Perros de caza (Cuarteto Wisting 2)

Jorn Lier Horst

Fragmento

Capítulo 1

1

Intensas ráfagas de lluvia golpeaban el cristal. El agua corría por las ventanas y por el canalón y salpicaba las mesas de la acera. Las ramas desnudas de los álamos, impulsadas por fuertes rachas de viento, raspaban las paredes. William Wisting estaba sentado junto una ventana y miraba hacia el exterior. La hojarasca empapada del otoño se levantaba de la acera y giraba en el aire.

Bajo la lluvia había un camión de mudanzas. Una pareja joven corrió hacia él con unas grandes cajas de cartón y se apresuró a regresar al portal.

A Wisting le gustaba la lluvia. No sabía muy bien por qué, pero de algún modo parecía amortiguarlo todo. Notaba que se le relajaban los hombros y que el pulso le latía un poco más lento. Suaves notas de jazz se mezclaban con el rumor del chaparrón. Wisting se giró hacia la barra. Las llamas de las numerosas velas arrojaban sombras oscilantes sobre las paredes. Suzanne le sonrió, alargó la mano hacia la estantería de la pared y bajó un poco el volumen de la música. No estaban completamente solos en el local rectangular. Al final del mostrador había tres jóvenes sentados alrededor de una mesa. El café, de ambiente sofisticado e íntimo, se había convertido en el lugar de encuentro de los estudiantes de la recién creada sección de la Escuela Superior de Policía.

Se volvió de nuevo hacia la ventana. LA PAZ DORADA, anunciaba un arco de letras translúcidas invertidas. GALERÍA Y BAR CAFÉ.

Wisting no sabía desde cuándo había soñado Suzanne con tener un bar como ese. Una noche de invierno ella había dejado a un lado el libro que estaba leyendo y le había contado la historia del encargado del ferry de Hudson River. Durante toda su vida había navegado entre Nueva York y Jersey, ida y vuelta, y vuelta a empezar. Día tras día, año tras año. Un día tomó su gran decisión. Hizo girar el barco y puso rumbo mar adentro a toda velocidad, hacia el océano con el que había soñado toda su vida. Al día siguiente, Suzanne compró el local de la cafetería.

Le preguntó a Wisting cuál era su sueño, pero él no contestó. No porque no quisiera responderle, sino porque no lo sabía. Le gustaba su vida tal y como era. Era policía y no deseaba que las cosas fueran diferentes. Su trabajo como investigador le proporcionaba la sensación de hacer algo importante y cargado de sentido.

Levantó la taza de café, se acercó el periódico dominical y lanzó otra mirada a la oscuridad otoñal. Solía sentarse al fondo del local, donde poca gente se percataba de su presencia. Pero la calle estaba desierta a causa del mal tiempo y Wisting pensó que podía sentarse a la mesa de la ventana sin que nadie lo reconociera desde el otro lado y entrara a charlar un rato con él. Eso ocurría cada vez con más frecuencia desde que había dejado que lo entrevistaran en un programa televisivo para hablar de uno de sus casos.

Uno de los chicos le miró y dio un codazo a sus compañeros. Wisting también lo reconoció. Era uno de los estudiantes de la Academia de Policía. Al principio del semestre habían invitado a Wisting a dar una charla sobre ética y moral. El chico se había sentado en primera fila.

Wisting cogió el periódico. En la portada se leían consejos para adelgazar, avisos de que venían más lluvias y las intrigas de un reality show de la televisión. Los periódicos dominicales no solían incluir noticias nuevas. «Conservas», así llamaba Line a los artículos que habían estado en la redacción días o semanas antes de que los imprimieran. Su hija era periodista en el diario Verdens Gang desde hacía casi cinco años, una profesión que armonizaba con su curiosidad y sentido crítico. Había pasado por distintas secciones del periódico, pero en ese momento trabajaba en la redacción de sucesos, por lo que a veces su equipo editorial se ocupaba de informar sobre los casos de Wisting.

Este gestionaba los roles de detective y de padre sin problemas. Lo que le disgustaba de la profesión de su hija era la idea de que entrara en contacto con todos los horrores de la sociedad. Wisting había sido policía durante treinta y un años. Conocía de primera mano la mayor parte de las formas que adoptan la brutalidad y la barbarie, pero su trabajo también le había provocado muchas noches de insomnio. Y esperaba que su hija se ahorrara esos disgustos.

Pasó las páginas de opinión y leyó las noticias por encima. No contaba con encontrar ningún artículo de Line. Había hablado con ella antes del fin de semana y sabía que estaba de vacaciones.

Cada vez apreciaba más comentar con Line asuntos de la actualidad. Aunque le había costado mucho reconocerlo, las conversaciones con Line habían afectado a cómo se veía en su papel de policía. La visión desde fuera de su hija le había hecho replantearse en más de una ocasión opiniones de sí mismo y su profesión bastante anquilosadas. Sin ir más lejos, durante la conferencia que había dado a los estudiantes de la Escuela Superior de Policía. Había disertado sobre lo importante que era para la seguridad de la gente que la policía actuara con integridad, decencia y corrección, y se dio cuenta de que los puntos de vista de Line le habían proporcionado un contrapeso valioso. Había intentado explicar a sus futuros colegas la importancia de esos valores fundamentales en el trabajo de un policía, que debía intentar ser imparcial, objetivo, sincero y honesto, y consagrarse a la búsqueda constante de la verdad.

Cuando Wisting llegó a la programación televisiva de la última página, los estudiantes se levantaron de la mesa. Se detuvieron en la puerta para abrocharse los abrigos. El más alto buscó a Wisting con la mirada. El detective sonrió e hizo un gesto para que supiera que lo había reconocido.

–¿Es su día libre? –le preguntó el muchacho.

–Es una de las ventajas de haber estado en el cuerpo mucho tiempo –respondió Wisting–. Trabajo de ocho a cuatro y libro todos los fines de semana.

–Gracias por su excelente conferencia, por cierto.

Wisting cogió la taza de café

–Muy amable por tu parte mencionarlo.

El estudiante quiso decir algo más, pero a Wisting le sonó el teléfono. Era Line.

–Hola, papá. ¿Te ha llamado alguien del periódico?

–No –respondió Wisting y se despidió de los tres estudiantes que salían con un movimiento de cabeza–. ¿Por? ¿Ha pasado algo?

–Ahora estoy en la redacción –respondió ella.

–¿No tienes el día libre?

–Sí, pero había ido al gimnasio y he pensado que subiría un momento.

Wisting bebió un sorbo de la taza. Reconocía muchas cosas suyas en su hija. El afán de saber y el deseo de estar siempre donde suceden las cosas.

–Mañana hablarán de ti en el periódico –dijo Line e hizo una pausa antes de seguir–. Pero esta vez van a por ti. Es a ti a quien quieren coger.

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