempre me habían encantado. Para mí, no hay nada mejor que una buena novela de suspense: las vicisitudes del argumento, los indicios, las pistas falsas, y, al final, la satisfacción de que te lo expliquen todo y te entren ganas de darte de bofetadas porque no lo viste desde el principio.

Eso era lo que esperaba cuando empecé. Pero Sangre de urraca no era así. No era así para nada.

Espero no tener que decir nada más. A diferencia de mí, estás avisado.

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SANGRE DE URRACA

Un misterio de Atticus Pünd

Alan Conway

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Sobre el autor

Alan Conway nació en Ipswich. Estudió primero en la Woodbridge School y después en la Universidad de Leeds, donde se licenció con la nota más alta en Literatura Inglesa. Más tarde, se matriculó en la Universidad de East Anglia para estudiar Escritura Creativa. Pasó los seis años siguientes ejerciendo como profesor antes de lograr su primer éxito con Atticus Pünd investiga en 1995. El libro estuvo veintiocho semanas en la lista de superventas del Sunday Times y ganó el premio Gold Dagger concedido por la Crime Writers’ Association a la mejor novela negra del año. Desde entonces, la serie Atticus Pünd ha vendido dieciocho millones de libros en todo el mundo y se ha traducido a treinta y cinco idiomas. En 2012, Alan Conway recibió la Orden del Imperio Británico por sus servicios a la literatura. Tiene un hijo de un matrimonio anterior y vive en Framlingham, Suffolk.

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