La arquitectura del mal

José Manuel Vega

Fragmento

1. El premio y la mujer atada

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El premio y la mujer atada

—Y el Premio a Mejor Ejecutivo del Año es para…

El presentador hizo una mínima pausa para añadir dramatismo al momento, consciente de que varios miles de ojos estaban clavados en su persona. Miró a la bella mujer que lo acompañaba en el escenario enfundada en un impresionante traje de noche y sonrió. Con aire altivo, como si el premio fuese para él, bajó la mirada hacia la tarjeta y resolvió el misterio con una parsimoniosa inclinación hacia el micrófono:

—… Carlos Mir, director financiero de TelCom.

El auditorio estalló en aplausos y el aludido se llevó las manos a la cabeza para expresar su sorpresa. Aquella noche se habían entregado los premios más relevantes del ámbito empresarial y el evento culminaba con su galardón, el máximo reconocimiento posible para un directivo. Se volvió hacia su derecha y dio un abrazo efusivo a Fausto Corrales, presidente y principal responsable ejecutivo de TelCom, que había tenido a bien acompañarlo en un día tan importante, y hacia su izquierda para abrazar y besar a Cristina Miller, su asistente personal. Se puso en pie y saludó con la mano a la audiencia mientras se dirigía con paso ligero al escenario con el sabor del éxito en los labios.

Cristina lo miraba embobada mientras aplaudía. Llevaba trabajando como secretaria y asistente personal de Carlos desde hacía cuatro años. En todo este tiempo había aprendido mucho de él. Tenía una capacidad de trabajo asombrosa. En lo profesional lo admiraba profundamente, y en lo personal, a pesar de la gran diferencia de edad, no podía disimular una atracción que rozaba lo animal. Su educación conservadora y su timidez le impedían hacer cualquier tipo de insinuación. De hecho, Carlos nunca había notado nada que lo hiciera sospechar de la íntima admiración que su asistente le profesaba.

Fausto aplaudía satisfecho. Carlos era uno de sus directivos más resueltos, un ganador. Siempre lo sorprendía con soluciones ingeniosas a los problemas más enrevesados. Su habilidad para los negocios era excepcional, al igual que su ambición.

Carlos subió al escenario y el presentador le entregó el premio, una especie de torre alta coronada por una rueda dentada. Como objeto era muy pesado y de diseño cuestionable, pero como galardón lo colocaba entre la élite de los ejecutivos españoles. Se abrazaron e intercambiaron unas palabras fuera de micro que nadie pudo oír. Se dirigió al atril con el envidiado premio y se dispuso a pronunciar su discurso.

—Hoy es un día muy especial. Este premio que me concedéis es la recompensa a muchos años de trabajo. Pero los éxitos que he conseguido no son solo mérito mío, sino que han sido posibles gracias al esfuerzo de los excelentes profesionales que me han acompañado.

Hizo una pequeña pausa. Su cara mostraba emoción contenida. Continuó:

—Así que le estoy muy agradecido al jurado por considerar que soy merecedor de este premio, pero sobre todo quiero dar las gracias a mis compañeros de TelCom, y en especial al presidente Fausto Corrales. —Carlos alzó la mirada y señaló a su jefe—. Siempre ha confiado en mí y su apoyo ha sido incondicional. Presidente, gracias de corazón. Este éxito es nuestro.

El auditorio se puso en pie y aplaudió al triunfador de la noche. Carlos volvió a abrazar a los presentadores y salió del escenario por una puerta lateral que comunicaba, a través de un largo pasillo, con una de las salas VIP habilitadas para los galardonados. Recorrió el pasillo orgulloso y satisfecho mientras sujetaba el premio con firmeza, el premio que lo colocaba en una situación inmejorable para las decisiones que se debían tomar en los próximos días.

Cristina y Fausto se levantaron con discreción mientras el público aplaudía. Por el pasillo central llegaron a la zona más cercana al escenario y, tras pedir indicaciones a una de las personas de la organización, se dirigieron a la sala VIP, donde Carlos saludaba a otros ejecutivos premiados esa noche. De fondo se oía la megafonía, el presentador daba paso a un número musical. Carlos los vio entrar y se dirigió hacia ellos.

—Carlos, estoy muy orgulloso de lo que has conseguido —le dijo Fausto—. Este premio también será muy bueno para la imagen de TelCom. ¡Enhorabuena!

Mientras Fausto y Carlos desviaban la conversación hacia anécdotas de tiempos pasados, Cristina les sonreía, apuntaba algunos comentarios y poco a poco se sumergía en sus pensamientos, en los que fantaseaba con la posibilidad de que pudieran quedarse solos, cenar juntos y celebrar aquel éxito bailando o tomando algo en esos pubes de moda llenos de celebrities y gente guapa.

Carlos era muy celoso de su intimidad. Después de tantos años trabajando juntos, Cristina apenas conocía detalles sobre lo que hacía fuera de la oficina. Sabía que estaba soltero. Si tuviera alguna novia, la habría detectado en algún momento al recibir sus llamadas. Pero nunca había tenido mensajes de mujeres que no fueran ejecutivas de alguna empresa colaboradora. Tampoco sabía nada sobre sus aficiones, aunque resultaba obvio que Carlos hacía deporte. Su pecho y sus brazos eran fornidos y, a sus cuarenta y cinco años, era un hombre con un gran atractivo para una mujer como ella, diez años más joven. Sabía que jugaba al pádel con algunos clientes porque ella misma reservaba la pista, pero cuando le preguntaba al día siguiente si había ganado, él contestaba con evasivas y la misma discreción de la que siempre hacía gala. Con ella, Carlos se mostraba educado y comedido, pero con los directores y el resto de su equipo era duro e intenso. A veces, incluso despiadado y cruel.

Después de saludar a otros ejecutivos, Fausto volvió para despedirse de Carlos y Cristina. En ese instante, la fantasía de esta alcanzó el clímax. ¿Sería el momento de quedarse solos?

—Yo también me marcho. Es tarde y quiero descansar. Cris, ¿quieres que te acompañe a coger un taxi? —preguntó Carlos.

Cristina mantuvo una prudente sonrisa.

—No te preocupes. El evento aún no ha acabado y habrá un montón de taxis en la puerta. No quiero hacerte perder tiempo —zanjó ella, sin poder evitar cierta desilusión en su voz.

Carlos y Fausto se dirigieron hacia el aparcamiento a recoger sus coches. Cristina, a la entrada del auditorio a buscar un taxi.

Fausto arrancó su Mercedes pensativo. Estaba hecho un lío. Tras casi veinte años al frente, había conseguido convertir TelCom en una de las empresas de telecomunicaciones más importantes de Europa y una de las principales del IBEX. Pero a sus setenta y un años, creía que había llegado el momento de pasar el testigo. El negocio de TelCom debía transformarse para abordar los retos de los próximos quince o veinte años, y él no se consideraba la persona adecuada para dirigir este cambio. Debía tomar una decisión.

Tenía claro que Carlos era un serio candidato a sucederlo. El galardón de aquella noche inclinaba la balanza a su f

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