PERSONAJES
Quentin Hay |
Periodista, sobrino de Walter Scott |
Mary Hay |
Su esposa |
James Ballantyne |
Editor, amigo de sir Walter |
Lady Charlotte |
Esposa de sir Walter |
Brighid |
Una polizón |
Duque de Albany |
Un hombre con un pasado oscuro |
Carlota, duquesa de Albany |
Su hija |
Winston McCauley |
Médico de Boston |
Milton Chamberlain |
Abogado de Londres |
Cranston McCabe |
Capitán del Fairy Fay |
Jeffrey Pine |
Primer oficial del Fairy Fay |
Sean O’Leary |
Contramaestre del Fairy Fay |
Andrew Frowley |
Oficial de la comandancia del puerto de Leith |
Desmond Filby |
Notario de Edimburgo |
Horatio Bloomfield |
Redactor jefe del Edinburgh Weekly Journal |
Mortimer Kerr |
Administrador de Abbotsford |
Trevor |
Cochero |
John Slocombe |
Sheriff de Kelso |
Malcolm Graham |
Joven de Kelso |
Red Molly |
Una alcahueta |
Natty |
Una prostituta |
Capitán Fulton |
Capitán del regimiento de caballería de los Grey Dragoons |
Jacques Ferrand |
Capitán del Espérance |
Tristan Luriel |
Su primer oficial |
Serena |
Una criada |
Ginesepina |
La cocinera |
Manus |
Un criado muy solícito |
y |
|
Sir Walter Scott |
Empresario, abogado y novelista |
PRÓLOGO
Escocia, costa este
Diciembre de 1745
—Sacré brouillard.
Inquieto, el capitán Jacques Ferrand movía los pies sin parar mientras se ceñía la capa a los hombros y los tablones crujían bajo sus botas. Tenía la sensación de que el frío y la niebla no solo le atravesaban la ropa, sino también la piel, y se le metían en los huesos doloridos.
¡No soportaba el Norte!
Empezó a divagar y huyó en pensamientos del frío monótono de la noche hacia la cálida luz del Luberón, el valle donde nació y donde pasó la infancia y parte de la juventud antes de seguir la llamada de la aventura y enrolarse en la Marina Real. En noches como esas habría dado cualquier cosa por volver a su hogar, a la pequeña casa en la que lo esperaban su mujer y sus cuatro hijos, y sentarse en el jardín, oler el aroma de los campos de lavanda cercanos y contemplar las rocas de tonos ocres que, cuando se ponía el sol...
—Mon capitaine!
El teniente Luriel, su primer oficial, se le acercó. El joven parecía tenso, casi preocupado.
Ferrand asintió con un movimiento de cabeza. Era la hora.
Hizo un gesto con la mano para indicarle que ordenara arriar la bandera. Camuflar el barco de ese modo y acercarse a la costa como un ladrón en una noche oscura, sin emblemas nacionales y con todas las luces apagadas, iba en contra de sus principios. Pero la misión lo exigía: la carga que el Espérance llevaba a bordo lo requería.
Levantó la vista hacia el palo mayor, que se perdía en la oscuridad y la niebla, y vio las siluetas de dos marineros arriando, y luego plegando, el estandarte con las flores de lis. Había que impedir que alguien se percatara de que la nave que se acercaba a la costa era un buque francés. Les habían ordenado que, para completar el camuflaje, él y la tripulación se quitaran el uniforme y se vistieran de marinos mercantes, otro truco que no era del agrado del capitán. A lo largo de su dilatada carrera como oficial de la Marina se había enfrentado a incontables tempestades y había luchado en muchos combates, pero ese proceder clandestino le repugnaba casi tanto como la niebla y el frío.
Como si quisieran burlarse de ellos, del cielo nocturno empezaron a caer copos de nieve que se posaban sin hacer ruido en la cubierta. Ferrand soltó una maldición y, casi en el mismo tiempo, vio que las nubes y la niebla se desgarraban un instante y permitían divisar una franja negra irregular que se extendía por el horizonte cercano.
La costa escocesa.
Dio la orden en voz baja de empañicar las velas. Después le pidió un fanal al segundo de a bordo. Lo encendió, se acercó a la borda y, tapándolo con el pliegue de la capa a intervalos muy seguidos, envió señales luminosas hacia la costa, tal como le habían indicado.
El capitán notó que se le aceleraba el pulso mientras enviaba señales en la oscuridad, no solo porqu