Cámara de gas

John Grisham

Fragmento

1

La decisión de colocar una bomba en el despacho del judío radical se tomó con bastante facilidad. Solo tres personas participaron en el proceso. El primero era el hombre del dinero. El segundo era un operador local que conocía el terreno. Y el tercero un joven patriota fanático, experto en explosivos y con una habilidad extraordinaria para desaparecer sin dejar rastro. Después de la explosión abandonó el país y se ocultó durante seis años en Irlanda del Norte.

Su nombre era Marvin Kramer, judío de Mississippi de cuarta generación, cuyos predecesores habían prosperado como comerciantes en el delta. Vivía en una casa de antes de la guerra civil situada en Greenville, una agradable y pequeña ciudad junto al río, con una sólida comunidad y una historia de escasos conflictos raciales. Ejercía como abogado porque le aburría el comercio. Al igual que la mayoría de los judíos de ascendencia alemana, su familia se había adaptado maravillosamente a la cultura sureña y se consideraban a sí mismos típicos meridionales, con la única diferencia de que practicaban otra religión. Raramente afloraba el antisemitismo. En general, estaban integrados en el resto de la sociedad establecida y se ocupaban de sus asuntos.

Marvin era diferente. Su padre le mandó al norte, a Brandeis, a finales de los años cincuenta. Pasó allí cuatro años, se guidos de otros tres en la Facultad de Derecho de Columbia, y cuando en mil novecientos sesenta y cuatro regresó a Greenville, Mississippi se había convertido en el centro del movimiento de defensa de los derechos civiles. Marvin se sumergió en el mismo. Después de menos de un mes de abrir su pequeño bufete, le detuvieron junto con dos de sus compañeros de estudios de Brandeis por intentar registrar a electores negros. Su padre estaba furioso. Su familia estaba avergonzada, pero a Marvin le importaba un comino. Recibió su primera amenaza de muerte a los veinticinco años y empezó a circular armado. Le compró una pistola a su esposa, una chica de Memphis, y le ordenó a su sirvienta negra que llevara un revólver en el bolso. Los Kramer tenían dos hijos gemelos de dos años.

En la primera denuncia que en mil novecientos sesenta y cinco presentó el bufete de Marvin B. Kramer y compañía (la compañía era todavía inexistente), se alegaban multitud de irregularidades electorales discriminatorias por parte de los funcionarios locales. La denuncia se divulgó en titulares por todo el estado y la fotografía de Marvin apareció en los periódicos. Su nombre se incluyó también en la lista del Klan, en la de los judíos a los que había que atosigar. Se trataba de un abogado judío radical, barbudo y sentimentaloide, educado por judíos en el norte, que ahora confraternizaba con los negros y los defendía en el delta del Mississippi. Era intolerable.

Luego empezaron a circular rumores de que el abogado Kramer utilizaba su propio dinero para pagar la fianza de libertarios y obreros que luchaban por los derechos civiles. Presentó denuncias contra instituciones reservadas a los blancos, financió la reconstrucción de una iglesia negra, destruida por una bomba del Klan, e incluso se le había visto recibiendo a negros en su casa. Pronunciaba discursos ante grupos judíos del norte, a los que instigaba a intervenir en la lucha y escribía cartas a los periódicos, pocas de las cuales se publicaban. El abogado Kramer avanzaba con valentía hacia su perdición.

La presencia de un vigilante nocturno, que patrullaba dis cretamente entre los parterres, evitaba un ataque contra la residencia de los Kramer. Hacía dos años que Marvin había contratado al vigilante. Era un ex policía, armado hasta los dientes, y los Kramer se aseguraron de que todo el mundo en Greenville supiera que les protegía un experto. Por supuesto, el Klan sabía lo del vigilante y que no debía meterse con él, por lo que se decidió colocar una bomba en el despacho de Marvin Kramer en lugar de hacerlo en su casa.

La organización de la operación en sí ocupó muy poco tiempo, debido principalmente al reducido número de personas involucradas en la misma. El hombre del dinero, un fanático y ostentoso profeta sureño llamado Jeremiah Dogan, ocupaba en aquel momento el cargo de brujo imperial del Klan en Mississippi. Su predecesor estaba en la cárcel y Jerry Dogan se lo pasaba de maravilla organizando las explosiones. No tenía un pelo de estúpido. En realidad, el FBI reconoció más adelante que Dogan era eficaz como terrorista porque delegaba el trabajo sucio a pequeños grupos autónomos, asesinos que actuaban con completa independencia los unos de los otros. El FBI había adquirido mucha experiencia en la infiltración de chivatos en el Klan y Dogan no confiaba en nadie, a excepción de sus parientes y un puñado de cómplices. Era propietario del mayor negocio de coches usados de Meridian, Mississippi, y había ganado mucho dinero en numerosos negocios turbios. A veces predicaba en iglesias rurales anabaptistas.

El segundo miembro del equipo era un miembro del Klan llamado Sam Cayhall, de Clanton, Mississippi, en el condado de Ford, a tres horas al norte de Meridian y una hora al sur de Memphis. Cayhall era conocido del FBI, pero no su vínculo con Dogan. El FBI le consideraba inofensivo, porque vivía en una zona del estado con escasa actividad por parte del Klan. Últimamente se habían quemado algunas cruces en el condado de Ford, pero no había habido bombas ni asesinatos. El FBI sabía que el padre de Cayhall había sido miembro del Klan, pero en general la familia parecía bastante pasiva. El re clutamiento de Sam Cayhall por parte de Dogan fue una movida brillante.

La colocación de la bomba en el despacho de Kramer empezó con una llamada telefónica, el diecisiete de abril de mil novecientos sesenta y siete. Con buenas razones para sospechar que sus teléfonos estaban intervenidos, Jeremiah Dogan esperó hasta la medianoche y cogió el coche para dirigirse a una cabina telefónica en una gasolinera al sur de Meridian. También sospechaba, con razón, que le seguía el FBI. Le observaron, pero sin tener ni idea del destino de su llamada.

Sam Cayhall le escuchó en silencio al otro extremo de la línea, hizo un par de preguntas y colgó. Luego volvió a acostarse, sin decirle una palabra a su esposa. Era lo suficientemente sensata para no preguntar. Al día siguiente, salió de casa por la mañana temprano y se dirigió en coche hasta Clanton. Desayunó como de costumbre en The Coffee Shop y, a continuación, hizo una llamada desde un teléfono público situado en el interior del juzgado del condado de Ford.

Tres días más tarde, el veinte de abril, Cayhall abandonó Clanton a la hora del crepúsculo y condujo durante dos horas hasta Cleveland, Mississippi, una ciudad universitaria del delta a una hora de Greenville. Esperó cuarenta minutos en el aparcamiento de un ajetreado centro comercial, pero no vio ni rastro del Pontiac verde. Comió pollo frito en un restaurante barato y luego condujo hasta Greenville, con el fin de observar el bufete de Marvin B. Kramer y compañía. Dos semanas antes, Cayhall había pasado un día en Greenville y conocía bastante bien la ciudad. Encontró el despacho de Kramer, a continuación pasó frente a su soberbia residencia y luego volvió a la sinagoga. Dogan había dicho que la sinagoga podría ser su próximo objetivo, pero antes debían ocuparse del abogado judío. A las once Cayhall había regresado a Cleveland y el Pontiac verde no estaba aparcado en el centro comercial sino en un estacionamiento reservado a camiones en la autopista sesenta y uno. Encontró la llave del contacto bajo la  alfombra del conductor y fue a dar un paseo en coche por los fértiles campos del delta. Se detuvo en un camino secundario y abrió el maletero. En una caja de car

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